“EL VIEJO ROBLE” DE KEN LOACH

UN HIMNO A LA ALEGRÍA EN EL INVIERNO DE LOS TIEMPOS

Por Antonio Cirerol

A partir de 1990, coincidiendo con la renuncia de Margaret Thatcher como primera ministra del Reino Unido, Ken Loach regresó al cine para iniciar un largo ciclo de películas en las que exponía los efectos de la gran derrota sufrida por la clase obrera británica a manos del thatcherismo (1979-1990), que puso en marcha una extensa y agresiva política de demolición de los avances laborales y sociales obtenidos después de la 2ª Guerra Mundial.

Esto es, un plan para desmantelar lo que un día se conoció como estado del bienestar.

El programa ultraliberal aplicado por el gobierno de Thatcher supuso la puesta en práctica de privatizaciones, recortes sociales y precariedad laboral que tuvieron como consecuencia la degradación y el deterioro de los servicios públicos y, fundamentalmente, el aplastamiento del poder sindical y la desmovilización de la clase trabajadora.

Podemos decir que cada nueva película de Ken Loach viene a dar cuenta de esta situación. La representación del paisaje político tras la larga derrota. En sus películas no hay alternativa. Sólo la revuelta individual producto de la desesperación y la solidaridad civil basada en el socorro mutuo, único recurso circunstancial frente a la ausencia de una respuesta organizada de clase, sindical y política.

Si sus dos últimos filmes, “Yo, Daniel Blake” y “Sorry, we missed you”, trazan una panorámica de la era postfordista del capitalismo globalizado con una clase obrera atomizada y desmovilizada que ha perdido su conciencia de clase, en “El viejo roble” el marasmo es ya completo. Sólo quedan el recuerdo y la nostalgia de lo que fue. Ya resulta imposible contestar a la pregunta que se hacía el protagonista de “Sorry, we missed yoy”: “¿Qué nos ha pasado?”.

Los trabajadores (jubilados o en paro, desprovistos de toda ilusión que no sea tomar una birra y hablar de los viejos tiempos) se reúnen en el último pub que subsiste a duras penas en el viejo pueblo minero para beber y recordar la época en que aún estaban abiertas las minas y había trabajo. No es ya conciencia de clase, sino sólo reminiscencias de su anterior condición de trabajadores, anécdotas sobre luchas pasadas, huelgas y derrotas. El único testimonio de aquellos hechos son las fotografías polvorientas colgadas en una sala clausurada del bar, como vestigios de heroicos tiempos remotos. Ellos, restos de lo que fue una clase obrera activa y poderosa en otra época, no creen ya en un futuro mejor. No entienden lo que ha ocurrido ni se lo preguntan ya, porque, en ausencia de una organización capaz de explicar, proponer, unir y actuar, han quedado reducidos a su propia individualidad sin perspectivas, condenados al arrinconamiento social y político. Sólo tienen su opinión de vencidos, hecha de un resentimiento sordo carente de expectativas, que es la que les proporcionan los medios de comunicación dominantes. Han perdido el sentido común popular, cuya base es la solidaridad de clase, y dan una interpretación antisocial a su pérdida de sentido. Los jóvenes llevan una vida ajena a la de la colectividad, pronto se largarán también de allí. Carecen de expectativas y de valores, la experiencia de los mayores ya no se transmite a las siguientes generaciones. Ellos, los mayores (los “ex hombres”, diría Gorki), no esperan nada, desconfían de todo, no creen que la unión de clase sirva ya para resolver sus problemas. No reconocen al enemigo y adjudican esta condición al que viene de fuera a quitarles el trabajo, dicen, a romper sus costumbres, sus tradiciones, su cultura, su barrio, su ciudad, su forma de vida. Se han hecho racistas, aunque si se lo preguntaran no lo reconocerían.

