Pequeños y Grandes musicales

AC

En la 2, como de costumbre, sesión de cine americano pluri oscarizado: «My fair Lady» (1964) de George Cukor (seguro de éxito) con Audrey Hepburn y Rex Harrison, sobre el mito de Pigmalión, basada en la obra teatral de Bernard Shaw titulada así: «Pigmalión», de la que hicieron la versión musical en Broadway, que es la que adapta la película, que no es estrictamente un musical, ya que es de cantar más que de bailar. La versión de Broadway la interpretaba Julie Andrews, pero la Warner (la compañía productora) prefirió a la Hepburn (a la que tuvieron que doblar porque no sabía cantar) por ser más conocida y, por tanto, taquillera. Ocurrió, sin embargo, que el Óscar a la mejor actriz se lo dieron precisamente a Julie Andrews, pero por otra película, también musical, la pastelera «Mary Poppins». Así pagó la Hepburn el tener que ser doblada en los números canoros.

Por cierto, “My fair Lady” de Cukor, ¡qué mal dirigida y mal interpretada por la Audrey!. Encima, se supone que se trata de una jovencita y a la sazón ya tenía 36 años, lo que lo hacía aún más disonante. Los demás, tampoco estaban mejor. Para rematar, en versión española (o sea, la Hepburn doblada al cuadrado), si bien era inevitable para poder comprender el sentido «pedagógico» de la historia, si queríamos enterarnos de la diferencia entre el estilo elevado de hablar y el bajuno. Por lo que me dio a ver la película era por lo menos tan mala como Mary Poppins. Lo que no impidió, claro, que recibiese el Óscar a la mejor película (al igual, horror, que Rex Harrison como mejor actor).

JS

Hay otra versión de Pigmalion, es de 1938, dirección de Leslie Howard y Anthony Asquith. La música es empalagosa y pertenece (me refiero a “My fair lady”) a la pareja Lerner y Loewe, autores de “Gigi” (1957) o “La leyenda de la ciudad sin nombre” (1969).
Una curiosidad. Audrey Hepburn debutó en el cine en 1951, en la película “Oro en barras”, apareciendo unos segundos, al lado de Stanley Holloway, quien aquí es uno de los protagonistas junto a Wifred Hide y Rex Harrison.

Por cierto, el guión de Pigmalion, en su primera versión es de George Bernardo Shaw.

Otra curiosidad: Hepburn quería como partenaire en “My fair lady” a Cary Grant, deseo que le concedieron, pero Grant esgrimió que la diferencia de edad con Hepburn era demasiado notoria y que ya había hecho el ridículo por esa razón en la anterior película juntos “Charada” (1963) y, por tanto, lo rechazó así que el papel fue para Harrison.

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Mientras en Hollywood las Compañías (los Studios) apostaban por súper producciones al viejo estilo, como ésta de “My Fair Lady”, para hacer frente a la pésima situación financiera del negocio cinematográfico, en Europa los movimientos de los «nuevos cines» habían dinamitado las formas, las temáticas y las fórmulas morales tradicionales. Mientras en Hollywood la Warner y Cukor hacían musicales como este de, en Inglaterra Richard Lester rompía moldes con “Qué noche la de aquel día» o «Help». Tras el desconcierto, Hollywood no tardó en tomar nota y ponerse al día.

JS

Ciertamente, el último gran musical de estilo «clásico» fue “Hello Dolly”(1969), dirigida por el gran Gene Kelly y protagonizada por Barbra Streisand.
Alfonso Sánchez, crítico de nuestra juventud, profetizo y acertó que el último gran musical era “Hello, Dolly”, de 1969 (ya reseñado arriba).
Realmente, Richard Lester dinamito los cimientos del gran Musical hollywoodense. Pese a ello, por inercia, aún se realizaron algunos musicales, por ejemplo, “Mary Poppins” (Robert Stevensson, 1964), “Sonrisas y lágrimas” (Robert Wise, 1965), “Millie” (George Roy Hill, 1967), “El valle del arco iris” (Francis Coppola, 1967), “Camelot” (Joshua Logan, rodada en España, de 1967), “La leyenda de la ciudad sin nombre” (Joshua Logan, 1969) o “Vuelve a mi lado” (Vincente Minnelli, 1969), amén de la comentada “Hello, Dolly”.


ACSí, pero estos musicales no tienen ya que ver con lo que se entiende por genero musical desde principios de los 30 hasta finales de los 50, en que toda la fuerza y sentido (movimiento, coreografía) cinematográficos se centraba en la acción de los bailarines. Estas de los 60 son musicales cantados y carentes de la significación vitalista y la riqueza cinematográfica del auténtico musical, el bailado. Así, el cine musical se acaba con Astaire y Kelly, lo que le siguió son melodramas canoros, o sea pura decadencia. Y, de hecho, pese al dinero invertido, muy malas. Las películas renovadoras europeas (las de los Beatles o “Los paraguas de Cherburgo”) tampoco pueden considerarse musicales. El último intento (en mi opinión fallido) de retomar y renovar el musical lo llevó a cabo Bob Fosse (que había empezado como bailarín en los 50) con películas como “Noches en la ciudad” y “Cabaret”. En este siglo, como una forma de homenaje al verdadero musical, se celebró mucho, con óscares inclusive, la película “Lalaland” (La ciudad de las estrellas), pero no ha dado más frutos.

Ah, “West Side Story” sí que es, con sus grandes aciertos y sus errores (no pequeños) musical con mayúsculas. Yo creo que representa el cierre de una época y el comienzo de otra. Lo que hubiera podido ser un filme seminal no llegó, sin embargo, a fructificar.