
“FIRST COW” (2019), de Kelly Reichardt
Mirar el pasado desde la perspectiva de la nueva sensibilidad
(por A. Cirerol)
Una niña y su perro hallan dos esqueletos enterrados uno junto al otro en el campo. A partir de ahí un flashback nos transporta doscientos años atrás para contarnos su historia. Un cocinero y un inmigrante chino en tierras de Oregón en tiempos de la colonización se encuentran azarosamente y establecen una amistad basada en la elaboración y venta de buñuelos a los colonos. Necesitan para su producción de la leche que obtienen furtivamente de una vaca perteneciente a un hacendado. Al ser descubiertos son perseguidos sin piedad.
He aquí una película que incita a preguntarse acerca de la razón o de la futilidad del repertorio de procedimientos técnicos: encuadres, cortes, raccord (continuidad), entradas y salidas de campo, movimientos de cámara, etc., esto es de las elecciones formales que toma un director o directora con relación a la disposición de su narrativa. En el sentido de si tales articulaciones encargadas de tejer la trama de la película tienen en sí un valor semántico (significativo) y, en consecuencia, son las apropiadas a la expresión de su contenido. Si, en definitiva, están dotadas de sentido o, por el contrario, obedecen a la veleidad del realizador.
“First Cow” es una película con un formato de proyección de pantalla cuadrada (conocido como formato académico), que era el establecido hasta los años 50, cuando se sustituyó por otro panorámico (correspondiente a la visión humana “en horizontal”), que abría más la mirada del espacio fílmico. Actualmente el formato cuadrado (de 35 mm) sólo se usa ocasionalmente, con alguna intención específica. Por ejemplo, en “Elephant” de Gus van Sant para crear una sensación de desasosegante hermetismo en un centro escolar escenario de una tragedia. En “Ida” de Pawlikowski para potenciar el ByN y el montaje en planos fijos. O en “El hijo de Saúl” de Nemes para elevar la impresión de angustia y reclusión en un campo de exterminio alemán. Aquí, donde la historia tiene por marco la naturaleza de un continente que se ofrecía como ilimitado a los ojos de sus pioneros, no parece precisamente el más idóneo. Hay que entender, pues, que, a falta de significación, se hace uso de él porque le peta a la directora. Bueno, pues aceptémoslo así.
Durante los siete primeros minutos de la película el montaje, como en “Ida”, se desarrolla exclusivamente por medio de planos fijos. Al iniciarse el flashback que explica hasta su final la historia que narra la película (ya que no volveremos a ver a los personajes del principio, una muchacha y su perro), se inicia, a su vez, como para subrayar el tránsito temporal, un trávelin en seguimiento de una mano (la del protagonista) que recoge setas en el campo. A partir de aquí los movimientos de cámara se producen de manera caprichosa y hasta errática, como el caso de largos trávelin sobre personajes sin protagonismo significativo en el desarrollo de la trama. El colmo, cuando en la mansión del potentado un criado limpia y ordena la habitación en la que el amo duerme tumbado en un diván: la cámara, para encuadrarlo, se desplaza horizontalmente de la cabeza a los pies del durmiente en movimientos de ida y vuelta sin motivo alguno que lo justifique hasta salir de dicho recorrido y adentrarse en un espacio vacío de personajes y significado. Lo mismo ocurre, con análoga superfluidad, con un largo movimiento lateral de la cámara en seguimiento de un barco que surca el río. Igualmente, la reincidencia en encuadrar el espacio exterior desde interiores (puertas, ventanas, tiendas de campaña), a la manera, podría pensarse, de Ford en “Centauros del desierto”, sólo que, en este caso, el sentido no es gratuito o preciosista, sino que tiene por objeto mostrar la interdicción moral del personaje interpretado por John Wayne con respecto al hogar familiar, dejándole a la intemperie.
El montaje, lo específico cinematográfico, es inconexo, omitiendo aspectos relevantes de la acción que dificultan su correcta comprensión. No se trata, a través de estas arbitrarias elipsis, de dotar a la película de una mayor complejidad expresiva o imaginativa, sino sólo de un deliberado desaliño destinado a conferirle un tono intrincado y azaroso, o, como solemos decir, “interesante”.