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“El viejo roble” comienza con la llegada de un grupo de inmigrantes/refugiados sirios (1) al pueblo que un día fue un importante centro minero. Las casas son baratas porque la mayoría de sus anteriores residentes se han marchado. Los recién llegados son mal recibidos por la población autóctona porque son vistos como una amenaza que puede llegar a modificar y arruinar su tradicional forma de vida. Entre los forasteros hay una mujer, Yara, joven, instruida, concienciada, “empoderada”, hija de un opositor al régimen de Asad, encarcelado en su país. Ella se convierte en el elemento catalizador del grupo y de los mismos vecinos. Ella es la que intenta devolver los valores perdidos a la comunidad: su historia de lucha, su conciencia proletaria y solidaria. Ella, una extranjera, una extraña, se integra en la nueva colectividad aportando, al mismo tiempo, su acervo moral y cultural, demostrando que los valores humanistas proletarios (2) son universales.

El grupo local de viejos mineros ve a los inmigrantes como un peligro para la estabilidad de sus valores y tradiciones y los rechaza de manera activa y violenta. Sólo uno de ellos, T. J. Ballantyne, el dueño del pub, se suma, al principio de un modo pasivo, a los esfuerzos de Yara. Él es un ser golpeado por la vida, amargado y culpabilizado por sus errores (le remuerde la conciencia no haber sabido amar a su mujer y a su hijo). Hoy vive en soledad con recurrentes ideas suicidas. Sólo ha depositado su cariño en un perro. La firmeza y la constancia de Yara consiguen sacar a T.J. de su apatía. Ambos se ponen manos a la obra para transformar el pub medio abandonado en un foco de animación social y cultural, lo cual suscita la repulsa de sus viejos camaradas. Sumidos en la desidia y el resentimiento (la forma que adopta su temor a un mundo en creciente transformación que no comprenden) sabotean los intentos de devolver el sentido de la vida al pueblo.

Cuando todo parece desmoronarse, la noticia de la muerte en una prisión siria del padre de Yara desata de pronto la solidaridad de los vecinos. Imprevistamente todo cambia.  Todos se hermanan con los inmigrantes y la película termina con una gran manifestación unitaria reivindicativa.

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Como en todas sus películas Loach adopta su característico estilo documental para estructurar la narración, con el que logra alcanzar esa impresión de verdad que los personajes transmiten al espectador, “como si los actores no actuasen ante la cámara y como si el espectador compartiera el tiempo de la acción con los personajes”. Tal como planteaba Cesare Zavattini, teórico y guionista del movimiento neorrealista italiano, Loach no pretende contar una historia como si fuese realidad, sino, al contrario, “contar la realidad como si fuera una historia”.  

Para ello su táctica narrativa no varía. Tomando como base el clarificador estudio de Gérald Collas sobre el realizador, titulado “El cine europeo frente a la realidad” (3), se pueden señalar las siguientes características constantes en el cine político de Ken Loach, tanto cuando se apoyaba en los guiones de Jim Allen (hasta 1995) como en los de Paul Laverty (desde 1996).

-Las dificultades (ideológicas o materiales) en que se debaten el o los protagonistas de sus películas se contraponen con el enfoque de un personaje (secundario o ajeno) que es el único capaz de analizar correctamente la situación y se erige en la conciencia del grupo.

-Tal examen cualitativo-prospectivo de los hechos no se dirige sólo a los personajes, sino también (y, sobre todo) al espectador, induciéndole a posicionarse.

-Lo que hace cambiar a los protagonistas confusos o dubitativos no es su progresión ideológica, sino un acontecimiento accidental que actúa como detonante para actuar.

-Los agentes históricos (partidos o sindicatos) están ausentes o han desaparecido del horizonte de la acción (salvo en el filme “Pan y rosas”, que es la crónica de una huelga basada en hechos reales). Aunque la clase obrera ha perdido su perspectiva (conciencia de clase, creencia en la posibilidad de cambio), se une para luchar (cuando lo hace) de forma espontánea, sin impulso organizativo ni una mira estratégica.

