“MIENTRAS DURE LA GUERRA”, LA MIXTIFICACIÓN DE LA HISTORIA POR AMENÁBAR

Crítica de la película «Mientras dure la Guerra»

Por A. Cirerol

No lo parece, pero el cine español ha tratado en múltiples ocasiones el tema de la guerra civil. No demasiadas durante el franquismo, mucho más proclive a las películas de evasión, pero las precisas para fijar la visión canónica de la historia por parte del bando vencedor. La norma la marcaban los uniformes y las sotanas. Tuvo que transcurrir un cuarto de siglo para que las películas de Carlos Saura y Martín Patino ofreciesen una subterránea lectura corrosiva de aquella historia tergiversada y mixtificadora. Con la democracia hubo una plétora de películas sobre la guerra civil, casi todas carentes de perspectiva ideológica y, lo que es mucho peor, muy débiles desde el plano formal. Las más bienintencionadas y comprometidas pusieron todo su énfasis en resaltar los aspectos melodramáticos. Otras, las más perniciosas, marcaron tendencia. “Las bicicletas son para el verano”, o cómo la guerra viene a perturbar la plácida existencia de las familias burguesas. “Libertarias”, un pase de modelos en tiempos revolucionarios. “Tierra y libertad”, aquella de la que más cabía esperar, pues era la más ideológica (pues planteaba el dilema de la izquierda: ganar la guerra o hacer la revolución): un politizado y falsario alegato contra el papel de los comunistas en la guerra: las secuencias finales las hubiera firmado gozosamente Sáenz de Heredia. “La vaquilla”, o cómo los de uno y otro bando eran por igual unos granujas y desaprensivos, carentes de cualquier vestigio de principios morales, una farsa, en fin. “Pa negre”, la más nihilista: todo fue una infamia, todos unos canallas.

Hay que buscar el sentido de la última película de Amenábar en su propio título, así como en sus planos inicial y final.  “Mientras dure la guerra” hace referencia al decreto de la Junta de Defensa Nacional, surgida del golpe de estado contra la República, que nombró a Franco Jefe del Estado “durante el tiempo que se prolongase la guerra”. Ese epígrafe condicional que limitaba su mandato fue suprimido en el momento de ser publicado. Al elegir ese requisito, luego eliminado, como título de su película, su director no sólo pone en evidencia el tejemaneje que sirvió para perpetuar a Franco, sino que parece sugerir ilusamente que si no hubiera sido por ese amaño una vez acabada la contienda se hubiese podido llegar a restituir el orden institucional… republicano.

Los planos que abren y cierran el filme son de banderas. En el primero ondea la bandera republicana como símbolo de la legalidad. En el final, la (vencedora) bandera roja y gualda franquista se agita sucia y deshilachada, como un viejo harapo desgastado por la historia. Hay que entender, aunque no se explicite manifiestamente, que a esa bandera del aguilucho sólo la puede sustituir como digna heredera de aquella republicana burguesa la actual de la monarquía constitucional, liberal y burguesa.

Para ello Amenábar precisa silenciar la principal y auténtica razón de la sublevación: el triunfo del Frente Popular en febrero del 36 y el nivel alcanzado por el movimiento revolucionario, que hacían peligrar el poder político y económico de la burguesía. En la película, salvo circunstanciales apóstrofes referidos a fascistas y bolcheviques, no se hace referencia a estas causas. La lucha de clases, que fue el detonante del alzamiento militar, está ausente. Las dos clases en pugna (la clase financiera-empresarial-terrateniente y la clase trabajadora constituida por obreros y campesinos) son invisibles en la película de Amenábar sobre la guerra civil española. En su lugar, la trama se centra en la exposición de la lucha por el poder en el seno de la red conspirativa militar (apoyada por el estamento clerical) y el dubitativo y contradictorio estrato intelectual de la pequeña burguesía republicana representado por Unamuno y su entorno.

