YO, DANIEL BLAKE
(Por Reyes Salve)
Es una película que no deja en cualquier caso indiferente. Defrauda a los que van al cine simplemente a echar unas risas.
En la dimensión de reflejo social, se enmarca en el paisaje de las personas que son víctimas del sinsentido de la absurda burocracia. Resulta ser el espejo en el que nunca nos quisiéramos mirar, pero que tenemos que traspasar para llevar nosotros las riendas, ya que no «ellos». En definitiva, se infiere que tenemos que seguir en esa pelea de continuar día a día y no desfallecer, porque nadie nos va a rescatar si caemos en desgracia.
Se deduce en lo que se nos cuenta que el director está inundado de lo verdaderamente humano y que a pesar de todo, la vida se puede mostrar a la vez bella y triste, amarga y esperanzadora.
Ken Loach muestra magistralmente el trasiego al que se ve abocado el protagonista en esa búsqueda de una solución a su problema en soledad, aun habiendo tenido el feliz encuentro con Katie y sus hermosos hijos y con las personas que se muestran solícitas y solidarias.
YO, DANIEL BLAKE
(Por Antonio Cirerol)
Cada nueva película de Ken Loach viene a ser una pieza más en la construcción de ese gran mosaico que constituye su cine: el de la situación de la clase obrera en la época del capitalismo en su fase neoliberal. Más concretamente, de los despojos de lo que fue la clase trabajadora tras la guerra librada contra ella y sus formas organizativas por el thatcherismo. Es, pues, la representación del paisaje tras la derrota. “Yo, Daniel Blake” es el último fragmento por hoy del drama, en el que se muestra el estado actual de ruina de lo que un día se conoció como “estado de bienestar”, la quiebra de los servicios sociales y la depauperización de las clases trabajadoras.
Su última película denuncia la burocracia de los servicios sociales ingleses privatizados, utilizada como arma política contra la clase obrera y los pobres, y como forma de rentabilizar los beneficios que produce la exclusión de éstos por la propia ineficiencia del sistema. Estas políticas tienen también como objetivo disgregar y desmoralizar a la clase obrera, que los nuevos pobres se sientan culpables de su situación, paralizados por la vergüenza. Su propósito es que la miseria anule su capacidad de resistencia y su propia conciencia de trabajador y de ser humano.
Para K. Loach no hay alternativa. Sólo la revuelta individual que produce la desesperación, traducida en el film en una reivindicación póstuma: “Soy una persona, no un perro”. Como siempre en Loach, la solidaridad de clase, basada en el socorro mutuo, se convierte en el único transitorio recurso, ante la ausencia de una respuesta organizada de clase, sindical o política (que sólo en su lejano film “Pan y rosas” llegaba a materializarse).