“PÁJAROS” de Pau Durà

Mitología de la road movie

(por A. C.)

Aquí tenemos un ejemplo, marca nacional, de “road movie”, género mitificado por la crítica cinéfila porque se trata de un modelo típicamente americano. En efecto, se pueden contar unos cuantos centenares de películas americanas que lo toman como motivo narrativo, (aunque curiosamente ha sido poco tratado en la literatura). En el cine europeo encontramos menos muestras, aunque algunas de ellas importantes1.

Su fascinación se fundamenta en la expectativa de descubrimiento que inspiran el camino y el viaje, como forma de autoconocimiento y aprendizaje existencial. Por mi parte considero tal estimación un mito o un cuento con humos trascendentes, aunque soy consciente de que seguramente se trata de una apreciación sesgada y parcial. Descarto el viaje de trabajo, que, por más que uno lo pretenda, no deja tiempo para ver ni sentir nada más allá de la ocupación que nos ha llevado hasta allí. Y lo mismo digo del viaje turístico, que evidentemente aporta bastantes cosas buenas (si bien depende de a dónde vayamos, cómo, con quién y para qué), que en general sirve para mirar (que no es lo mismo que ver) y para estar a gusto y descansar. Si se hace bien es, como saben todos, bueno para el cuerpo y la mente, pero no es iluminador ni conduce a ninguna clase de revelación (a veces, eso sí, a divorcios imprevistos, o a lo contrario). Le falta tiempo para ello y profundidad. El otro, el que reivindica la “road movie”, se mueve por otras consideraciones distintas de las anteriores. Generalmente se lleva a cabo sin una motivación específica, podríamos decir que es un viaje a ninguna parte. Su razón puede ser la huida o la búsqueda o el desapego, pero, para ello, se debe estar en una situación de impasse existencial (o sea, predispuesto a cualquier cosa y en un compás de espera vital o en un callejón sin salida emocional). Puede pasar cuando no se tiene más agarre a la vida y no se sabe muy bien para dónde tirar. Esto es, en una situación de disponibilidad. O, si se quiere más claro: de soledad (aunque se vaya acompañado). Pega bien con el mistificado repertorio de ideas grato a determinada imagen de “lo americano”: individualista, aventurero y libertario. Lo cual no quiere decir que no se puedan hacer buenas e incluso muy buenas películas sobre el tema.

Como es natural, en provincias también se pretenden imitar los modelos culturales del Imperio y muchos directores quieren hacer su “road movie”. Pensada como una fórmula de acción y cognición. La fe en que el viaje nos cambia. Experiencia taumatúrgica, acto mítico (o místico). 

La de “Pájaros” se apunta a la mitología del viaje de huida, que, como cabe esperar, termina en otro de revelación. Los personajes y su situación tienen una influencia esencial sobre los resultados. Aquí hay dos. Su representación no aporta nada, son dos personajes planos. Lo son ya desde el inicio y no se desarrollan en el transcurso de la acción. No cobran validez ni complejidad a los ojos del espectador. Colombo, uno de los dos, es un personaje de trazo grueso, que no nos sorprende ni nos conmueve. Un tipo que vive al día, a lo que le depare la suerte, incapaz de asumir responsabilidades o compromisos, un aprovechado, un “listo”, un pícaro, un tahúr, especialista en fugas, egoísta empedernido, que, como ya te puedes imaginar, tiene su corazoncito. Sin embargo, es cierto, hay gente así. Pero Colombo es un personaje de una pieza, aunque su intérprete (Javier Gutiérrez) ponga de su parte. Seguramente no es problema suyo, sino del guion. El otro, el personaje llamado Mario, carece de sentido y explicación. Un tipo con una herida mortal (y moral) en el alma infligida por la vida. Inhábil, negado, agónico, consumido por el remordimiento, arrastra la culpa del pasado como un peso muerto. Pero, en realidad, no sabemos nada de él. Ni nos conmueve su pena ni su sufrimiento, pese al empeño de director, intérprete y guion por involucrarnos. El actor (Luis Zahera) no puede expresar (hacer sentir) a su personaje porque no lo entiende ni lo puede hacer entender, puesto que carece de existencia narrativa propia. No se sostiene psicológicamente, por eso no nos puede interesar quién es ni lo que sea de él. De dónde viene y a dónde va y, en ambos casos, por qué. Nos da lo mismo. Quiere engañarnos exhibiendo una profundidad que no tiene. Y es que, realmente, en su caso, no hay gente así.