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Es también lo que ocurre en “El viejo roble”, aunque aún de una forma mucho más incongruente, ilusoria y bien podríamos añadir que quimérica.

En efecto, el final es totalmente contradictorio con la realidad que se ha expuesto a lo largo de la película, no se corresponde con su desarrollo lógico. Existe una flagrante contradicción entre el crudo realismo con que se han mostrado las cosas en su estado natural (la falta de capacidad de acción, tanto ideológica como material de la clase trabajadora, su regresión política) y la forma esperanzada/optimista en que al final se supera la situación. Esa discordancia entre lo que plantea la película y lo que propone la coloca fuera y más allá del realismo para situarla en el terreno de la figuración desiderativa. La repentina y podríamos decir que milagrosa toma de conciencia de los personajes, la imprevisible e inmotivada transformación de la “clase en sí” en “clase para sí” no se funda en la progresión natural de su entendimiento del estado de cosas, sino en lo que se ha señalado antes: el acaecimiento de un hecho accesorio (colateral y secundario) que tiene un imprevisto efecto comunitario catártico.  

De ninguna manera resulta plausible que la noticia de la muerte en una cárcel remota de un resistente desconocido (el padre de la protagonista) impulse de repente un global movimiento de solidaridad hacia la familia afectada (que hasta aquel momento había sido objeto del repudio violento y la exclusión) por parte de la mayoría de la población nativa. Menos aún se puede creer que suscite además la revitalización del espíritu de comunidad y de lucha.

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Ken Loach tiene 87 años. Durante más de medio siglo ha ilustrado cinematográficamente un extraordinario documento de la destructiva acción del capitalismo y sus desastrosos efectos sobre la clase trabajadora. Su legado permanecerá. Podemos aceptar que quiera despedirse con un canto a la fraternidad y que, contra toda evidencia, levante al sol de la ilusión la copa de la fe y brinde por que llegará el día en que los nada de hoy todo han de ser y todos los hombres vuelvan a ser hermanos.

NOTAS

1)Llama la atención, por su atipicidad, que la colectividad de inmigrantes/refugiados elegida para desarrollar la trama de la película sea la siria. Ciertamente, el total de personas inmigrantes de Gran Bretaña es aproximadamente de 9 millones 360 mil, lo que representa el 14% de la población. De ellos el 9% son polacos, otro tanto indios, el 6% paquistaníes. En los lugares más bajos: turcos, 100.000; libios, 16.000… Los sirios rondan los 11.500, o sea, el 0’12 %. Hay que suponer que la razón de la elección por parte de Loach-Laverty obedece más a factores o posicionamientos políticos personales.

2)No parece ser el caso de los inmigrantes/refugiados sirios, que pertenecerían, más bien, a una clase social con suficiencia económica para poder costear su salida de Siria. La clase proletaria no tenía otra opción que quedarse allí.

3)Capítulo del libro editado por la 42 Semana Internacional de Cine Valladolid 1997 bajo el título de “Cine europeo. El desafío de la realidad”.

Sorry We Missed You (Ken Loach)

Por David Puerta

Prólogo

Una obra de tendencia socialista cumple su función describiendo con fidelidad de detalles las relaciones sociales, destruyendo las ilusiones convencionales sobre el carácter de estas relaciones y quebrando el optimismo del mundo burgués, aunque el autor no proponga ninguna solución histórica de los conflictos sociales que describe o incluso no tome abiertamente partido”


(F. Engels. Carta a Minna Kautsky
)

Sólo quiero que las cosas sean como antes. ¿Qué nos ha pasado?” (Ricky Turner)

A partir de los 90, Ken Loach desarrolla un ciclo de películas en las que muestra las consecuencias de la gran derrota sufrida por la clase trabajadora inglesa a manos de los gobiernos conservadores de Margaret Thatcher, que llevaron a cabo una concienzuda labor de demolición de las conquistas laborales y sociales conseguidas tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Recortes, privatizaciones, deterioro y degradación de los servicios públicos y, fundamentalmente, el aplastamiento del poder sindical, fueron los jalones que fijaron los rasgos de disgregación, precariedad y desmovilización que caracterizan la situación actual: Riff-Raff”Lloviendo piedras”Ladybird, Ladybird”Mi nombre es Joe”La cuadrilla”Felices dieciséis”En un mundo libre” o Buscando a Eric”.