Determinada crítica ha pretendido que estamos ante un filme sobre Unamuno, acerca de los avatares morales del escritor en un momento crítico de su vida y su país, como una especie de biopic centrado en ese punto álgido. Pero, en realidad, si Amenábar escoge como protagonista de su película a un personaje como Unamuno es porque quiere hacer de él una figura simbólica para los tiempos actuales, y después intentaremos ver por qué.

El tema principal de la película es el proceso de toma de conciencia del personaje, o, más precisamente, tal como aparece sugerido en numerosas escenas, su despertar a la realidad de la situación histórica. Unamuno es el intelectual soberbio y contradictorio, pero íntegro. Para él la historia de España es una historia trágica porque los españoles nunca han sabido ponerse de acuerdo, escucharse, dejar de gritarse, de discutir, de tirarse los trastos a la cabeza, de imponer las ideas de los unos sobre las ideas de los otros, donde siempre han embestido los “hunos” contra los “hotros” haciendo así imposible construir la nación de todos, formando parte de una empresa común, ricos y pobres, liberales y conservadores, izquierdas y derechas, castellanos, catalanes, vascos, andaluces… porque, pese a las diferencias, todos son españoles.

La República (“de los trabajadores”, tal como aparecía farisaicamente en su Constitución, expresión que utilizó de forma irónicamente crítica el autor soviético Ilia Ehrenbourg para escribir su libro sobre España) trajo por primera vez ese aliento de esperanza; abolida la monarquía se abría un camino de concordia y progreso (aunque se olvida Casas Viejas, la represión de Asturias…), pero lo impidió de nuevo el cainismo secular de este país que podemos representar con la simbólica imagen de los brutos del cuadro de Goya moliéndose a garrotazos. En su película Amenábar plantea lo mismo: el enfrentamiento entre brutos representados por generales y obispos por un lado y “los revolucionarios”, “los comunistas”, invisibles en el filme, por otro. Los unos, espejo deformado de los otros. Brutos unos y otros, que impiden el desarrollo natural de una sociedad democrática, culta, civilizada… Unamuno es el personaje representativo en el que confluyen las dos atávicas negaciones del “ser español”. El intelectual incapacitado para salir de sí mismo y entrar en contacto con la realidad de la vida, como la España ensimismada, incapaz de abrirse al progreso. Un espíritu dubitativo y paradójico que se debate “agónicamente” entre la razón y la fe, la incredulidad y el ansia de creer, entre lo eterno y lo transitorio, la vanidad más egocéntrica y la sobriedad, que en la película aparecen representados por “el dormir” y “el despertar”.

La República con la que sueña Unamuno es aquella “que progresa conservando”, sin las arremetidas de los bárbaros, ya sean de izquierdas o de derechas, fascistas o comunistas. Es por eso que, Unamuno dixit, hay que “depurarla” de vez en cuando con un golpe de fuerza. Pero esta vez no se trata de una “sanjurjada” más, encargada de “limpiar” la República de revoltosos, sino de un golpe de efectos funestos y aniquiladores. Esto es lo que se niega a ver Unamuno, que creyendo apoyar a los encargados de “purificar” la República se encuentra dando apoyo moral y espiritual al fascismo. Amenábar toma, pues, como referente a un personaje sordo y ciego a la lucha de clases (en la que él, sin embargo, participa de forma activa -económicamente, incluso- “sin darse cuenta”), que ha hecho de la contradicción su forma de ser, su “personaje”. Posiblemente el máximo representante de la intelectualidad española de la época, que reivindicaba orgullosamente la España del atraso secular, la “España eterna”, “fecunda y silenciosa”, porque así tenía que ser para que pudiera conservar su “alma”.

