«El Porvenir» de Mia Hansen-Love o el Estado moral de las fuerzas de la cultura

“EL PORVENIR”

Película francesa de Mia Hansen-Love, realizada en 2016

Una película representativa del estado moral de las fuerzas de la cultura en los tiempos del neoliberalismo sin control y las ilusiones perdidas

Por A. Cirerol

el-porvenir

“Avec le temps”… / “Con el tiempo…

Con el tiempo todo se va,

Y uno se siente encanecido como un caballo agotado.

Y uno se encuentra pasando frío en una cama ocasional.

Y uno se siente muy solo quizá, pero tranquilo.

Y uno se siente engañado por los días perdidos…

Entonces, verdaderamente,

Con el tiempo, se deja de amar”

(“Avec le temps”, Leo Ferré)

 

EL FANTASMA DE CHATEAUBRIAND

“El porvenir” nos habla de la vida de nuestro siglo desde la perspectiva de un sector representativo de la clase media de los países del Primer Mundo: la pequeña burguesía de los técnicos y especialistas de la cultura. En una época Post: post industrial, post revolucionaria, post democrática, post histórica, post moderna, en la que toda expectativa de cambio social ha desaparecido.

Nathalie (Isabelle Huppert) y Heinz (André Marcon) son un matrimonio de profesores. Ella enseña Filosofía en un instituto, él en la universidad. Llevan una apacible vida burguesa dedicada a su trabajo educativo y a sus libros. Más aún, si cabe, ahora que sus hijos son ya mayores y se han emancipado. De ambos podemos sospechar que su pasión amorosa, si existió, fue tan breve como corresponde a un devoto de Schopenhauer, como Heinz, o de Adorno, como Nathalie. A lo largo de toda la película no se nos muestra, ni tan solo sugiere, ningún atisbo de comunicación amorosa entre ambos. El tiempo de las cerezas es corto, y aun puede llegar a ser fastidioso para quienes se sienten mucho más atraídos por los libros que por la vida. Ahora forman una pareja desapasionada pero bien avenida, con intereses compartidos. Disfrutan de una situación económica acomodada y de una vida tranquila que augura un porvenir calmo, del que parece excluido cualquier sobresalto existencial, pues el mundo de las ideas protege mejor del asalto de la realidad que cualquier otro empeño.

En la primera secuencia de la película vemos a la pareja con sus hijos aún pequeños, de excursión por el islote deshabitado de Grand Bé, en la región de Bretaña, para visitar la tumba de Chateaubriand, un austero túmulo de piedra frente al mar, carente de nombre e inscripción, salvo una placa anónima que anuncia: «Un gran escritor francés ha querido reposar aquí para escuchar solamente el viento y el mar”. Él mismo había declarado: “No hacen falta ni nombre ni fecha. La cruz basta para indicar que el hombre que reposa a vuestros pies era cristiano: esto es suficiente para honrar mi memoria». Los niños juegan alrededor del sepulcro, Nathalie le dedica una mirada indiferente, Heinz permanece un rato meditando ante la sepultura. Por su actitud concentrada y respetuosa adivinamos su afinidad con el escritor, el Gran Reaccionario de las Letras francesas, el autor de “Ensayo sobre las revoluciones”, “El genio del cristianismo”, director de periódicos ultra monárquicos, miembro destacado de la Santa Alianza, sobre la que influyó para restablecer el absolutismo en España. En esta escena quedan reflejadas las convicciones y hasta el talante de Heinz.

POR SUS LECTURAS LES CONOCERÉIS

Sobre la imagen del sepulcro un letrero nos informa: “Algunos años más tarde…”. Estamos en octubre de 2010, en pleno estallido de las protestas contra la reforma de las jubilaciones de Sarkorzy, que las retrasa de los 60 a los 62 años. Francia está paralizada por las huelgas, a las que se suman los estudiantes de instituto y de universidad. Se suceden las manifestaciones, tanto en París como en Burdeos, Toulouse o Lille. Se producen enfrentamientos entre la policía y algunos jóvenes a las afueras de París. Los estudiantes argumentan: «Cuanto más tarde se jubile la gente, menos esperanzas tendremos nosotros de encontrar un trabajo. Además, si no luchamos por unas jubilaciones decentes corremos el riesgo de que lleguen a desaparecer. Luchamos también por los derechos de nuestros padres». En esta situación, Nathalie y Heinz rechazan adherirse a la huelga. Antes, hace tan poco tiempo en realidad, les habríamos llamado esquiroles. Hoy sería incorrecto, de mal gusto: antidemocrático, expresarse en estos términos. Hoy se llama demócratas especialmente a los que defienden el orden capitalista, las políticas neoliberales de recortes y austeridad. A quienes reclaman su derecho democrático a no ponerse en huelga. Para Heinz y Nathalie los jóvenes, los estudiantes, sus alumnos, protestan porque son inconscientes, irreflexivos, porque son jóvenes. Toda acción de protesta es inútil, más perniciosa aún que las reformas. Participar en las luchas colectivas, una imbecilidad. A la pareja protagonista de “El porvenir” se la suda las consecuencias de las políticas antisociales. Ellos pertenecen al tipo de intelectuales del siglo, que a diferencia de los intelectuales del pasado, rehúyen toda forma de compromiso. Esa manifestación de independencia respecto de los movimientos colectivos les hace a sus ojos aún más íntegros e insobornables, más progres, más modernos. Abolida la praxis, el único sentido de cuanto les rodea –de sus vidas- está en el mundo de las ideas, en los libros. La directora del film se cuida con insistencia de que conozcamos sus lecturas, el nombre de sus autores de cabecera. Por sus lecturas les conoceréis: Schopenhauer, Pascal, Rousseau (el Rousseau menos republicano y más especulativo y sentimentalista, adelantado del Romanticismo), Camus, Adorno, Levinas, Jankélevich, Aron, Enzensberger, Solchenitsin. Todo un muestrario de lo que hoy es políticamente correcto. De fondo, aunque no se mencionen: Lyotard, Henri-Lévy, Glucksmann, Finkielkraut: el fin de los metarrelatos que intentan conferir sentido al devenir de la historia, visión escéptica del progreso, abolición de la verdad (identificada como dogmatismo), exaltación de lo ambiguo e incognoscible, los juicios morales carecen de criterio o fundamento racional. Desaparecidos: Sartre, Althusser (el innombrable).