En 2019, y a sus ochenta y tres años, Ken Loach -contando nuevamente con la colaboración de su guionista fetiche, Paul Lavarty- dirigió el que posiblemente haya sido su último largometraje, Sorry, We Missed You”, el cual junto con su anterior trabajo, “Yo, Daniel Blake” (2017), muestran al espectador las consecuencias que hoy día soportan las clases trabajadoras, una vez transcurridos los poco más de 40 años tras la victoria del gobierno conservador-liberal de Margaret Thatcher que supuso una completa transformación del Reino Unido al apoyar la privatización de empresas estatales, de la educación y de los medios de ayuda social con sus políticas liberales en el período comprendido entre 1979 y 1990.

Ambas películas complementan la visión recogida por el cineasta en el documental de 2013, “El espíritu del 45”, donde K. Loach, en un ejercicio retrospectivo, traslada al espectador a los años de post guerra en Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial, mostrando el nacimiento y florecimiento del nuevo socialismo que surge tras las elecciones de 1945, cuando C.R. Attlee y el Partido Laborista consiguieron una aplastante victoria frente al Partido Conservador de Winston Churchill, y todo su empeño en la creación de una sociedad más justa y unida por el esfuerzo común, tratado desde un ámbito o perspectiva social y laboral. El documental recoge una serie de testimonios de personas pertenecientes a las familias más humildes de entonces, que sobrevivían soportando durísimas condiciones: pobreza, desempleo masivo, enfermedades relacionadas con la carencia de un sistema universal de sanidad y falta de tiempo libre. Familias cuyos numerosos miembros vivían hacinados en pequeñas viviendas en los suburbios más pobres de las ciudades británicas. Personas que anhelaban vivir en paz, tener un empleo, hijos y disfrutar de una vida familiar, pudiendo recuperar el control de sus propias vidas.

Las políticas de los gobiernos laboristas trajeron de la mano educación, un servicio nacional de salud (1946), empleo y la incorporación de las mujeres al mundo laboral, además de seguros sociales y servicios afines, ocio y vacaciones, lo que entonces se denominó welfare state, o estado del bienestar, y que condujo a un cambio brutal en las condiciones de la clase obrera y de la sociedad británica. Sin embargo, con la victoria del gobierno conservador de Margaret Thatcher en 1979, dieron comienzo las políticas de desmantelamiento del mismo, arrojando por la borda todo el esfuerzo y trabajo de los anteriores gobiernos laboristas, acabando con la derrota absoluta de la clase obrera. Las políticas conservadoras de M. Thatcher fueron exportadas con éxito a otros países, aprovechando el progresivo hundimiento y finalmente la caída de la Unión Soviética (1989). El documental traza una panorámica de la era postfordista del capitalismo globalizado, una clase obrera atomizada que ha perdido su conciencia de clase.

Sorry We Missed You obtuvo el Premio del Público al Mejor Film Europeo del Festival de San Sebastián (2019) y estuvo nominada a los premios BAFTA como Mejor Film Británico (2019).

El Capitalismo Digital

Si En un mundo libre (2007) o en Yo, Daniel Blake (2016), K. Loach mostraba al espectador la precariedad y explotación laboral, la inmigración, la dificultad de conciliación de la vida profesional y familiar; y la realidad de la asistencia (burocracia) social inglesa cuando es la propia administración la que impone trabas impidiendo a los trabajadores el acceso a la misma, y como resultado, la solidaridad de la clase obrera, es la única vía en que se materializa esa ayuda. En Sorry We Missed You enfrenta al espectador a la verdadera realidad que esconde una de las nuevas modalidades de empleo de la moderna Economía Colaborativa, término deliberadamente engañoso al que se debería denominar por su verdadero nombre: Capitalismo Digital.

