https://www.youtube.com/watch?v=sBrKiIQxDLU&feature=youtu.be
(Los Olvidados. Sueño de Pedro)
«Que todo en la vida es cine
y los sueños,
cine son».
(L.E. Aute)
Por A. Cirerol
El escritor soviético Ilya Ehrenburg llevó a cabo en su novela «Fábrica de sueños» una sátira de Hollywood en la que mostró la capacidad del cine para manipular, adormecer y alienar al espectador. Poco ha cambiado desde entonces, pues el cine sigue siendo eso: una fábrica de sueños. Y los falsos sueños se parecen mucho a las pesadillas. Pero lo que me gustaría saber también es lo contrario: si, como dice la canción de Aute, a su vez los sueños son cine. Para ello sólo cuento con mi propia experiencia soñadora, lo que convierte este documento en un texto básicamente personal y hasta diría que acientífico. ¿Al resto de la gente le pasará lo mismo que a mí cuando sueña? ¿Y ningún organismo, oficial o no, se ha interesado en hacer una encuesta esclarecedora al respecto? Pues parece ser que no.
Yo soy de poco soñar, tanto en la vida como a la hora de dormir. Pero siempre me ha interesado la estructura del relato onírico. No tanto el contenido, sino el conjunto de procedimientos expresivos, esto es, la forma cómo aquél se articula en nuestra mente soñante, a lo cual me parece que, dejado exclusivamente en manos de la ciencia psicológica o psiquiátrica, empeñada sólo en interpretar su significado, de los mitólogos, que ven en los sueños las revelaciones de los dioses, o de los surrealistas, que sólo los utilizaban como fuente de inspiración, nunca se ha prestado atención.
Yo diría que los sueños son como películas que rodamos automática e improvisadamente en nuestra cabeza, o más específicamente en el hemisferio derecho de nuestro cerebro. ¡Somos inconscientes creadores de narraciones visuales proyectadas sobre la oscura pantalla de nuestros párpados cerrados! En apariencia sin guión establecido, aunque sobre la marcha intentamos conferirle un sentido a nuestro improvisado relato. ¿Cómo fluye el texto soñado? ¿Realizamos una labor refleja de montaje similar al cinematográfico? ¿Es todo el sueño un único e ininterrumpido plano secuencia o se produce un ensamblaje composicional de planos?
Aunque su configuración pueda hacer creer que la narrativa onírica, bidimensional, como la cinematográfica, se desarrolla como un continuum sin cortes, lo cierto es que en su curso nos encontramos a menudo con una segmentación del espacio por medio de fragmentos o planos, parecida a la del cine. En los sueños existen los planos de detalle (primeros planos de rostros, manos, objetos…), enmarcados, asimismo, desde un determinado punto de vista (o sea, mediante un encuadre definido). Igualmente, algunas escenas (o quizá habría que hablar de secuencias) acontecen (¿son filmadas?: ¿de forma intencionada o refleja?) en plano medio, que encuadra desde la cabeza hasta la cintura, o, incluso en el llamado plano americano, desde la cabeza hasta las rodillas, igual que existe, con una función elocuente, definitoria, el espacio fuera de campo. Encontramos también, como es natural, planos móviles, si bien esa clase de desplazamientos no son exclusivos del cine, ya que cuando nos movemos en la vida real somos a la fuerza productores de travellings subjetivos.
Lo que permanece problemático es probar de forma fehaciente que estas discontinuidades o fragmentaciones del espacio se realizan por medio de un montaje propio o a través de un flujo ininterrumpido en el que la cámara-ojo soñadora efectúa movimientos de aproximación o de alejamiento, aunque, si bien en ambos casos se puede hablar con propiedad de un artificio de montaje, yo estoy convencido de la autenticidad de lo primero. No parece haber pruebas de que en una conversación soñada (¿las oímos realmente?) se produzcan los cortes característicos del campo-contracampo, aunque creo haber vislumbrado en ocasiones cisuras de continuidad en la misma escena, esto es, uno se puede contemplar a sí mismo encaminándose hacia una casa y verse seguidamente ya dentro de ella, sin haber visualizado su paso por el umbral, como ocurre en el cine; o pueden verificarse hiatos o elipsis a la hora de encadenar temporalmente dos escenas, igual que en las novelas o las películas.
En cuanto a la tonalidad de los sueños, ¿soñamos, realmente, en color? Nunca he podido evocar su cromatismo. Ni el de las cosas, ni el de las personas. El de la gente que participa en mis ensoñaciones, el de las habitaciones en las que me hallo, el de los objetos que la amueblan, el de las calles por las que deambulo. Ni siquiera puedo afirmar que perciba los colores más evidentes: el verde de los árboles o de la hierba, el azul del cielo o del mar, el blanco de la nieve. No pretendo afirmar con ello que los sueños estén desprovistos de color, sino que son de un tipo que sólo producen los sueños, distinto del de la vida real. Diría que en las representaciones oníricas los colores se dan por supuestos o, simplemente, no nos preocupamos de colorearlas. Yo los llamaría colores mentales, que están ahí sin estar.
Si toda esa organización formal, que se diría subordinada a las características del cinematógrafo, cuyos colores, aun los más fieles, tampoco llegan a ser exactamente como los que pinta la vida, se cumple realmente, es inevitable preguntarse cómo serían las figuraciones oníricas en épocas anteriores. Nunca lo sabremos, aunque es factible suponer que podrían estar vinculadas con las técnicas propias del relato oral. Pero, desde el momento que nos vemos a nosotros mismos participando como actores en el sueño ¿no hay que suponer que éste funciona con los procedimientos característicos de una obra narrativa?, lo cual vendría a evidenciar que durante el sueño nos convertimos, además de actores, en involuntarios artistas de obras inaccesibles a nuestra propia comprensión. Grotescas y disparatadas, extrañamente cómicas o terroríficas.