¿A dónde se dirigen? Supuestamente a la búsqueda de una colonia de grullas que se desplaza hacia el este del atlas geográfico (Mario tiene un desmedido interés ornitológico, además de tiempo libre y dinero). Así que se lanzan a la aventura. Dos desconocidos, dos tipos tan dispares. Pero la disparidad de caracteres da siempre juego argumental. No aquí, porque la historia carece de coherencia, de contenido significativo, de perspectiva temática. 

El simbolismo de los pájaros. Su vuelo imperturbablemente triangular en bandadas o su orgullosa presencia solitaria. Su natural e indómita libertad. Se van, pero siempre regresan. Pero la sugestión pajaril se articula malamente con la sustancia de la película, sólo es una idea superficial que pretende alcanzar su efecto deslumbrador en la escena final, por lo demás, gratuita, sin fundamento. Mientras tanto los pájaros del cielo se mantienen ajenos a los dos de abajo.

El viaje que ocupa toda la película, ilustrado por molestos letreritos topográficos y animado por encuentros supuestamente significativos y reveladores, acaba convirtiéndose a su pesar en su contrario: un viaje turístico. Cuadros que entretienen el trayecto por medio de un muestrario de situaciones que pretenden dar una idea del estado general de la humanidad en los tiempos que corren del siglo (como si pasaran un telediario distrayendo el recorrido). Presentados como una epifanía de aspiración humanista, en todo momento políticamente correcta. Un belén folclórico representado ante los ojos asombrados de dos provincianos que descubren su condición de europeos. Su repertorio de encuentros:

El rollo con el hermano de Colombo: demostración de su vida disgregada y de su carácter desaprensivo y ventajista, aprovechándose de las circunstancias, ya que no puede sacar otra cosa más que unas cuantas latas de conserva de bóbilis. Y, sin embargo, en el fondo, qué tipo tan simpático y expansivo, qué duda puede caber de que es pleno corazón.

El ligue de Colombo. Una mujer también herida por la vida, que sabe que todo acaba (mal) y que sigue, a su vez, su camino personal hacia ninguna parte. Disfrutar de la vida mientras dure, lo único que se puede hacer. Carpe diem como proyecto vital. 

La peripecia con los inmigrantes perseguidos por la corrupta policía eslovaca. Sin que venga a cuento, sólo porque son cosas que se supone que pasan en países nocturnos y sombríos del Este recién salidos del comunismo.

El encuentro con los ucranianos que huyen de la guerra (cómo podía faltar). Tampoco tiene ningún sentido argumental, pero a estas alturas la “road movie” se ha convertido ya en catequético turismo de telediario. Nuestros dos pájaros aprenden que la vida también es dura para alguna gente proveniente de recónditos países europeos que hasta hace dos años no se sabía ni por dónde paraban y que la paz es mejor que la guerra y cómo no sentir piedad por estos proscritos, tan buena gente, aunque luego uno pronto los olvide.

Más coincidencias fortuitas. Mario, el otro pájaro, tartaja, trastornado, obcecado, permanentemente afligido, se reconoce de pronto en un grupo de judíos festejantes que los dos viajeros se encuentran por el camino. Música, bailes, gastronomía sefardí, la alegría afirmativa que produce la pertenencia a una comunidad. Mario se siente jubiloso partícipe de algo que por un momento lo acoge. Dura sólo el tiempo justo para proseguir el viaje y desaparece sin dejar rastro emocional con la misma superfluidad con la que ha aparecido. Se trataba sólo de un pintoresco detalle folclórico sin mayor significación.Próximos al fin del trayecto. Otro sketch costumbrista, ahora con la guardia fronteriza rumana. Mario tiene que ocultarse echando mistos porque nos enteramos de que anda con una orden internacional de busca y captura. Pero tranquilos, que Colombo mantiene el tipo con un par de chistes y bromas futboleras. Los guardias rumanos son unos papatostes.

Llegan al fin a su destino, el delta del Danubio, donde constatamos lo que ya sospechábamos, que lo de las grullas era un cuento, que no eran ellas el objeto del viaje, sino reparar el mal causado a alguien a quien él, el infausto Mario, amó hace tiempo. Se produce el encuentro con el pasado culpable. Visto desde lejos, oculto. Mario ya sabe. Se ha desprendido de su culpa. Ya puede descansar, apaciblemente infeliz. Una escena que hubiera debido ser decisiva y bella, porque ha sido el eje inspirador de la película, aparece desprovista de fuerza poética y emoción humana.

No termina aquí la cosa. Queda aún el colofón reflexivo. El pajarero epílogo simbólico, carente de sentido. Y una última imagen gratuitamente críptica. ¿Debemos preguntarnos por su significado? Mejor lo dejamos.  