Como ha sido habitual en toda su filmografía, la intención del director no es otra que mostrar una vez más, dos de las múltiples caras de una misma realidad, o al menos hacer ver al espectador que nunca han dejado de estar ahí, por mucho que algunos no quieran reconocerlo. Es lo que subyace en el trasfondo de la película, en torno a lo que se articula y desarrolla su trama, presentando cómo las dificultades laborales trascienden al ámbito familiar y escolar, así como su integración y conciliación planteada en el seno de otra familia de clase obrera.

Si se atiende exclusivamente al trailer de la película y toda la propaganda aparecida en los medios de comunicación, pareciera que K. Loach únicamente pretende mostrar la realidad del modelo actual de explotación laboral y social; modelo, todo hay que decirlo, que nunca se extinguió, y que se encuentra en pleno vigor y fortaleza gracias al beneplácito de una buena parte de la sociedad occidental moderna que únicamente considera válido el modelo económico neoliberal, ante el cual se ha arrodillado la izquierda. Quizás lo único que pueda reconocerse como realmente novedoso sean los renovados y sofisticados métodos de explotación laboral, adaptados y basados en las posibilidades que brinda la moderna tecnología. Nos encontramos pues, ante una revisión del modelo de explotación que, tradicional e históricamente, han venido soportando las clases más desfavorecidas, desde que a finales del siglo XVIII tuviera lugar el comienzo de la revolución industrial en Gran Bretaña.

Sin embargo, K. Loach muestra por un lado a Ricky, el personaje principal masculino, un antiguo obrero de la construcción en paro, sin formación profesional o académica, en búsqueda de un trabajo que por fin le permita mejorar su status social y que le garantice una mínima estabilidad económica. 

Y por otro lado, Abby, su esposa, quien trabaja para una empresa de servicios en el cuidado y atención de enfermos y personas dependientes, trabajo vocacional que le permite construir relaciones personales y afectivas con sus asistidos, a pesar de tenerlas prohibidas por las políticas de su empresa.

La película comienza yendo directamente a la yugular del espectador, mostrando una primera escena con la pantalla fundida en negro permitiendo solamente escuchar el comienzo de la conversación que mantienen Ricky y Maloney, el responsable de una empresa de repartos de paquetería a domicilio, donde el primero parece estar deseando comenzar a trabajar:

Ricky: “He hecho de todo. Lo que se te ocurra, lo he hecho. Sobre todo en la construcción: cimientos, canalizaciones, excavaciones, señalizaciones, hormigonado, techados, revestimiento de suelos, pavimentación, solados de piedra, fontanería, carpintería… Hasta he cavado tumbas… De todo”.

Maloney: “¿Y por qué lo dejaste?”

R:”Porque siempre tenía a alguien encima. Y después de pasar tanto tiempo, tantos inviernos, helándote las pelotas, acabas hartándote”.

M:”¿Has hecho trabajos de jardinería?”

R:”Sí, me encanta. Siempre fuera. Clientes diferentes cada día, diferentes casas, diferentes encargos. Soy muy currante. Por desgracia, los chavales con los que trabajaba eran muy vagos, los cabrones. Así que… Sí, prefiero trabajar por mi cuenta y ser mi propio jefe”.

M:¿Has cobrado ayudas sociales alguna vez?”

R:”No. No, no, no, no. Tengo mi orgullo. Es… Prefiero morirme de hambre”.

M:”Me encanta lo que oigo, Ricky. Henry tenía razón: eres un hombre de fiar”.

M:”Dejemos algunas cosas claras desde el principio, ¿vale? Aquí no eres un contratado, te unes al equipo. Tú eres un miembro más. No trabajas para nosotros, realizas servicios. No hay contrato como tal, hay objetivos de rendimiento, cumples normas de calidad. No hay sueldo, hay tarifas. ¿Está claro?”

R:”Sí”.