Para ilustrar el “despertar moral” del protagonista se escenifica (momento culminante del filme) el famoso discurso pronunciado por Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, de la que él era rector (destituido por el gobierno de la República, restituido por los sediciosos y vuelto a destituir por estos tras el incidente), en el que se enfrenta valientemente a los facciosos, entre los que se encontraba el general golpista Millán Astray y la mujer de Franco: “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis etc.”. Se trata, como se ha demostrado, de un discurso inventado a posteriori, idealizado para cincelar toda su fuerza dramática y ejemplarizante. Nunca se podrá saber lo que realmente dijo Unamuno, sin duda sus palabras estuvieron muy alejadas de las que acuñaron el mito. Aunque no fue del agrado de los presentes no provocó “la furiosa réplica del general mutilado ni hubo pistolas encañonando al rector”, como se ve en la película. Amenábar hace suya la aseveración de aquel periodista en la película “El hombre que mató a Liberty Valance”, de John Ford: aquí, entre la realidad y la leyenda imprimimos la leyenda. Esa mixtificación de la historia por parte de Amenábar da lugar, lamentablemente, a una de las escenas más ominosas del cine español: el plano de detalle de la mano de la mujer del dictador cogiendo la del custodio de la cultura para salvarle de la furia de los bárbaros dispuestos a lincharle por su discurso apócrifo.

Pero de lo que se trata para Amenábar es de que unos hechos como los representados en la película deben servir de advertencia para los tiempos que corren. Ante un resurgimiento en Europa de opciones políticas involucionistas, que hoy aquí coincide con la fulgurante aparición de un partido franquista, los intelectuales y la sociedad deben despertar para señalar el peligro y enfrentarse a él con las armas de la razón y la legalidad. La democracia liberal, heredera de aquella República truncada, es la que lo hace posible: un lugar en el que los bárbaros de un lado y de otro no tengan cabida, en la que la lucha de clases se haya aplacado (de forma similar a como Amenábar la hace desaparecer del “topos” cinematográfico). Cine mainstream de qualité, comercial y coincidente con los gustos mayoritarios del público, para que guste a todos. Como el mismo Amenábar afirmó en una entrevista en el periódico ABC: “He intentado no ofender. Ser entendido por la izquierda y la derecha”. Pues de eso va la cosa.

*****

(N.B: Un apunte sobre la cuestión de la “verosimilitud”, que afecta a la “recíproca funcionalidad de forma y contenido”, que aquí tiene que ver con la interpretación y la ambientación, asignaturas perdurablemente pendientes del cine español.

La dirección de actores, tan celebrada en la película, se basa esencialmente en la imitación de la gestualidad, posados, voces, vestuario (casi podríamos decir “disfraces”) de las figuras históricas representadas. Se trata de impresionar al espectador con el mayor “parecido” posible entre actores y personajes. Pero así sólo se llega a captar su apariencia externa, superficial, no su lógica interna. Véase al respecto la composición del “personaje Franco en la intimidad”. Se copia fielmente la imagen con la que indefectiblemente aparecía en los noticiarios (NODO) posando en escenas familiares. Pero sin tener en cuenta que tales escenas no eran sino simples representaciones para ofrecer al gran público una imagen favorecedora del “Caudillo”, es decir, mera impostura. Al tomar (remedar) en el film de Amenábar como reales dichos modelos fingidos se llega a una representación doblemente artificial del personaje, produciendo en el espectador una sensación de “molestia artística” debida a la falta de verosimilitud interpretativa. Lo mismo puede decirse del resto de figuras (o figurones) históricos, desde doña Carmen a don Miguel de Unamuno. Si el “personaje Millán Astray” sale mejor librado es, sobre todo, porque la desmesura del personaje lo propicia.

Fuera de esa constelación de figuras históricas disfrazadas, el resto de personajes carece de entidad. El joven amigo “de izquierdas” de Unamuno se comporta como el alter ego del director y el Pepito Grillo (o conciencia) de don Miguel. Representante de las ideas de progreso es el encargado de dar a aquel la vez para que dé rienda suelta a toda su retahíla de frases hechas que lo identifiquen como al conocido intelectual contradictorio y agonista.