Más allá de la panoplia técnica, hay una insistencia en la representación naturalista de la realidad física exterior: paisajes, poblados, vestuarios, objetos… Se pretende mostrar con exhaustivo rigor las formas de vida y de relación en un momento determinado de la colonización, en el que aparece, formando un todo común, la diferenciación de tipos y etnias. Se trata, sin embargo, de un dato que aparece “expuesto” (dado), sin que se explique su sentido ni la función que cumple ni lo que se puede derivar de ello, tanto en la mezcolanza humana del poblado como la que se muestra en la mansión del personaje acaudalado. Para despiste del espectador se llega al extremo de centrar ocasionalmente la atención en individuos que no tienen ninguna relevancia argumental y de quienes el espectador lo ignora todo: la misteriosa indiecita que sigue y es seguida, los aborígenes que viven en la mansión, algunos pobladores…
La mencionada atención prestada a la apariencia de veracidad antropológica no se aviene con la que se concede a la autenticidad sicológica de los protagonistas, que aparece representada por dos seres atípicos: uno, de una rara e indefinible sensibilidad; el otro, enigmático y ambiguo, ambos totalmente ajenos al medio y a la situación histórica, a la brutalidad y zafiedad que les rodea, que, en aquellas circunstancias, los hace parecer dos marcianos. La poca atención prestada a los sentimientos que les mueven (de hecho, están completamente desprovistos de deseos, pasiones y necesidades biológicas) hace que la amistad que surge entre ellos parezca forzada, poco creíble y, en su resolución final, inverosímil. Pero Kelly Reichardt, que tanto se preocupa de dotar de realidad a la superficie de personajes y ambientes, no se esfuerza en igual medida en dar un sentido real a las razones internas. Se recrea, por el contrario, en los aspectos topográficos (vegetales y minerales) y en determinadas particularidades culinarias, lo cual tiene su importancia, pero poca es si para ello se desatienden las más importantes determinaciones sociológicas y las causalidades sicológicas que aquellas producen.
Se ha querido relacionar este filme con la tradición literaria de Mark Twain. Nada más alejado. La película carece precisamente por completo de lo que en tan generosa abundancia poseía el genio de Twain: humor, ironía, emoción, aventura (lean, para comprobarlo, “Las aventuras de Huckleberry Finn”). Nunca escribió tonterías: la extensión y formación del territorio y los personajes que lo poblaban (bastantes de ellos insólitos) estaban indisolublemente unidos. Posiblemente hubiese podido escribir un relato parecido al de la película, pero lo hubiera hecho con una irónica vitalidad y habría ilustrado con agudeza el azaroso funcionamiento social de ese nuevo mundo. Nunca con la aburridísima y pedantesca trascendencia reichardtiana, sustentada en la nueva sensibilidad del siglo (XXI).
Se habla también (me refiero con ese “se” impersonal a la crítica, unánimemente laudatoria) de “First Cow” como de un wéstern. “Magnífico wéstern”, “Wéstern magistral”, “Wéstern insólito”, “Wéstern minimalista”, etc. Hasta ese punto llega el fideísmo de la crítica realmente existente. “First cow” no es un wéstern. El wéstern es un género cinematográfico y, como tal, con una iconografía y unas convenciones definidas, que siguen existiendo en sus sucesivas renovaciones, por más que estas adquieran un cariz cada vez más naturalista. Sólo se puede hablar de él como de un género específico, en la actualidad prácticamente inexistente, por cierto. No basta con remontarse al tiempo y lugar del mito (wéstern) para que lo sea. “First Cow” no es una película de género (referido el término a un tipo de obra cinematográfica, naturally). Reichardt ha hecho lo que se conoce como una película “de autor”, pues lo que ha pretendido es dejar en ella la huella de su estilo y de su visión personal.
He mencionado la atipicidad de los personajes. Con ello quiero decir que no se corresponden con lo esencial de la época y del motivo que los ha llevado hasta allí, esto es, no son representativos de su propia elección vital. Es esta falta de peso sicológico lo que desprovee de autenticidad, de verosimilitud y de interés a la historia. Sólo son plausibles, ambos personajes, en el marco del idealismo propio de la alegoría, o sea, “cargados de un significado que no les corresponde en sí mismos, sino que les ha sido impuesto desde el exterior” (tal como lo delimita Goethe en oposición a la verdadera naturaleza poética). Este “exterior” al que se alude es, en el caso que tratamos, Kelly Reichardt. De una manera más clara: en “First Cow” lo que hacen los protagonistas no es lo que ellos mismos quieren (harían), sino lo que la realizadora decide por ellos. ¿Y desde qué perspectiva o punto de vista?, podemos preguntarnos. Desde una mirada dos siglos posterior, desde el moralismo predominante en el mundo de hoy. Y así, con tales anteojeras la realidad se diluye.
“First cow”. Visión humanística y sensible sobre la colonización del oeste americano
(Por Ana García)
Con la intención de completar lo que habló en nuestra tertulia virtual del domingo pasado, 30 de enero de 2022, os envío este texto y así espero que se refleje de una manera más completa lo debatido.