M:”¿Sí?”

R:”Sí. Sí, sí, sí. Me parece bien. Sí. Genial. Sí”.

M:”No tienes que fichar, tienes que estar disponible. Si firmas con nosotros te conviertes en un transportista autónomo franquiciado. Serás dueño de tu destino. Es la diferencia entre los perdedores y los luchadores. ¿Eres capaz?”

R: Sí. Llevo esperando una oportunidad como esta desde hace siglos”.

M:”Sólo una cosa más antes de formalizar la franquicia: ¿trabajarás con tu propia furgoneta o nos la alquilarás?”

[…]

M:”Como todo aquí, Ricky, es decisión tuya”.

Los Turner son una más de las muchas familias de clase obrera que se vieron abocadas a perder su vivienda, provocado por la pérdida del empleo del padre, cuando el banco acabó ejecutando la hipoteca por sus impagos.

Completan la familia, Seb, un adolescente decepcionado y cabreado con un sistema que impone precariedad y explotación, en el que no encuentra ni espera un porvenir digno, y quien junto a su hermana, diariamente es testigo del tipo de vida al que se verá abocado a lidiar en un futuro cercano, mostrando su rebeldía y protesta a través de comportamientos subversivos; y la pequeña Liza Jane, una niña que ante la situación que le toca vivir, se muestra demasiado responsable para su edad derivando en problemas fisiológicos. Abby encarna la empatía, la cordura y el sentido común obrero, cada vez más perdido y venido a menos, viéndose sometida a un trabajo, duro y mal pagado, pero del cual disfruta. Valores de los que bebe y va interiorizando y haciendo propios su hija, quien ha ido adquiriendo poco a poco la conciencia de clase de su madre.

Si bien las penosas condiciones laborales de Ricky, que incluyen buscar un sustituto si debe ausentarse un día de trabajo, o jornadas de 14 horas diarias durante 6 días a la semana, las de Abby no son mejores, resultando muy clarificadora una conversación que mantiene con Molly, una de las personas a las que cuida.

Además de tratarse de una mujer inmersa en una sociedad machista, y por tanto en ella recae toda la responsabilidad de mantener el contacto con los profesores de sus hijos, así como asistir a reuniones con ellos, revisar sus tareas escolares y las facturas del hogar, comunicarse con sus hijos vía móvil aprovechando los trayectos entre domicilios y cocinar para la familia, se ve forzada a vender su coche para poder dar una entrada para la compra de la furgoneta de su marido, empeorando aún más sus condiciones.

No deja de ser significativo que la situación de Abbey evoque a las de la indígena Cleo en la oscarizada Roma, de Alfonso Cuarón, que se desarrolla en el México D.F. casi 50 años atrás. Poco ha mejorado y avanzado la situación de la mujer trabajadora en todo ese tiempo.

Molly, antigua sindicalista que en tiempos de M. Thatcher colaboró ayudando a servir comidas durante las famosas huelgas de mineros de entonces, no da crédito a todo lo que Abbey le cuenta: tener prohibido trabar amistad con sus atendidos, tener un contrato de cero horas abonándosele exclusivamente las visitas, así como asumir sus gastos y tiempos de desplazamiento entre domicilios, y soportando agotadoras jornadas laborales desde las 7.30 de la mañana hasta las 9.00 de la noche. ¿Dónde quedó la jornada de 8 horas? – se pregunta Molly.

Ante las largas jornadas laborales de sus padres, los hijos apenas comparten tiempo con ellos, salvo unos pocos minutos al final del día mientras cenan en familia, antes de que los progenitores caigan rendidos en el sofá tras soportar una intensísima jornada laboral.

Un sábado, Liza Jane acompaña a su padre para ayudarle a hacer los repartos para que este pueda finalizar su trabajo lo antes posible, compartiendo así más tiempo con él, y con quien mantiene una charla acerca del escáner que controla los designios laborales del padre:

Liza Jane:”Envía mensajes, telefonea, fotografía, escanea, firma, contacta con los clientes… ¿Algo más?”

