EL PAPEL DE LA MÚSICA EN EL CINE

KUBRICK: MÚSICA Y LUCHA DE CLASES

 

Por A. Cirerol

Para hablar del papel de la música en el cine podemos fijar nuestra atención en estas dos escenas de la película «Barry Lyndon» de Kubrick, en que, desprovistas de diálogos, o sea, apoyándose exclusivamente en la fuerza de las imágenes (como en el cine mudo), sólo la música, la armónica disposición de los planos y el fulgor de las miradas prevalecen.

 

La primera es la de la seducción Barry-Lady Lyndon. Me parece extraordinario el juego de miradas, a través de planos-contraplanos, que expresan la tonalidad y progresión del enamoramiento, esa maravillosa suspensión transitoria del juicio y el discernimiento, que va del asombro a la fascinación, de la torturada confusión de los sentimientos a la acuciante afirmación del deseo. Envuelto en el cromatismo ocre creado por la luz de las velas, el neutro fondo sonoro de la voz del crupier y la música de Schubert (Trío para piano, violín y violoncelo Opus 100), que se ajusta de una manera tan precisa a la escena que parece haber sido creada para ella. Hay que apreciar también otras manifestaciones secundarias, aunque igualmente elocuentes: la expresión turbada y suspicaz del cura que acompaña a Lady, del que hemos de sospechar con razón que está secretamente enamorado de ella, igual que intuimos que Barry, a estas alturas un cínico y tahúr, que la deja ganar, finge alevosamente su gesto de arrobamiento, tanto como su pérdida en el juego. La continuación en la terraza, sumida en la tonalidad azul del claro de luna, es igualmente magnífica: la dama sola entregada a su desasosiego sentimental, la aparición del seductor (suave panorámica que parece un trávelin y que se diría flotar con él más que seguir su movimiento), la forma en que Lady se vuelve al percibir su presencia, aceptando y tomando conciencia del significado (irreparable) de su gesto. Y todo bajo, entre, sobre, dentro de los acordes del Trío de Schubert.

Comparando lo anterior con la última escena de la película, que transcurre años más tarde: Barry, el arribista, ya ha sido expulsado del estamento aristocrático al que pretendía acceder, como otros pretenden asaltar los cielos. Puntualmente en el palacio de los Lyndon se procede a la firma por Lady de los recibos de los gastos efectuados, necesaria ocupación de las clases altas. Ahí están: su hijo, el cura, el asesor y ella. El hijo pasa a su firma el cheque por el que se provee con 500 guineas anuales al transgresor, Barry, otrora esposo plebeyo de Lady, hoy repudiado, con la condición de que no vuelva a vérsele el pelo por Inglaterra. La expresión de Lady, la música de Schubert, que es la de antes, pero que ya no suena igual, pues  ahora sirve para expresar los sentimientos de amargura, desdicha y melancolía de Lady Lindon, y, con ello, la necesaria manifestación de que el orden se ha reinstaurado.

 

El Epílogo del film, irónico, concluyente: «Estos acontecimientos tuvieron lugar durante el reinado de Jorge III. Buenos o malos, feos o agraciados, ricos o pobres ahora ya todos son iguales».