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En relación con la reciente proyección de “Caballero sin espada” (1939), dirigida por Frank Capra y escrita por Robert Riskin (colaborador asiduo de aquél y esposo de Fay Wray):
Capra fue un siciliano que empezó en Hollywood en 1926 dela mano del cómico Harry Langdon en “The strong man” (está en YouTube), con quien hizo varios largometraje. Luego realizó películas «picantes» antes del código de censura Hays (hasta 1934), generalmente con su musa y amante Barbara Stanwick, para, a partir de 1936, cambiar de registro y cosechar grandes éxitos como “Vive como quieras” (1938), “Caballero sin espada” (1939), “Juan Nadie” (1941), “Qué bello es vivir” (1946)
AC
El título original de la comedia de Capra “Caballero sin espada” es «El señor Smith se va a Washington». Ya se sabe que Smith allí es un apellido como ºPérez o García. O sea, la representación onomástica de lo popular. James Stewart, un ingenuo e idealista político provinciano es elegido azarosamente senador. Naturalmente, se lo toma en serio y desde la tribuna se dedica a luchar valerosamente contra un trust poderoso y un senador corrupto. Imaginad el resto. Un canto a la democracia, el filme más rooseveltiano de Capra. Como decía mirando a la cámara Jane Darwell (que hacía de madre de Henry Fonda) en la escena final de «Las uvas de la ira» (la otra gran película rooseveltiana): «We are the People».
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Una curiosidad. Aunque Roosevelt era del partido demócrata, era un decidido defensor del New Deal, pero también de la película “El nacimiento de una nación” (esto último creo, pero no estoy seguro). Lo que sí es seguro es que tanto Capra como Stewart fueron siempre simpatizantes del partido republicano.
MG
El cine de Capra hay que verlo, seguramente sin excepción. En el caso de “Caballero sin espada” porque su realización es espléndida, su recreación de ambientes sorprendente y las interpretaciones de principales y secundarios de lujo. Pero…pero es indigesta en nuestros tiempos. Basada en la exaltación de los sentimientos patrióticos, amor a la Constitución americana, canto a la “freedom” pesadísimo, repetida invocación al presidente Lincoln sentado en el Capitolio, etc., nos vende la milonga de la heroica lucha y victoria de un político provinciano, henchido de bondad y amor al prójimo, frente al inmensamente corrupto sistema. Hipocresía democrática de los años cincuenta.
AC
Sin duda es así, aunque quizá la situación hoy no dé para equiparables optimismos como los de Capra. Sin embargo, está bien oír también la opinión de críticos de la época. En su monumental «La azarosa historia del cine americano» (publicada en 1940), su autor Lewis Jacobs, nada sospechoso de veleidades demagógicas, dice algo que, en el fondo, no se aleja mucho de lo que expresas: «Frank Capra es un director maduro, de gran experiencia; su técnica es precisa y claros sus objetivos. Sabe lo que quiere. La seriedad en la realización, la sencillez narrativa, ajena a cualquier forma de pretenciosidad, la caracterización de los personajes, los hallazgos de humor son elementos que contribuyen al aprecio de sus obras, que se entienden enseguida y gustan durante mucho tiempo. Por fortuna para él, sus metas y su temática coinciden con las exigencias comerciales con tanta exactitud que el éxito ha oscurecido sus deficiencias y ha hecho de su superficialidad una virtud». Sobre «Caballero sin espada»: «Por muy simple y pueril que sea, el filme posee una sincera honestidad, que va por delante de su humor, su perfecta interpretación y la minuciosa exactitud de la acción y los decorados». El historiador cinematográfico francés Georges Sadoul, en su «Diccionario de los cineastas» (1966): «Él (F.C) fue también una especie de Mr. Smith en el Senado, un verdadero creyente en los mitos del New Deal. Este utopista encarnó como nadie las convicciones rooseveltianas. Este siciliano burlón convertido en un americano 100 por 100 desplegó en sus películas de esa época el buen humor, un desenfrenado optimismo, un candor un poco astuto. Tanto sus cualidades como sus defectos nunca pasaron de moda en el cine americano».