Ricky:”Sí, pita un montón ese trasto. Te juro que pita cuando llevo dos minutos fuera de la furgoneta”.

LJ:”¿Para que el cliente sepa dónde estás?”

R: “El cliente siempre sabe dónde estoy. Rastrean los paquetes. Si va por la puerta delantera, por la de atrás, puedes dejarlo en la puerta del garaje, que ellos saben dónde ha terminado”. 

LJ:”¿Y quién introduce la información ahí? Alguien tiene que pensarlo todo”.

R:“Un robot, una app, un programa informático…”

LJ:”¿Pero quién se ocupa del robot?”

R:”Ni idea, algún cerebrito cuatro ojos, ¿no?

LJ:”Que nunca va al baño, ¿no?”

LJ: “Si tienen tiempo para medirlo todo, podrían tener tiempo para ir al baño”.

R:”Sí. Ese coco no lo has heredado de mí, ¿no?”

Ricky irá descubriendo paulatinamente con el ejercicio de su nuevo empleo, la verdadera realidad que subyace en su nuevo trabajo como transportista autónomo franquiciado, un maquiavélico eufemismo moderno para referirse a la tan conocida realidad social y laboral determinada por la alienación del individuo, en este caso, tan acentuada como antaño pero a la vez, sometida en esta ocasión a matices diferenciales derivados de una nueva patología laboral: la autoexplotación, que se suma a la consabida ausencia de derechos laborales, jornadas laborales interminables, un sensible aumento del estrés y ansiedad motivados por un mayor nivel de competitividad, consecuencia de la necesidad de cubrir y garantizar las necesidades primarias, así como sufrir todo tipo de abusos, manifestaciones mal entendidas de poder y amenazas de un encargado sin escrúpulos, así como los problemas habituales que surgen de las relaciones laborales con sus compañeros e incluso en esta ocasión, de clientes desconfiados o insatisfechos con el servicio. Esto se materializa en una significativa disminución del escaso tiempo del trabajador para disfrutar de un merecido descanso, o encargarse de su corresponsabilidad doméstica, por lo que su esposa se ve aún más sola y abandonada para enfrentar el quehacer diario y lidiar con los problemas de absentismo y mal comportamiento de Seb, o los miedos de Liza Jane.

Las condiciones laborales de Ricky en su nuevo empleo se vuelven insostenibles en poco tiempo. La desesperación del protagonista por abandonar su precaria situación social y laboral le provoca no valorar ni dirimir adecuadamente, mostrándose incapaz de juzgar elementos cuyo conocimiento, por desgracia, solo devienen en el ejercicio del trabajo y que habitualmente no son objeto de análisis o reflexión previa antes de aceptar un empleo en las tan desesperadas circunstancias. En la penúltima escena, K. Loach nos muestra una intensa y acalorada discusión telefónica de Abby, quien absolutamente fuera de sí, se enfrenta a Maloney en defensa de su marido, ante un nuevo intento de abuso con amenazas de nuevas sanciones a Ricky por no poder encontrar a un relevo que le sustituya mientras se recupera de una paliza que recibe.

La película finaliza con una abrumadora escena final en la que Ricky, absolutamente agobiado y enloquecido, con varios huesos rotos y un brazo escayolado, abandona a escondidas su domicilio para retomar su trabajo, a espaldas de su familia. A pesar de verse obligado a enfrentarse a la oposición de su familia, quienes tratan de impedir a toda costa su marcha, acaba huyendo en su furgoneta dejándolos abandonados en mitad de la calle.

