“Locas de alegría”. Virzí no es Risi

¿VUELVE DINO RISI?

“LOCAS DE ALEGRÍA” (“LA PAZZA GIOIA”, de PAOLO VIRZÍ, 2016)

(Por A. Cirerol)

(Valeria Bruni Tedeschi y Micaela Ramazzotti en una escena de “Locas de alegría”)

Mientras uno ve “Locas de alegría” no puede evitar rememorar “La escapada” (“Il sorpasso”, 1962) de Dino Risi. Parece indudable que su director ha tenido muy presente dicho film como fuente de inspiración para su película (más que, como ha creído ver cierta crítica, la “Thelma y Louise” de Ridley Scott). Risi formó parte de la generación de cineastas que entre la segunda mitad de los 50 y los 60 del siglo pasado, junto a los Monicelli, Germi, Comencini o Pietrangeli en la dirección, los Age, Scarpelli, Amidei, Pinelli, Maccari o Scola en el guión, y asiduamente Sordi, Gassman o Tognazzi en la interpretación, renovaron la comedia italiana en un sentido crítico: bajo la superficie cómica asomaba una mirada ferozmente satírica sobre situaciones y ejemplares típicos de la época, que propiciaban los nuevos estilos de vida surgidos del “milagro económico”: el “boom” industrial, el flujo migratorio del sur hacia las grandes ciudades del norte del país, la especulación del suelo, el inicio del consumismo…, en los que modernidad y atraso convivían a la par.

Alejados de pretensiones “autorales”, no se puede decir de estos realizadores (siempre a la sombra de los mundialmente encumbrados Fellini, Visconti, Antonioni o Rossellini) que fuesen brillantes estilistas, sino más bien eficientes (y a menudo excelentes) artesanos. Ciertamente, en su fecunda producción hay de todo: bueno, malo y regular, pero en el haber de los grandes de la commedia (aunque sería más preciso hablar de “tragicomedia”) all’italiana, siempre encontraremos dos o tres obras mayores, y en el caso de Risi es indiscutible que, al lado de “La escapada”, posiblemente su mejor película, también “Una vida difícil”, de 1961, y “Los nuevos monstruos”, de 1963, sobresalen entre lo mejor (“serio” o “bufo”) del cine italiano.

Aquí, como en “La escapada”, el film descansa sobre el contraste de caracteres de los dos personajes protagonistas, donde se ha suplantado a la pareja masculina por otra femenina. Una contraposición fundada en este caso en la diferencia de clases entre ambos personajes, que da lugar a visiones, intereses, sentimientos, gustos, “locuras” y hasta formas de expresión opuestas. Una idiosincrasia, la de la Tedeschi (una especie de cruce entre la cínica picaresca de Sordi y la exuberancia egocéntrica de Gassman), volcánica, sobredimensionada por su megalomanía, su verborrea, sus delirios de grandeza, su bipolaridad, que invita al histrionismo más desatado. El de Micaela Ramazzotti, su antagonista, áspera y temerosa a la vez, contenida en su terca introversión, portadora de un secreto que sospechamos terrible (aunque se vislumbra fácilmente desde la primera escena de la película), actúa de contrapeso a la exageración expresiva de la otra. Un dueto, pues, antagónico, con la fuerza escénica requerida para que las dos divas sustenten el peso de la película.

La idea de que sean dos alienadas las que en su “escapada” por el mundo de los cuerdos pongan al descubierto su falta de sentido y sus hipócritas concepciones morales aunque no es original resulta en principio sugerente, y podría, sin duda, haber dado lugar a una (tragi)comedia ácidamente crítica. La Italia de hoy no parece muy distinta ni menos grotesca de la que con tan mala baba retrataron Risi y compañía, y, como la de entonces, también produce monstruos. Sin embargo, tanto en su aspecto burlesco como en el dramático la película no levanta el vuelo. Los personajes, más allá de su inalterable careta caracterológica son superficiales, las situaciones no alcanzan una altura crítica ni socialmente representativa, y todo se reduce a la postre a hacernos sonreír (no mucho) a ratos con las picarescas excentricidades de sus protagonistas (que a medida que la película avanza van desenloqueciendo progresivamente, a la vez que el desarrollo argumental se hace más inverosímil) y a que derramemos algunas lagrimitas fáciles con el drama de la madre desposeída de su hijo. Al final, no queda sino confirmar lo que sospechábamos desde el inicio: que se trata de un producto exclusivamente confeccionado para mayor lucimiento de sus protagonistas.

Si las aventuras de Beatrice (Valeria Bruni Tedeschi) y Donatella (Micaela Ramazzotti) no consiguen divertirnos pese al empeño que ponen en ello director y actrices, tampoco son, pese a su título, precisamente alegres. La locura nunca lo es. Por el contrario, es la expresión más terrible de la desdicha (lo cual no impide que se puedan hacer obras divertidas y esclarecedoras sobre el tema, sólo se necesita para ello el talento y el “sentido” necesario). Y por lo que vemos en la pantalla es también el caso de las dos protagonistas, que ni parecen demasiado locas (más monstruos que locas), ni, aún menos, alegres en su transitoriamente recuperada “libertad”. Beatrice, la tronada aristócrata, una acabada muestra del mundo de la alta burguesía más reaccionaria, no ha enloquecido como lo que podríamos considerar (tal como haría la antipsiquiatría) una forma de rebeldía, “disidencia” o “disrupción social” contra el sistema del que forma parte. Si permanece encerrada en un “centro de acogida” hay que presuponer que no lo es tanto como “forma de represión” contra su psicopatía, sino más bien para impedir que su desvarío le lleve a despilfarrar su fortuna. En cuanto a Donatella, en la orilla social opuesta, los datos son esquemáticos: la desafección de los padres (ella, una mujer codiciosa, desaprensiva, sin escrúpulos; él, un músico quimérico y fracasado: insensibles ambos a la suerte que corra su hija); la pasión no correspondida hacia su proxeneta, supuesto padre de su hijo; y, arrastrada por la desesperación, el amor perturbado y letal por ese hijo al que no puede atender. Pero que no se busque, porque no se encontrará, ninguna observación crítica sobre la criminal insensibilidad social de las clases poseedoras o acerca de las causas que pueden llevar a la autodestrucción a sus víctimas.

