«Un día de campo», de Jean Renoir

(Por A. Cirerol)

La carrera literaria de Maupassant, en uno de cuyos cientos se basa la película, duró apenas diez años (de 1881 a 1890), pero fue increíblemente prolífica: 6 novelas y cerca de 300 cuentos. La narración tiene solo 15 páginas, la película dura 40 min (fue rodada en 1936, abandonada sin acabar y definitivamente montada diez años más tarde). Una familia pequeñoburgués, formas por Henriette, la protagonista, sus padres, la abuela y el novio de la muchacha pasan un día de campo cerca del Sena, donde conocen a dos jóvenes que seducen a la hija y la madre. Henriette se enamora de su seductor, pero se acaba casando con el palurdo de su novio. Renoir representa fielmente la atmósfera y las modas de la época (1880) y sus imágenes tienen el sello de Auguste Renoir (padre del director), Monet y Manet
En la escena del columpio se sugiere el ansia de vivir de la joven, su juvenil y  ansiosa disponibilidad. En ella aparece Jean Renoir en el papel del señor con las manos en los bolsillos, el dueño de la hostería.

La tormenta después de la escena de amor no aparece en el cuento. Es la forma en que Renoir expresa simbólicamente la inviabilidad (y el término) del amor entre la pareja protagonista. En el cuento aparece así: «Estaban muy pálidos los dos al abandonar su lecho de verdor. El cielo azul les pareció oscurecido; el ardiente sol estaba apagado a sus ojos; percibían la soledad y el silencio». No cabe duda de que Renoir supo expresar magníficamente estos sentimientos a través de la transfiguración (ensombrecimiento) del paisaje».

El epílogo («Un año después»») aparece así en el libro: «Al año siguiente, un domingo que hacía mucho calor todos los detalles de esta aventura que Henri no había olvidado nunca, regresaron a él súbitamente, tan claros y deseables que volvió solo a su cuarto del bosque. Quedó estupefacto al entrar. Ella estaba allí, sentada en la hierba, con aire triste, mientras que a su lado, en mangas de camisa, su marido dormía como un bruto. Se puso tan pálida al ver a Henri que este creyó que se iba a desmayar. Después empezaron a charlar con toda naturalidad, como si nada hubiese ocurrido entre ellos. Pero cuando él le contaba que le gustaba mucho aquel paraje y que iba a menudo a descansar allí los domingos, evocando muchos recuerdos, ella lo miró largamente a los ojos. «Yo pienso en eso todas las noches», dijo. «Vamos, querida -replicó bostezando su marido-, creo que ya es hora de marcharnos».

Renoir es más poético y perfeccionista, sí, pero ahí gana Maupassant, con su estilo rápido y directo, brutal. ¿No suena como una vida condenada a cadena perpetua?