Por Javier Sol
C´était une p´tite fille petite-bourgeoise que se aburría… la sombra de Eric Rohmer planea de fondo y, con un disimulado toque hamiltoniano, emerge de nuevo François Ozon, previejo verde a la manera de los vetustos Alberto Lattuada o Vicente Aranda, a contarnos la previsible historia de la post teen en cuestión. La chica, pues, tiene los ardores típicos de la (post)adolescencia (y para que uno se olvide del Louis Malle más perverso) se le ocurre enrollarse con un joven playero y, como mal follador, quiere ella practicar más y mejor (ayudada, a su vez, de vídeos porno) y además, cómo no, cobrando. Todo muy original: se lía con vejestorios (la peli, como veis, hace las delicias de las feministas), y, oh sorpresa, uno de los carcamales la palma; intervienen los flics como en los films de Chabrol, etc.
Todo absolutamente insólito, claro y los personajes y actores (o al revés, da igual) están sin definir y, para colmo, un somero apunte de incesto con el padrasto. Ozon, perdido en el maremágnum del prurito de epatar (ya lo ha hecho en otras películas aun inferiores) culmina con un epílogo impresentable: Aparición fantasmática de Charlotte Rampling (caramba, pese a la cirugía, aún está de buen ver), en el rol de la viuda del que la´pichó, arriba contado.
La verdad, ya uno está hasta los cojones de las aventuras de estas chicas postpúberes y lolitas del tres al cuarto (la vida de Adèle) (2013) o “Un amor de juventud”(2012) y recordar los prolegómenos desde, cómo el elemento fálico pasa de mano en mano de forma explícita como en “winchester ,73”(1950), hasta “Historias de Bienvenido (1964) o “Al azar Balthazar” (1965), a ejemplos más preclaros como “Vivir su vida” (1962) y “Bella de día (1966).
Al final, constato una verdad indefectible: ¡qué bien se vive en Francia¡. Uf, menos mal que todavía alguien como Guédiguian nos hacer ver, aunque someramente, que hay otros ángulos en la perspectiva del vivir.