En él y en la mayoría de figurantes queda en evidencia la incapacidad endémica del cine español para reproducir la “fisicidad” de los tipos humanos de la época. La ambientación difiere poco de la habitual en las series televisivas y, como en tantas obras de nuestro cine, carece de naturalidad y verismo. Las escenas cotidianas “de ambiente”, así como las de masas, se muestran incapaces de hacernos creer lo que pretenden representar; basta para ello con recordar la primera escena correspondiente a la toma por las fuerzas golpistas de la Plaza Mayor de la ciudad y la tentativa de resistencia de un grupo local.

La banda sonora musical, a lo Joaquín Rodrigo, concebida para suscitar y guiar las emociones del espectador, o sea, lo que éste debe sentir ante lo que ve)

JOKER, O EL NUEVO ÍDOLO ANTISISTEMA

SEND IN THE CLOWNS: JOKER, O EL NUEVO ÍDOLO ANTISISTEMA.

Todd Phillips

Por D. Puerta

Mientras acaba este Joker de Todd Phillips, se escucha a Frank Sinatra interpretando Sendin the Clowns y me pregunto: ¿qué diferencia a este Joker del que fue interpretado por Jared Leto, Heath Ledger o Jack Nicholson?

En primer lugar, algo tendrá que ver el hecho de haber logrado el premio a la mejor película en el Festival de Cine de Venecia, en gran medida gracias a la gran interpretación de Joaquim Phoenix en el papel de este personaje del universo de DC Comics. Un actor histriónico que toma el relevo de Robert de Niro, un claro ejemplo de actor superlativo en sus interpretaciones de personajes conflictivos y violentos a lo largo de su carrera como en “El Padrino II” o “Taxi Driver”. Sin duda, el venido a menos De Niro es eliminado sin vacilaciones ni remordimientos por Phoenix delante de las cámaras.

En segundo lugar, la fuerza visual de la película: empleo de colores, maquillaje y un vestuario muy atractivos. La técnica se presupone estos días con los adelantos tecnológicos, y Joker no iba a ser una excepción: buenos planos, perspectivas y empleo de la luz, consiguiendo una atmósfera sugerente.

En tercer lugar, debido a la más que presumible impresión que me invade de que este nuevo Joker acabará convirtiéndose en otro icono popular de la lucha de los antisistema e indignados, y así como en una ingente fuente de ingresos por merchandising para los propietarios de los derechos de autor. Una figura que competirá con las populares de El Che, Martin Luther King o V, el protagonista de V de Vendetta.

Este último es un personaje surgido curiosamente de una adaptación de la novela gráfica de Vertigo Cómics  que tiene el mismo nombre del personaje, y que no es más ni menos que un sub-sello de ¡DC Cómics!

Como bien sabemos, V se convirtió en el símbolo de los indignados del 15M y del movimiento Anonymous, pero este Joker ha venido para sustituirle y constituir una imagen renovada o nuevo símbolo de esos mismos indignados, una actualización o revisión que dirían algunos. Ningún cambio más. ¿Es una casualidad o una causalidad?

V, constituido en el símbolo de la nueva revolución social del siglo XXI. Supongo que George Soros se estará frotando las manos comprobando que este nuevo Joker representará la nueva imagen de indignados y antisistemas por todo el mundo, que marcharán por las calles de Europa y de Occidente con la cara pintada como Arthur Fleck reclamando un sistema más justo, que no será otro que la reinvención del sistema capitalista, ¿o acaso existe una alternativa real, formal, crítica y bien planificada que se contraponga a la existente?, recordándonos aquella famosa frase de Nicolás Sarkozy y la reinvención del capitalismo.

Volviendo a la película, cabe preguntarse qué ha cambiado en el cine norteamericano donde últimamente es posible encontrarse con películas como “Vice” (desafortunadamente traducida en España como El vicio del poder) o “Margin Call” por poner dos claros ejemplos recientes, en los que parece cuestionarse el sistema político y económico americano.

