Sólo podrás ser tú misma cuando estés sola
(Por A. C.)
Estamos ante un docuthriller que narra un operativo policial basado en hechos reales: la historia de una joven recién salida de la Academia de Policía que es reclutada a principios de los 90 para introducirse en el entorno de la izquierda abertzale con el objeto de conseguir entrar en contacto con ETA. Durante ocho años desarrolló su actividad clandestina como simpatizante del movimiento de liberación nacional vasco hasta que consiguió incorporarse a la banda como miembro de apoyo, alojando en su piso a dos jefes etarras. Su acción fue decisiva para desarticular al comando Donosti, que se proponía llevar a cabo diversos atentados.
El filme expone con veracidad y exactitud el desarrollo de la acción, pues, tal como declara su directora, lo que más le preocupó a la hora de realizarlo fue alejarse lo menos posible de la autenticidad de los hechos. Dejando, cabe añadir, vía libre a la inducción de situaciones de tensión o suspense, tal como es usual en las películas de este tipo, entre las cuales no puede faltar el consabido salvamento en el último momento de una manera demasiado convencional y repetitiva. En este sentido se trata, pues, de una película de género, del tipo policial de intriga y suspenso, que bebe del modelo del “cine polar” francés1.
Presenta un caso ciertamente poco común, el de una muchacha dispuesta a sacrificar y exponer su vida de una manera voluntaria y radical en interés de una convicción ética, en equivalente contrapunto con aquellos mismos a los que se enfrenta. Su misión de espionaje la obliga a romper drásticamente con su entorno afectivo familiar y con su tiempo positivo, su mismo porvenir. A exiliarse de sí misma para recluirse en un medio cuyo paisaje humano (personas e ideas) detesta. Así, durante ocho años. ¿Por qué lo hace? ¿Qué es lo que la empuja a tomar una decisión vital hasta tal punto dura, penosa e insoportable? ¿Es una aventurera o una combatiente moral? Nos quedamos sin saberlo. No es, sin embargo, una determinación tomada a la ligera en un arrebato cívico o patriótico. Así no se aguantan tantos años. Sacrificar, inmolar su propia juventud a conciencia. Su voluntad es firme, honda y resistente, lo tiene claro. Ciertamente, deben existir caracteres así, provistos de esta entereza, de ese aguante y disciplina casi inverosímiles. No análogo al de sus antagonistas, ya que su tarea, aunque igual de clandestina y peligrosa, es más desquiciante y trastornadora, obligada siempre a fingir, no sólo sus creencias, costumbres y rutinas, sino sus afectos: amores y amistades. ¿Cómo es posible soportar esa doble vida sin enloquecer? La actriz protagonista, Carolina Yuste, ayuda a que nos lo creamos. A que “nos metamos en su piel”.
Dice la directora: “El propósito del filme es hablar de las víctimas, del conflicto, del miedo y el dolor siempre a través de los ojos de ella”. Sin embargo, ese objetivo no se hace visible al espectador, y no por una insuficiencia interpretativa, sino por la falta de penetración y viveza del guion. Vemos, sí, a esos dos especímenes, los etarras a los que da cobijo la protagonista. Ángel y demonio, respectivamente, del terror: profesionales expertos en provocar el dolor ajeno con total insensibilidad. Tan diferentes uno del otro, pero, en el fondo, idénticos. Son realmente así, esos “luchadores por la libertad”. Pero, salvo los representantes del terror militante y los de las fuerzas represivas no vemos el ambiente de aquellos tiempos de plomo plasmado en la vida cotidiana de toda aquella gente. Esa sociedad civil moralmente enferma: los que vigilaban y señalaban, los que jaleaban y aplaudían, los que miraban para otro lado (“algo habrá hecho”), los amedrentados sumidos en el silencio y los que se arriesgaban y daban la cara. Toda esa vileza moral de una parte de la sociedad y el valor a prueba de bomba de unos pocos. No lo percibimos.