AUNQUE NECESARIA, TODA DECISIÓN ÉTICA ES IMPOSIBLE, AFIRMA DERRIDA

Nathalie conserva aún cierto apasionamiento por su trabajo, aunque tenemos la impresión de que más como forma de reconocimiento y aceptación profesional, como necesaria prolongación de lo que un día fue su vocación que como creencia en su capacidad de incidir en las conciencias. Participa en proyectos con sus alumnos, colabora en una pequeña editorial de libros de filosofía en la que edita a sus autores predilectos, mantiene un fervoroso contacto con un ex alumno (Roman Kilinka) al que asesora con respecto a su tesis sobre Adorno y a quien admira con la satisfacción personal de saberse su mentora, y al que tal vez ama secretamente. Aspectos molestos de la vida real interfieren, sin embargo, en su existencia hecha de sosegadas y consoladoras rutinas. La perturbadora eclosión de la huelga, las imprevistas dificultades para continuar su proyecto editorial y, particularmente, la penosa responsabilidad de cargar con su madre (magnífica Edith Scob), octogenaria y con vislumbres de demencia senil. Heinz, por su parte, es, seguramente lo ha sido siempre, tal como su amado Schopenhauer, un escéptico empedernido y un pesimista antropológico. Pocas ilusiones le aporta a estas alturas su trabajo. Se encuentra a gusto situándose au-dessus de la melée, ejerciendo un cinismo refinadamente prepotente y jactándose de sus ideas reaccionarias. En realidad, más allá de las apariencias no son muy diferentes uno del otro. Sus criterios y sus tendencias lectoras aparentemente disímiles acaban confluyendo en una común pasividad ante los hechos en la que creen encontrar el principio del conocimiento. En un momento de la película Nathalie comenta de pasada que en su juventud estuvo un tiempo afiliada al PCF. Cosas de jóvenes, como los que ahora se ponen en huelga. El tiempo, que lo cura todo, les hará madurar. A ella le bastó con leer a Solshenitzin. Heinz sonríe con la satisfacción que produce la burguesa consistencia de sus razones. Imaginándose agentes del pensamiento anti dogmático, incontaminado por las necesidades y exigencias de la colectividad, ambos forman parte, en realidad, del biempensante pensamiento dominante. Fuera de las peroratas sobre Pascal o Rousseau que endosa a sus alumnos (y que de hecho van dirigidas a ella misma) las opiniones políticas de Nathalie no pueden ser más convencionales y tópicas: la actualidad se resume para ella en la represión de los ayatolás en Irán; el hecho más trascendental del siglo XX, “el Holocausto”; la aparición de Sarkozy en la tele le suscita favorables comentarios dedicados a su apostura y osadía. Ni el propio Henri-Lévy lo hubiera mejorado.

Mia Hansen-Love nos muestra con nitidez, aunque con afable indulgencia, la personalidad de sus protagonistas, sus contradicciones, su malestar, sus flaquezas, imperfecciones, errores, egoísmos. Su individualismo, como forma de enfrentar la vida. Pero sólo pone de relieve la desvinculación de los protagonistas con la realidad en la medida en que les aleja de los “sentimientos humanos profundos”. No cuestiona, sin embargo, su moral individualista ante lo público. Las “opiniones políticas” de Nathalie (y no muy lejos de ella, las de Heinz) son las de la directora, o, por lo menos, no las objeta. Si no son estrictamente las suyas es por una simple discordancia generacional, pues en el fondo no deja de admirar a su heroína. Por otra parte, ¿quién podría objetar a Solchenitsin, Enzensberger o Camus?

