(Por A. Cirerol)
Pues hubo un tiempo, hace medio siglo (AÚN HOY) en que Godard era Dios para una parte de la crítica moderna y para muchos jóvenes cinéfilos deseosos de romper con «lo establecido». YO, por ejemplo. Porque: nos parecía que sus películas eran reflexiones sobre la vida (ah, pero reflexiones basadas no en su experiencia, sino en el conocimiento proporcionado exclusivamente por el cine, pues éramos rebeldes infantiles). O sea, el cine de Godard era ingenua y radicalmente romántico. (Véase, pues, una escena de»Pierrot el loco» (1965):
O desesperadamente romantico:
Y amábamos el cine de Godard porque transformó (subvirtió: reventó) las estructuras narrativas (la dramaturgia) del cine tradicional e impuso (inventó?) nuevas formas de ver y leer el cine. O sea, se convirtió en el símbolo de la modernidad. Alguien capaz de comenzar así una película, revelando su tramoya ficticia (en «El desprecio», 1963):
O así, mostrando cómo se realiza (monetariamente) una película.
El poeta Louis Aragon se preguntó: «Qu’est-ce que l’Art?». Y llegó a la conclusión de que «L’ Art c’est Jean-Luc Godard».
À suivre-To be continued-Continuará.