Por otra parte, la representación de las fuerzas policiales no va más allá de una imagen tópica. Caracteres aparentes, sin recovecos, sin aristas. No busquemos psicologías: un poco fachas a veces (lo justo), algo machistas (sin pasarse), aplicados funcionarios. Tal vez es que fueran, realmente así, simples y eficientes profesionales, y era su esencial normalidad la que los hacía competentes. Por lo que respecta al jefe de todo eso, Tosar no logra desprenderse de su propia “fisicidad Tosar” y la identificable inmediatez de su corporeidad distrae de lo esencial del tema. Porque el tema es ella, la infiltrada. Son las mejores secuencias de la película aquellas en que ella puede por unos momentos (clandestinamente) ser ella misma, o sea, cuando está sola y puede despojarse de toda esa infamia que se ve obligada a representar ante la cuadrilla que celebra los asesinatos y a los asesinos, héroes que matan por amor al pueblo y a la tierra. Y sólo cuando está sola puede quitarse de encima toda su impostada abyección, bailando y cantando libre de miradas, siempre y únicamente sola. O gritando silenciosamente mientras se baña. O desprendiendo de su piel los besos del buen etarra. O llamando a su madre desde una cabina pública sin hablar, sin decir una palabra, sólo para oír su voz y sentir el distante calor familiar. Esa es la parte mejor y la que da verdadero valor a la película.
Por lo demás, “La infiltrada” incluye los tics comunes del género policial: el suspense redundante (cuando, en varias ocasiones, ella está a punto de ser descubierta), la tautológica persecución en coche, la banda sonora musical que subraya el voltaje de la acción de una manera demasiado estandarizada… Pero, a pesar de que no se eleva poética y simbólicamente sobre el objeto representado (aunque esto es algo que parece haberse perdido ya irremediablemente en el cine), subsiste una genuina preocupación por no entregarse a un montaje narrativo fácil, rutinario y vulgar, sino que mantiene un intento consciente de contraponer un montaje complejo que se niega a cumplir las regularidades conocidas de antemano, es decir, alienta el propósito de llenar de un modo original y significativo la superficie del plano. Y esto es algo que la diferencia cualitativamente de buena parte de las películas que se hacen en nuestro país. Tal vez por eso es de esa clase de filmes que mejoran en el recuerdo, al contrario de otras, como “El 47”, que al poco tiempo de su visión pone de manifiesto sus costuras, sobre todo ideológicas, o “Los destellos”, que rápidamente se borra de la memoria.
En cuanto a su recepción en el País Vasco, una referencia siempre interesante para calibrar el ambiente mental, emocional y moral ante este tipo de películas, según datos de las primeras semanas de exhibición el filme había sido visto por cerca de 105.000 espectadores. Todo un éxito de público. Lógicamente ha sido duramente criticado por el diario Gara y no debe haber hecho gracia al ámbito político independentista, que debe verlo aún con peores ojos que a la serie televisiva “Patria”, a la que se refirió en estos términos: “Es el relato de una de las partes: la del constitucionalismo español, la gran patronal, los parapoliciales, los tribunales de excepción, los torturadores…”. Se trata, sí, del relato de una parte. Pero no de la que de manera fanáticamente revuelta y abyecta se expone. Estremece imaginar cómo sería el relato que reivindica para sí esa otra parte.
Sobre “La infiltrada” manifiesta Arantxa Echevarría, la directora: “Meterse en la piel de una chica de 22 años, en el momento en que se tienen las primeras fiestas, los primeros viajes, los primeros amores… En ese momento vital ella decide ponerlo todo en parada y estar ocho años fingiendo ser otra persona. Ocho años dentro de una mentira para conseguir algo tan tangible como el bien común. Era una mujer de los 90. Y sólo por eso, por su condición de mujer, pasó desapercibida. Sus méritos, su sacrificio. Esta película pretende darle las gracias”.
