«Siete novias para siete hermanos»

Apoteosis de lo Kitsch y Mensaje patriarcal

AC

En la 2, como es habitual, cine para las provincias del Imperio, lo llaman cine clásico. Hoy toca «Siete novias para siete hermanos», un musical de 1954 de Stanley Donen y Gene Kelly. Es una película que me gustaba de niño porque me producía una agradable sensación navideña, parecida a aquellos polícromos calendarios de pared  donde se veía a una chica, a veces rubia, otras morena, yanqui a todas luces, con camisa a cuadros de leñador posando sonriente junto al árbol de Navidad. La película, igual de engañosamente optimista que dichos calendarios, contiene mucha nieve (de pega) y cabañas de madera  y paisajes de bosques pináceos de cartón piedra. Eso bastaba para que me entusiasmase, porque ni nieve ni paisajes parecidos había donde yo vivía. A Godard también le gustaban las pelis de Donen-Kelly-Fosse. Aunque no por los mismos motivos que a mí. Las celebraba entusiásticamente en sus críticas juveniles de Cahiers. Es cierto que contiene bonitos números musicales, pero entonces a mí (y al resto de la gente) me parecía un interruptus incomprensible de la acción. En efecto, no se entendía nada porque cantaban en inglés y había que esperar a que acabasen. Aunque es cierto que las canciones eran también bonitas (melosas, a ratos irónicas) y navideñas. La película fue un éxito aún mayor que «Cantando bajo la lluvia». Creo que le dieron algún Óscar. En realidad es una especie de Blancanieves y los 7 enanitos en clave musical made in Hollywood. Las feministas de la época la calificaron como una de las películas sobre hombres y mujeres más repulsivas que se hayan hecho y como un musical sobre la violación. Hostias, yo no me coscaba. Claro, yo era un niño y no podía pillar el tema, todo me parecía tan normal,  y no he vuelto a verla desde entonces. De mayor Donen (que acabó muy mal con Kelly) dirigió sofisticadas películas de suspense como «Charada» y «Arabesco» y modernidades como » Dos en la carretera».

JS

Atención en este musical de marras al bailarín Russ Tamblyn que luego salió, por ejemplo, en West Side Story y, sobre todo, a unos decorados horrendos que el propio Donen protestó sin éxito para que los eliminarán.

JS

Me viene a la mente sobre Siete novias que la coreografía corrió a cargo de Michael Kidd, que también participó en la dirección de baile de “Hello Dolly” (1969), acaso el último musical «clasico» y que asimismo dirigió en 1958 “Loco por el circo”, con el inefable Danny Kaye y la aún bella Anna Maria Pierangeli.
Algo triste, en Siete novias… el protagonista era el fornido cantante Howard Keel. Era una «estrella» pero acabó haciendo el indio, (literalmente de «piel roja») en un papel patético y muy corto en el western “Ataque al carro blindado” (1967), del bueno de Burt Kennedy y a mayor gloria de John Wayne y Kirk Douglas.

AC

¿Qué es lo kitsch? «Un estilo artístico considerado «cursi», «adocenado», «falso», «hortera» o «trillado» y, en definitiva, vulgar, aunque pretencioso y, por tanto, no clásico, sino de mal gusto y regresivo o infantiloide». En suma, arte malo. Theodor Adorno caracterizaba a lo kitsch formando parte de la industria cultural, donde «el arte es controlado y planeado por las necesidades del mercado y ofrecido a un público pasivo que lo aprueba y consume. Lo que es comercializado es un arte que no cambia y que es formalmente fácil, ingenuo, sin trascendencia, pero que sirve para dar a la audiencia ocio y algo que mirar» (*). 

«Siete novias para siete hermanos» es la apoteosis de lo kitsch. Desde la rudimentaria glosa del rapto de las Sabinas y Blancanieves y los siete enanitos, en que se basa la película, al sentimentalismo elemental y pastelero que la envuelve; de los evidentes y chillones decorados de cartón piedra al estridente colorido de los vestidos. 

Apreciemos su elementalidad sensiblera en esta escena en la que la dama loa las excelencias del enamoramiento romántico al tosco montañero con el que se ha casado. La resolución técnica también es elemental, pero eficaz: encuadre de la pareja- movimiento de acercamiento a la solista- movimiento de distanciamiento hasta recomponer el plano inicial:

«Siete novias para siete hermanos» es un filme musical en el que los números de danza, que son la esencia viva del musical como género cinematográfico, son residuales (de hecho, la pareja protagonista está compuesta por cantantes, los bailarines aquí son los actores secundarios). Se trata, pues, de una comedia cantada. Dejando aparte la terriblemente mediocre y entrecortada escena de baile que acompaña la construcción del granero, la única por la que merece ser recordada es otra, la de los hermanos penando sus amores mientras cortan leña en la nieve, donde no se baila, pero que produce la impresión de una lentificada danza coral porque está filmada siguiendo las normas clásicas del verdadero musical: toda la escena está filmada en un solo plano secuencia siguiendo el tardo y pausado movimiento de los personajes enmarcados en plano general:

En la presentación del filme en su pase televisivo se nos prevenía de que, más de medio siglo después, su mensaje políticamente incorrecto nos podía turbar o sobresaltar moralmente, pero que nos fijásemos en que, al fin y al cabo, se trataba de una película amable y divertida y, no lo olvidemos, con el marbete de «clásica». Eso venía a cuento porque la historieta va de la panda de gañanes que raptan alegremente a sus respectivas damiselas para que lleven a cabo las labores propias del hogar: cocinar, lavar, barrer y servirles (de «lo otro» no se dice nada, pero se sobreentiende). Sin embargo, lo más inasumible no es eso. Sino que son las mujeres las que toman las riendas del cotarro para domar a la cuadrilla de mastuerzos con el fin de restaurar el orden patriarcal (el de antes era un patriarcalismo vacío de su parte necesaria, las mujeres). De esa recomposición del sistema patriarcal llevado a cabo por las mismas mujeres es de lo que trata la película. Es su eficiente y terrible (y subliminal) recado ideológico.

(*) En «Contra la interpretación» Susan Sontag planteó un «estilo» que enraizado en lo kitsch se reivindicaba estéticamente, al que llamó camp. Lo camp, según Sontag, sería una sensibilidad artística en la que lo predominante es «el amor a lo no natural: al artificio y la exageración». No se establece en términos de belleza, sino de ironía y grados de estilización. Ejemplos de camp serían para ella: la película «King Kong», las películas de Von Sternberg con Marlene Dietrich, los tebeos de Flash Gordon, los vestidos de mujer de los años 20, Oscar Wilde, «El lago de los cisnes», las óperas de Bellini, las de Richard Strauss (pero no las de Wagner), las obras teatrales de Jean Cocteau, los edificios de Gaudí, etc.