La apología de Virzí de la imaginada lucidez de los locos (aquí, como se ha indicado, no del todo locos), que remite a las proposiciones de la antipsiquiatría (impugnación radical del “saber psiquiátrico”, entendido como “ciencia” reguladora de la normalidad y la anormalidad, y, por ende, como “poder”: la institución psiquiátrica como espacio opresor: consecuente abolición de la noción de enfermedad mental) de finales de los 60 del pasado siglo, nos invita de un modo bastante previsible y falaz a identificarnos con sus dos protagonistas. Con una, a través de su pletórica y desquiciada vitalidad; con la otra, la pobre mujer aporreada por la vida, que acaba haciéndose con el protagonismo de la historia, convirtiendo al espectador en cómplice de las razones de su tentativa de infanticidio. Tanto el disparatado desenlace como la revelación del “secreto” de Donatella, en una escena tan pretenciosa como idílicamente tramposa, acaban de arruinar un film que ya llegaba muy disminuido a su resolución.

Finalmente, “Locas de alegría” parece reducirse a plantearnos una incongruente propuesta de conciliación de clases por vía de la locura. Queda claro, Virzí no es Risi.

 

 

 

 

El Capital Humano. Depredación capitalista y degradación moral

el capital humano

 

El Capital Humano

 

Por Miguel García López

 

La muerte de un ciclista atropellado por un vehículo todoterreno de alta gama es la circunstancia de la que arranca la película, y da lugar a un análisis de los hechos desde las perspectivas de los personajes implicados.

La película evoca de forma inmediata la española de J.A. Bardem “Muerte de un ciclista” en la que igualmente un atropello y muerte posterior de un ciclista sirve al director para realizar un análisis crítico de un país en el que la miseria y el lujo se contraponen, remarcando como la clase burguesa se aferra a la defensa de sus privilegios.

La película “El capital humano” describe igualmente clases sociales contrapuestas. La alta burguesía representada por un financiero todopoderoso que obtiene su fortuna de la especulación en los mercados. Una clase media representada por un pequeño agente inmobiliario, al borde de la quiebra, que aspira a encumbrarse acercándose y participando en los negocios financieros. Y una clase baja y marginal desprotegida, amenazada y castigada.

La descripción mas impactante es la de esa clase dirigente, verdaderos gánsteres vestidos de Armani en lujosas mansiones que se ocupan en maniobras especulativas y apuestan por beneficios ingentes a costa de la ruina presente del país y la de generaciones futuras. La imagen de la actitud criminal y de la degradación moral de esta clase es en mi opinión el mayor acierto de la película.

Aunque basada en la novela de del escritor estadounidense Stephen Amidón “The Human Capital” ambientada originalmente en Connecticut , la película se transpone a la rica región de la Lombardía italiana, para reflejar una temática que es universal y extrapolable a cualquier lugar, y que identifica al sistema capitalista: la depredación económica derivada de la especulación financiera de nuestros tiempos y sus efectos en grandes estratos de población sumisos en la ambición por el dinero y en la degradación moral.

La película de Paolo Virzi es estructuralmente compleja. A partir del accidente, que actúa como macguffin o escusa argumental, se montan en varios capítulos las diferentes visiones o interpretaciones del mismo de diferentes personajes, como efecto Rashomon, visiones no contrapuesta pero si incompletas de la realidad, de forma que el director hace que sea el espectador quien tiene la mayor información de los hechos. Para eso deja puertas abiertas en la descripción que se cierran con descripciones posteriores. Constituye una visión poliédrica muy atractiva y bien resuelta. Mas allá de la realización, el discurso es atractivo y demoledor y permite que, al contrario de lo que ocurre en el cine de denuncia americano, aquí sean extrapolables las conclusiones del entorno que describe a la sociedad occidental.

La película está muy bien interpretada por actores principales y secundarios. A destacar la magnífica Valeria Bruni Tedeschi, que interpreta el papel de esposa acomodada, ociosa y desaprensiva del magnate, luego mecenas cultural e infiel esposa, finalmente cómplice. No se si es un guiño del director pero sorprende que el amante de esta Bruni sea físicamente tan parecido al amante de la otra Bruni, su hermana Carla.

Y la descripción de ese otro personaje, el padre de la chica que sale con el hijo del financiero, ocasión que aprovecha para acercarse a esta familia poderosa. Su ambición, su emulación de los super-ricos, se representa magníficamente mediante un personaje envidioso, grimoso, baboso, verdaderamente prototípico.

No hay esperanza para los jóvenes. Incapaces de actuar con autonomía y de elegir, fuera del camino marcado por sus padres, son victimas de las situaciones creadas por estos. Los delitos y culpas de los poderosos se trasladan a los mas débiles. En esta ocasión el mas débil de la cadena es un joven marginado, que casualmente produce el accidente. El “capital humano” es la indemnización que le cuesta al seguro el pago a la víctima. La situación final de cierre de la película, que es un poco la redención por el amor y la pronta excarcelación del joven culpable es un poco complaciente. Se podría haber buscado una solución mas realista y demoledora en línea con el resto de la película.