- El “polar” (apócope francés de “policiaco”) surgió a mediados de los 50 del pasado siglo como una adaptación de los modelos del cine negro norteamericano a la tradición y el estilo narrativo del “realismo poético” francés de entreguerras. Durante un cuarto de siglo el “polar” fue el género por excelencia en Francia y gozó de una identidad inconfundible con sus códigos, su lenguaje convenido y sus grandes y pequeños maestros: Jacques Becker, Jean-Pierre Melville, René Clément, Claude Sautet, Henri Verneuil, Jacques Deray, Pierre Granier-Deferre, José Giovanni, Gilles Grangier, Ralph Habib, Henri Decoin… y sus actores emblemáticos: Jean Gabin, Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Lino Ventura (que podían ser indiferentemente gánsteres o policías), Jeanne Moreau, Romy Schneider, Mireille Darc… Incluso la Nouvelle Vague participó en el género con espíritu cinéfilo: Jean-Luc Godard, François Truffaut, Claude Chabrol, Louis Malle, Claude Lelouch hicieron cine policiaco filmado “de otra manera”. A mediados de los 80 el “polar” languidece y “cuando en 1992 Bertrand Tavernier rueda ‘L627’, no está haciendo ya una película policiaca, sino un filme personal que pone de relieve un hecho social, la inadecuación de la policía en su lucha contra la droga. Los sindicatos policiales reaccionaron con animosidad interpelando al ministro de Interior”. La forma y la intención de “La infiltrada” va, obviamente, más en la línea de Tavernier.
Aquí también se puede hablar de un género cinematográfico sobre ETA: cerca de una treintena de películas se han rodado sobre el tema. Las principales: “Comando Txiquia” (1977) de José Luis Madrid, “Operación Ogro”(1979) de Gillo Pontecorvo, “El proceso de Burgos” (1979) de Imanol Uribe, “La fuga de Segovia” (1981) de Imanol Uribe, “El pico” (1983) de Eloy de la Iglesia, “La muerte de Mikel” (1983) de Imanol Uribe, “Goma-2”(1984) de J. A. de la Loma, “El caso Almería” (1984) de Pedro Costa, “La blanca paloma” (1989) de Juan Miñón, “Ander y Yul” (1989) de Ana Díez, “Días de humo” (1989) de Antxon Eceiza, “Amor en off” (1992) de Koldo Izaguirre, “Sombras en una batalla” (1993) de Mario Camus, “Días contados” (1994) de Imanol Uribe, “A ciegas” (1997) de Daniel Calparsoro, “Yoyes” (2000) de Helena Taberna, “El viaje de Arián” (2000) de Eduard Bosch, “La pelota vasca: la piel contra la piedra” (2003) de Julio Medem, “El lobo” (2004) de Miguel Courtois, “GAL” (2006) de Miguel Courtois, “Clandestinos” (2007) de Antonio Hens, “Tiro en la cabeza”(2008) de Jaime Rosales, “La casa de mi padre” (2008) de Gorka Merchán, “Todos estamos invitados” (2008) de Manuel Gutiérrez Aragón, “Futuro: 48 horas” (2016) de Manuel Estudillo, serie de TV, “Asier y yo” (2013) de Aitor y Amaia Merino, “Lasa y Zabala” (2014) de Pablo Malo, “Negociador” (2014) de Borja Cobeaga, “Lejos del mar” (2015) de Imanol Uribe, “El padre de Caín” (2015) de Salvador Calvo, serie de TV, “La línea invisible” (2020) de Mariano Barroso, serie de TV, “Patria” (2021) de Félix Viscarret y Óscar Pedraza, serie de TV, “Maixabel” (2021) de Icíar Bollaín… Desde 1975 hasta comienzos del 2000, esto es, hasta tres lustros después de entrar en la UE, la gran mayoría de los filmes sobre el tema se mostraban favorables o equidistantes del MLNV. ↩︎





























