“Los americanos han colonizado nuestro subconsciente” (Wim Wenders, 1991)
Desde la perspectiva de la construcción del lenguaje narrativo cinematográfico todos los pasos para su definitiva consolidación se dieron en el medio siglo que va de 1915 al período de las rupturas de los años 60, pasando por la vanguardia soviética, la implantación del cine clásico americano o el neorrealismo. Igualmente, Los desarrollos técnicos decisivos, como el sonoro o el cine en color. Desde entonces, salvo la aplicación al campo del cinematógrafo de los sucesivos avances técnicos de las últimas décadas, aunque hayan surgido individualidades de interés, no se han producido transformaciones ni progresos estructurales significativos. Sí se han producido, por el contrario, cambios fundamentales relacionados con el desarrollo del sistema económico capitalista a nivel mundial.
El más importante es que el imperialismo cultural americano ha arrasado con todas las demás cinematografías nacionales y ha extinguido prácticamente el cine extranjero en Norteamérica. Como principal potencia imperialista, los EEUU han construido su hegemonía sobre tres pilares: poder económico (control del Banco Mundial y del FMI), poder militar y poder cultural (donde Hollywood domina prácticamente el mercado mundial). Áreas clave de la mercadotecnia, como la distribución y exhibición de películas, están en sus manos. Hoy no se puede hablar de cines nacionales como antaño, pues dependen de la industria cultural global del Imperio.
“El imperialismo cultural norteamericano tiene dos objetivos esenciales: uno de carácter económico y otro político: capturar mercados para sus productos culturales y conformar (capturar) la conciencia popular. La exportación de mercancías culturales es una de las principales fuentes de acumulación de capital y de beneficios mundiales para el capitalismo norteamericano y ha desplazado a las exportaciones de bienes manufacturados. En la esfera política, el imperialismo cultural desempeña un papel importantísimo en el papel de disociar a la población de sus raíces culturales y de sus tradiciones de solidaridad, sustituyéndolas por necesidades creadas por los medios de comunicación, que cambian con cada nueva campaña publicitaria. El efecto político consiste en alienar a los pueblos de sus vínculos con sus comunidades y clases tradicionales, atomizar y separar a los individuos de los demás…El imperialismo cultural puede definirse como la penetración y dominación sistemáticas en la vida cultural de las clases populares con vistas a reorientar las escalas de valores, las conductas, instituciones e identidades de los pueblos para hacerlos concordar con los intereses de las clases capitalistas-imperialistas. En el mundo contemporáneo, Hollywood, CNN o Disneylandia son mucho más influyentes que el Vaticano o la retórica de los gobiernos” (James Petras).
Se puede considerar a Hollywood como el principal aparato de reproducción ideológica del imperialismo americano. A través de sus películas se globalizan sus ideas y valores: liberalismo, democracia, despolitización, libertad, familia tradicional occidental, predominio de lo privado sobre lo público, del sensacionalismo y la violencia sobre la reflexión y los sentimientos compartidos, educación basada en la competitividad y el individualismo, conformando un “pensamiento único” cuyo fin es “norteamericanizar” al resto del mundo. El imperialismo cultural actúa en la actualidad igual que Goebbels cuando dictaba la siguiente política cinematográfica para la Francia ocupada: “He dado instrucciones muy claras para que los franceses produzcan únicamente películas ligeras, vacías y a ser posible estúpidas. Creo que se contentarán con eso”. Hoy no sólo se erradican las tradiciones y los valores de la población para ser reemplazados por un american way of life universal por medio de los productos de origen, sino que las colonizadas culturas nacionales, especialmente en el campo del audiovisual, emulan las formas culturales dominantes y los valores que promueven. Así, por ejemplo, el cine español y la gran mayoría de los cines nacionales buscan en la repetición (sumisión) de las fórmulas del cine americano (en cuanto a formas narrativas, géneros, temáticas, personajes, comportamientos, emociones, star system, etc.) crear productos miméticos de aquél, basados en el éxito comercial, a través del escapismo individual y la banalización y despolitización de la vida cotidiana.
La “cinefilia” se ha convertido en un eficaz instrumento de penetración de la cultura americana a través del prestigio que otorga su criterio de valoración. Con la invención de la “política de autores” y la subyugación por los “géneros” se contribuyó decisivamente en los años 50 a desarrollar la mitología del cine americano, al convertir en genios, artistas, creadores, autores, etc. a simples (y a menudo rústicos) jornaleros de la producción cinematográfica. La ocurrencia hizo fortuna hasta el punto de que se ha convertido en pensamiento único y lugar común inamovible de la crítica-acrítica desde hace decenios. La diferencia con etapas más lejanas es que hoy el opio del cine no sólo afecta a las capas populares a quienes antes iba dirigido, sino igualmente a las élites intelectuales, seducidas por los productos made in Hollywood. Desaparecido todo atisbo de análisis crítico, vacío desde entonces el horizonte de artistas comparables a los del pasado, desmantelados los cines nacionales, hoy sólo existe un concepto de cine: el cine americano es EL CINE.
Hoy la creatividad en el campo cinematográfico parece depender cada vez más del progreso de los medios técnicos y menos de la capacidad artística de los autores. No podemos sospechar hasta dónde puede conducir el constante desarrollo y evolución de las posibilidades de la tecnología en su aplicación a los medios audiovisuales. Por ahora sólo ha hecho avanzar la capacidad de sugestión, diversión y espectáculo, pero no ha servido para hacerlo avanzar en el terreno artístico. Los avances tecnológicos ponen nuevos recursos a disposición de los artífices, pero no producen artistas.