Joker nuevamente critica el sistema, pero deja una reflexión final: ¿quién es más loco? ¿El loco? ¿O el loco que sigue al loco? ¿Joker? ¿O aquellos que le siguen, creyendo ver un líder, un ídolo, que les ilumina el difícil camino a seguir en su lucha por cambiar la sociedad y el sistema? Ese líder que no duda en acabar con los que detentan el poder, lo ejercen y abusan. ¿Tan incapaces somos de reconocer a un loco? Cierto es que en ocasiones cuesta darse cuenta, no nos lo ponen fácil.

¿Qué ha sido del tan manido American Dream? Ese sueño que se refiere a ideales que garantizan la oportunidad de prosperar y tener éxito para lograr una movilidad social hacia arriba. Democracia, derechos civiles, libertad, igualdad y oportunidad. Ese sistema que preconiza que la vida debería ser mejor y más rica y llena para todas las personas, con oportunidades para todo el mundo según su habilidad o su trabajo, independientemente de su clase social o las circunstancias de las que proviene.

El cine americano nos ha ilustrado en numerosísimas ocasiones con ejemplos de cómo con trabajo, esfuerzo y capacidad cualquiera es capaz de prosperar en la escala social. Aquel que lo consigue es porque es una buena persona y se lo merece. Un premio divino.

Ejemplos de ello hay muchos como decía, sin ir más lejos uno relativamente reciente: “Forest Gump”. Un tonto bonachón, con una madre que le ama incondicionalmente, que le inculca los profundos principios morales, éticos y religiosos del sistema. Al final, el hombre bueno, es el que triunfa en la vida. ¿Cuántas personas habrán pensado lo mismo que la madre de Forest? ¿Qué ingenuo no compraría ese mensaje?

Pero si de algo va este Joker es precisamente de todo lo contrario: la expresión de la rebelión de los misfits (inadaptados) contra el sistema que les ahoga, les maltrata y no les da oportunidades de prosperar y garantizar una vida digna.

Los personajes que nos muestra en primer término Joker son una versión cinematográfica de los caracterizados en “Los Simpson” o la familia Conner de la serie “Rossane”, series de ficción que describen a la clase obrera americana, empleando el humor para hacer frente y crítica al sistema.

En este caso, Joker nos presenta a Arthur Fleck: un paria, un enfermo mental, un perdedor, y además un mal humorista. Alguien que no cuenta para nadie, salvo para su madre. Otra enferma mental, apartada también por el sistema, que vive encerrada en su apartamento, atendida por su hijo de la que depende totalmente. Un hijo que malvive trabajando como hombre anuncio disfrazado de payaso. Ninguno encarna el sueño americano. Son otros de los innumerables perdedores, o losers, del sistema. Los que no cuentan, los olvidados, aquellos de los que nadie se acuerda más que cuando se acercan las elecciones e intentan captar su voto con vagas promesas y mensajes llenos de ilusión pero vacíos de hechos. Medidas que nunca se llevarán a la práctica: la zanahoria y el burro, ya se sabe.

Arthur como muchos otros es una persona que a lo largo de su vida viene sufriendo todo tipo de burlas, vejaciones y humillaciones, incluso en su infancia fue objeto de abusos sexuales. Por si no fuera bastante, sufre las puyas de sus compañeros de trabajo, robos e insultos en el ejercicio de su trabajo, llegando incluso a recibir brutales palizas.

La enfermedad que aqueja a Arthur se denomina labilidad emocional, una enfermedad de la que nunca oí hablar, la cual le provoca frecuentes episodios de risa y lloros de manera incontrolable en cualquier momento del día. Resulta un tipo extraño. Parece un lunático.