Se acabó el viaje. ¿Qué será de ellos, de los dos pájaros que nos han llevado hasta aquí? ¿A quién le importa? No permanecen, no existen. Una película de personajes fracasa (no funciona) cuando estos no son representativos, no transmiten ni emocionan y cuando el camino (la situación) no conduce a ninguna parte. Hay que conocer la vida real, la gente real, la importancia real de las cosas. No basta con una visión sainetesca de la vida y una “road movie”.

(La crítica de los grandes medios, apologética y confusionista, cuya función es más propagandística que analítica, se inventa, conforme a los tiempos, supuestos fondos temáticos: “crisis de la masculinidad, secuelas emocionales de la mediana edad, examen sobre la redención… Extraordinaria interpretación, dos actores grandiosos dueños de una excepcional variedad de recursos: “ambos podrían ser perfectamente Vittorio Gassman y Alberto Sordi”. 

Recordemos: Sordi y Gassman, junto con Mastroianni, Totó, Ugo Tognazzi o Nino Manfredi fueron memorables intérpretes de los filmes más representativos de la estupenda comedia italiana de arraigo neorrealista de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado. Su gran valor y atractivo se basaba en la (espléndida) encarnación por parte de estos actores de los prototipos nacionales-populares en sus películas (y en los consistentes, efectivos e inteligentes guiones que las sustentaban). Nada de esto se puede aplicar a “Pájaros”).

  1. Así, a vuela pluma, aun siendo consciente de los numerosos olvidos, se ofrece a continuación una selección de filmes pertenecientes al género “road movie”, tomados en cuenta ya sea por su valor cinematográfico o por su repercusión comercial: “Sucedió una noche” (F. Capra, 1934), “La diligencia” (J. Ford, 1939), “Las uvas de la ira” (J. Ford, 1940), “Los viajes de Sullivan” (P. Sturges, 1941), “El demonio de las armas” (J.H. Lewis, 1950), “Fugitivos” (S. Kramer, 1958), “Vidas rebeldes” (J. Huston, 1961), “Duelo en la alta sierra” (S. Peckimpah, 1962), “Lolita” (S. Kubrick, 1962), “Los valientes andan solos” (D. Miller, 1962), “El mundo está loco, loco, loco (S. Kramer, 1963), “Bonnie & Clyde” (A. Penn, 1967), “Dos en la carretera” (S. Donen, 1967), “Easy rider” (D. Hopper, 1969), “Llueve sobre mi corazón” (F.F. Coppola, 1969), “Wanda” (B. Loden 1970), “Carretera asfaltada en dos direcciones” (M. Hellman, 1971), “El diablo sobre ruedas” (S. Spielberg, 1972), “La huida” (S. Peckimpah, 1972), “Luna de papel” (P. Bogdanovich, 1973), “Malas tierras” (T. Malick, 1974), “Loca evasión” (S. Spielberg, 1974), “Convoy” (S.Peckimpah, 1978), “Paris, Texas” (W. Wenders, 1984), “Thelma y Louise” (R. Scott, 1991), “Una historia verdadera” (D. Lynch, 1999), “Oh Brother” (J. Coen, 2000), “Diarios de motocicleta” (W. Selles, 2004), “Entre copas” (A. Payne, 2004), “Death Proof” (Q. Tarantino, 2007), “La carretera” (J. Hillcoat, 2009), “En el camino” (W. Selles, 2009), “Nebraska” (A. Payne, 2013), “Comanchería” (D. Mackenzie, 2016), “Green Book” (P. Farrelly, 2018)”, etc…
    El género ha tenido mucha menor incidencia en el cine europeo. Una breve relación de títulos: “Bola de sebo” (M. Romm., 1934), “El salario del miedo” (H. G. Clouzot, 1953), “La strada” (F. Fellini, 1954), “Te querré siempre” (R. Rossellini, 1955), “Todos a casa (L. Comencini, 1961), “La escapada” (D. Risi, 1962), “El cuchillo en el agua” (R. Polanski, 1962), Pierrot el loco” (J-L. Godard, 1965), “Week-End” (J-L. Godard, 1967), “Aguirre, la cólera de Dios” (W. Herzog, 1972), “Alicia en las ciudades” (W. Wenders, 1973), “Falso movimiento” (W. Wenders”, 1975). “Ven y mira” (E. Klimov, 1985). 
    Cine español: “Viaje a ninguna parte” (F.F. Gómez, 1988), “Carreteras secundarias” (E. Martínez Lázaro, 1997), “Vivir es fácil con los ojos cerrados” (D. Trueba, 2013) … ↩︎

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