(Por A. Cirerol)
Recomendamos la película rusa: «EL LADRÓN», de Pavel Chukhrai (1997), hijo del notable director Grigori Chukhrai. Creo que es la última gran película rusa. La más dolorosa alegoría del estalinismo.
Cuando la vi hace 20 años me prendió desde su primera imagen, un alumbramiento en medio de un desolado camino que no viene de parte alguna ni va a ninguna parte. Me emocionó la búsqueda infantil de ese padre inexistente, sustituido por un ser sin conciencia, ladrón de las ilusiones y las esperanzas. Ladrón de la madre -patria- de los sueños del hijo. Qué escena tan terrible la del niño tratando de participar de la alegría -para él redentora- de los padres bailando abrazados y expulsado de esa unión, arrojado fuera. Ese padre seductor en su uniforme, ese niño cada vez más desposeido, esa madre que se deja arrebatar. Ese niño, que siente amor-odio por el falso padre- corriendo en la nieve tras el camión que conduce al presidio al padre falso gritando esa palabra sagrada, padre, rogándole que no les dejé solos. Años después, ese padre, ese país, ya no precisa disfraces, es lo que fue: un viejo embaucador y harapiento, borracho, vagamente recuerda que a esa mujer, la madre del niño, se la folló en un tren, le cuenta al hijo, que aún le busca, al estafador, al ladrón. Al fin, se aleja en el vagón de la historia, en la noche de la historia, hacia la nada. Pero la película es mucho más. Cada plano, cada secuencia, la historia, tie nen un sentido interno, un significado universal. Hace que la mirada humana se nuble por las lágrimas. Emociona porque toca una verdad profunda, como todas las obras maestras.