Arthur desea ser humorista, su madre siempre se lo dejó claro. Happy – pseudónimo que emplea cuando habla con él- nació para hacer reír a la gente, para hacerla feliz. Acude a varios clubes donde anota ideas para su repertorio. Incluso llega a actuar delante de todos en una ocasión. Pero la sociedad no entiende el sentido del humor de un enfermo mental. La gente se ríe de él, de lo patético y ridículo que resulta.

Un día el rey de la comedia, Murray Franklin, el personaje encarnado por De Niro, un presentador de un programa televisivo nocturno estilo a “Late Motiv”, se mofa de él tras recibir un vídeo de un televidente con una de sus actuaciones. Murray le humilla delante del público. Pero el share es el share, la audiencia es la audiencia, y todo es lícito para subir ambos, incluso reírse de un enfermo.

La transformación de Arthur en Joker tiene lugar tras una cadena de sucesos que acontecen en el mismo día: un compañero de trabajo le entrega una pistola para que pueda protegerse, pierde su empleo, y mientras regresa a casa es atacado en un vagón del metro por tres ejecutivos que habían estado acosando a una mujer en presencia de Arthur, quien nervioso e incapaz de aguantar la risa, acaba siendo el fruto de las iras de esos tres tipos, y en un aparente intento de defenderse acaba asesinando con el arma a los tres.

El suceso trasciende a la sociedad. La gente se disfraza de payaso, lleva máscaras. Se busca a un asesino disfrazado de payaso de tres ejecutivos que trabajaban para el magnate Tom Wayne, quien se había postulado para ser el futuro alcalde de Gotham. Un empresario sin escrúpulos.

Esta sociedad demanda ver en la pequeña pantalla a gente ridícula y extravagante, cuanto peor, mejor. Aquello de “mal de muchos, consuelo de tontos”, por lo que finalmente Murray  decide invitarle a su programa televisivo.

Arthur decide aceptar la invitación, pero para entonces ya se ha completado su particular metamorfosis, su transformación en Joker. Ya no hay vuelta atrás, es demasiado tarde. Decidido a resarcirse de tantos años de sufrimiento, se ha convertido en un vengador, un ser sin remordimientos, y lleva a cabo su particular vendetta ante las cámaras de televisión en prime time:   acude al programa ataviado de payaso, pide ser presentado como Joker, y reconoce ante los telespectadores haber sido el autor del triple asesinato en el metro, explicando que debería acabarse con todas aquellas personas groseras, maleducadas, que abusan de los débiles, como habían hecho con él, como hizo el propio Murray con Arthur, y en el clímax de la vendetta acaba con la vida del popular presentador.

Todo sucede en prime time. La gente es testigo de todo en directo, las cadenas reproducen las escenas en los noticiarios, resuenan las palabras de Joker. Hay revueltas callejeras, los anti-sistema salen a la calle, tienen un nuevo ídolo. Arden contenedores, barricadas, realizan toda clase de actos vandálicos, e incluso son capaces de liberar a Joker del coche de policía que le llevaba a la cárcel.

Joker, feliz por ser nuevamente libre, rodeado de gentes con caretas de payaso, baila sobre el capó del coche de policía en el que viajaba, sonríe. Ya no está solo. Tiene a gente capaz de seguirle, liberarle si es preciso, gente que parece que le entiende, que le comprende.

Termino esta crítica regresando al punto en que la comenzaba, nuevamente recordando Send in the Clowns, pero esta vez la versión que hacía Judy Collins de esa canción. ¿Judy Collins o Frank Sinatra? Para mí no hay duda.

https://www.youtube.com/watch?v=8L6KGuTr9TI&list=PLGFHyosUzMUGsZxdkwVucomgVGnnUiO-n

Aunque si me hubiera dado a elegir, sin duda habría escogido otra canción para terminar  la película: Brain Damage, del álbum The dark side of the moon de Pink Floyd.

https://www.youtube.com/watch?v=BF0CxUeFcEA