En esta película, Ken Loach deja patente su escepticismo y desconfianza ante la posibilidad de revertir la actual situación laboral derivada de todos los nuevos empleos y modalidades laborales surgidas al auspicio de la economía colaborativa y de las nuevas tecnologías. Téngase presente que el sistema neoliberal, con sus think tanks, lobbies y medios de comunicación ya se han encargado de deslegitimar y desprestigiar la labor que venían haciendo los sindicatos, así como la propia mala praxis de una parte de sus dirigentes y representantes, socavando y precarizando cada vez más el estado del bienestar y la aceptación de condiciones laborales más duras, debido a la pérdida de la conciencia de clase de la clase trabajadora, la cual inmersa en su precariedad, ha hecho propios valores de otra escala social que no los representa. La ausencia actual de una representación sindical con una estructura fuerte, así como de partidos de izquierda que luchen en defensa de los intereses de los trabajadores en este nuevo entorno y nuevas relaciones laborales, no sugieren un futuro muy esperanzador.

¿Dónde han quedado los principios del Manifiesto del Partido Laborista: libertad, democracia, eficiencia, progreso, espíritu solidario, servicio sanitario y educación universales, de calidad y gratuitos, vivienda digna y planificación del espacio y del urbanismo, servicios públicos y servicios de transporte eficientes, y recursos materiales al servicio de los británicos?

Cita: “El precio de la llamada “libertad económica” para unos pocos es demasiado alto si se compra con el desempleo y la miseria de millones de personas.” (Fuente: El Espíritu del 45. Ken Loach)

Yo, Daniel Blake (El Cine de la Crisis 2)

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YO, DANIEL BLAKE

(Por Reyes Salve)

 

Es una película que no deja en cualquier caso indiferente. Defrauda a los que van al cine simplemente a echar unas risas.

En la dimensión de reflejo social, se enmarca en el paisaje de las personas que son víctimas del sinsentido de la absurda burocracia. Resulta ser el espejo en el que nunca nos quisiéramos mirar, pero que tenemos que traspasar para llevar nosotros las riendas, ya que no «ellos». En definitiva, se infiere que tenemos que seguir en esa pelea de continuar día a día y no desfallecer, porque nadie nos va a rescatar si caemos en desgracia.

Se deduce en lo que se nos cuenta que el director está inundado de lo verdaderamente humano y que a pesar de todo, la vida se puede mostrar a la vez bella y triste, amarga y esperanzadora.

Ken Loach muestra magistralmente el trasiego al que se ve abocado el protagonista en esa búsqueda de una solución a su problema en soledad, aun habiendo tenido el feliz encuentro con Katie y sus hermosos hijos y con las personas que se muestran solícitas y solidarias.

 

YO, DANIEL BLAKE

(Por Antonio Cirerol)

Cada nueva película de Ken Loach viene a ser una pieza más en la construcción de ese gran mosaico que constituye su cine: el de la situación de la clase obrera en la época del capitalismo en su fase neoliberal. Más concretamente, de los despojos de lo que fue la clase trabajadora tras la guerra librada contra ella y sus formas organizativas por el thatcherismo. Es, pues, la representación del paisaje tras la derrota. “Yo, Daniel Blake” es el último fragmento por hoy del drama, en el que se muestra el estado actual de ruina de lo que un día se conoció como “estado de bienestar”, la quiebra de los servicios sociales y la depauperización de las clases trabajadoras.

Su última película denuncia la burocracia de los servicios sociales ingleses privatizados, utilizada como arma política contra la clase obrera y los pobres, y como forma de rentabilizar los beneficios que produce la exclusión de éstos por la propia ineficiencia del sistema. Estas políticas tienen también como objetivo disgregar y desmoralizar a la clase obrera, que los nuevos pobres se sientan culpables de su situación, paralizados por la vergüenza. Su propósito es que la miseria anule su capacidad de resistencia y su propia conciencia de trabajador y de ser humano.

Para K. Loach no hay alternativa. Sólo la revuelta individual que produce la desesperación, traducida en el film en una reivindicación póstuma: “Soy una persona, no un perro”. Como siempre en Loach, la solidaridad de clase, basada en el socorro mutuo, se convierte en el único transitorio recurso, ante la ausencia de una respuesta organizada de clase, sindical o política (que sólo en su lejano film “Pan y rosas” llegaba a materializarse).