 

PAZ PROFUNDA, SUSURRA DONOVAN

Imprevisiblemente ese mundo tranquilo protegido por las ideas es asaltado por los hechos. Heinz, el marido contenido e hiperbóreo (tal como quería Nietzche: “Mirémonos de frente. Somos hiperbóreos, y sabemos bastante bien cuán aparte vivimos”), se enamora de una jovencita y planta a Nathalie. A la vez, su madre se suicida (Nathalie la había aparcado en, según sus propias palabras, un “moridero” para viejos, “carísimo”, sin embargo). Además, la editorial para la que trabaja decide prescindir de sus servicios. La vida de Nathalie parece desmoronarse. En estas condiciones se aferra a la posibilidad de iniciar una nueva forma de vida integrándose en la comuna o kibutz o casa rural o taller ecológico de creación literaria que su idolatrado ex alumno y sus colegas se han agenciado para meditar y vivir far for the madding crowd (apartados del mundanal ruido). Como le dice Nathalie a éste: “Mi marido me ha abandonado. Mi madre ha muerto. Mis hijos se han ido de casa. ¡Soy libre por primera vez en mi vida!”. Una nueva vida de libre decisión, que la recibe con la música de Woody Guthrie sonando en la radio del coche que conduce su discípulo. Ella comenta, maravillada por la disparidad melódica con su vida anterior: “Con Heinz sólo escuchaba a Schubert y a Bruckner a todas horas”. El nuevo mundo (por el cual parece mostrar sus simpatías la directora del film) al que se apunta la protagonista antes de encontrar el sentido de su vida en las “verdades eternas” no pasa de ser un trasnochado remedo entre anarcoide e infantil de los experimentos hippies de hace medio siglo. Si bien, los referentes, las actitudes y la egocéntrica vaciedad de sus epígonos postmodernos no se diferencian de las que practican sus mayores “integrados” contra los que se rebelan, aunque aquéllos lo hagan desde una comuna. En la “biblioteca alternativa” siguen ocupando un espacio preferente Solchenitsin, Camus o Aron (ella se ríe al descubrir a un autor tan demodé) y, como contrapunto, Zizek (ella arruga la nariz) o el mismísimo Unabomber (filósofo, matemático y neoludita estadounidense, en prisión, conocido por enviar cartas bomba como método para combatir a la sociedad moderna tecnológica. Autor de “La sociedad industrial y su futuro”). Ese revoltillo anarco conservador es como para desanimar a cualquiera, más aún si le incorporamos los trillados y más bien chorras planteamientos postmodernistas del encomiable y apuesto discípulo (pero éstas son, como podéis imaginar, sólo las observaciones de quien escribe esta reseña, en la película todo está tomado con la seriedad pertinente y lo que se muestra como “alternativo” (por más artificioso que nos pueda parecer) lo es así tanto para la directora como para el personaje que interpreta Huppert).

La estancia de Nathalie en el kibutz literario sólo sirve para poner de relieve la divergencia entre las ideas de ésta y las de su discípulo. Ella comprende que su ascendiente sobre aquél se ha apagado y que ya no precisa de su tutela. Y al mismo tiempo que su velado amor por el joven es una quimera. Ya no pinta nada allí. Antes de marcharse tiene lugar una escena que la directora de la película opta por no desvelar, sirviéndose de una elipsis inescrutable: el posible encuentro amoroso entre ambos. A la vuelta, en la radio del coche Donovan susurra “Deep Peace”.

EL TIEMPO DE LA ACEPTACIÓN

“¡Soy libre por primera vez en mi vida!”, había exclamado, exultante, Nathalie. Pero es una libertad que no puede o no sabe usar, tal vez una libertad demasiado tardía. “Sobre todo para una mujer de mi edad”, dice ella en algún momento. Insensiblemente, sin que nos demos cuenta el porvenir se ha hecho presente. Ha llegado el tiempo de la conformidad, de las renuncias. De la aceptación de las “pequeñas cosas importantes de la vida”. Las que no nos pueden proporcionar los libros. La felicidad que procuran los “sentimientos eternos”, los valores seguros relacionados con la renuncia a los ideales. Así como la aventura de Heinz no le libera, sino que sólo le suscita nuevas sujeciones y nuevas desilusiones (hasta el punto de que en su último encuentro con su ex mujer se hacen patentes sus disimulados deseos de retornar al nido abandonado), ella logra dar un sentido a su vida. Qué bien lo sabe hacer visible cinematográficamente Mia Hansen-Love en la escena final. Tras la cena de Nochevieja, la familia sentada aún en la mesa, cuando el bebé, el nieto de Nathalie, empieza a llorar y ella se levanta para arrullarlo. Sólo eso, mientras suena a capella “Melodía desencadenada”. ¡Tanto imaginar que la libertad era el paso necesario para la felicidad y resulta que la felicidad y el amor eran simplemente eso: acunar a ese pequeño trozo de carne entre sus brazos, delicado, tierno, vulnerable!