Comenzaré diciendo que First cow es una adaptación de la novela The Half Life de Jonathan Raymond, que co-escribió el guión de la película junto con la directora por lo que supongo que reflejará el texto de la novela. No la he leído así que no puedo asegurar esto pero tampoco es significativo para hablar sobre la película. En este comentario, me centraré en algunos aspectos, sin intención de ser exhaustiva. Vamos allá.
Sobre el formato cuadrado de la película. En mi nada experto criterio, creo que todas las películas responden a las “veleidades” o intenciones, más o menos explícitas, de sus directores. En el caso de First Cow, se puede especular con que Kelly Reichardt –la directora- pretendería centrar la atención en el acontecer de sus protagonistas durante ese período de tiempo, en lo limitado de las pretensiones de estos frente la grandiosidad de la naturaleza salvaje de Oregón y la brutalidad -también salvaje pero con otro significado- de los nuevos colonizadores y terratenientes. Tal vez pretenda también encuadrar el argumento, las relaciones de amistad y solidaridad entre dos hombres en un entorno duro y hostil.
No es una película ortodoxa, ni en la forma, ni en el montaje, ni en el flashback, ni en el traveling, ni en los protagonistas. En mi opinión, es un film que apela a las emociones, a mostrar, con una mirada diferente, lo que fue la llegada de personas de cataduras y orígenes diferentes a un nuevo territorio en busca de nuevas oportunidades, de una vida mejor y la relación entre dos hombres que no encajan con el estereotipo tradicional de los exploradores, pioneros, vaqueros , tan violentos y masculinizados, en el peor sentido de la palabra.
Me ha gustado la fotografía, la ambientación, la cadencia, el vestuario y el tratamiento de los personajes. Veo en todo ello una forma de mirar “femenina”, sosegada, amable, sin estridencias, sin los tiroteos ni la testosterona de los héroes de las películas típicas y tópicas del oeste, al fin y al cabo, Oregón está en el oeste de los EEUU.
Los protagonistas: Cookie y King Lu, un cocinero y un chino fugitivo, son dos personas que no encajan en la brutalidad y en el egoísmo que, al parecer, hace falta para vivir en esa tierra. El primero alejándose de los bárbaros cazadores de pieles y el segundo huyendo de unos rusos, se alían y conforman un modelo de amistad frente a la rudeza, una ayuda mutua frente al individualismo del sálvese quien pueda, una nueva forma de masculinidad, solidaria, sensible, afable que se nos va mostrando a lo largo de la película.
En su búsqueda de un modo de subsistencia, se encuentran con la vaca que el nuevo terrateniente ha traído y que tiene atada a un árbol. Cookie, que conoce el oficio, ve la manera de conseguir una materia prima -la leche- con la que cocinar y vender unos bollos que les permitan ahorrar un dinero con el que establecerse por su cuenta y progresar. Como era de esperar, se topan con el “neo cacique” que no puede consentir ese ataque hacia su propiedad y que desencadena la venganza que termina con la huída, separación y reencuentro de los protagonistas hasta morir juntos. En el transcurso de la acción, la cámara nos va mostrando otros personajes: indios que subsisten erradicados de su modo de vida autóctono, criados, sirvientes, sicarios del amo, etc. y que conforman el entorno humano de los protagonistas. También se detiene la mirada de la directora en primeros planos y detalles como la respetuosa recogida de setas en el bosque, los bollitos o buñuelos, la forma de tratar a la vaca por parte de Cookie, o los rostros de los diferentes personajes, especialmente de los protagonistas, que reflejan una humanidad que no tiene cabida en ese mundo tan bárbaro. Quiero destacar la química que se establece entre los dos protagonistas que refleja perfectamente la importancia que la película otorga a las relaciones que se establecen entre ambos. Queda también esbozado en la película el conflicto entre los nuevos grandes propietarios que se han apoderado del territorio, los oportunistas defensores con las armas de ese status de amo, la situación de subordinación y pobreza a la que se relega a los indios, pobladores primigenios del territorio y la del resto de colonizadores que van llegando. Pero estos aspectos darían para otro debate.
Para concluir, creo que hemos visto una película que trata de perdedores, de antihéroes de personas marginales que no encajan en un mundo hostil, rudo y cruel. Una película filmada con una visión humanista y sensible, con un ritmo pausado, sobre todo al principio, y una estética sencilla que permite recrearse en la fotografía y en los personajes.
En definitiva, una película diferente sobre la colonización del oeste norteamericano y que, en mi opinión, merece la pena ver.