“FALLEN LEAVES”

EL ZOO HUMANO DE KAURISMÄKI

Fallen Leaves.

Por A. Cirerol

Es raro ver una película en la que los protagonistas (y el resto de personajes) sean de la clase obrera. Y más aún que los veamos ejerciendo su trabajo y en su privada cotidianidad de clase. Generalmente las películas nunca muestran el acto de trabajar, me refiero al trabajo que ensucia. Es una actividad elíptica, que queda a la posible imaginación del espectador. Sólo se muestra abiertamente cuando los personajes desempeñan profesiones liberales, sobre todo intelectuales, artísticas y de alta empresa, en clave de comedia o de drama de ambiciones enfrentadas. En “Fallen leaves” se sigue bastante minuciosamente a sus protagonistas (pertenecientes a lo que se conoce como “trabajadores manuales”) en sus diversas experiencias laborales. Uno y otro, ella y él, son genuina clase obrera representativa de un país del norte civilizado. Pero, como se ha dicho, no sólo asistimos como espectadores a su praxis laboral, sino también a lo que hacen en su vida personal, propia de su condición social, en el piso o pensión en que habitan: comer, dormir, limpiar, hablar por el móvil, fumar, beber, oír la radio, esperar, no hacer nada. Y en sus ratos de esparcimiento externo: bares, karaokes, cines.

Los protagonistas de “Fallen leaves” son Él y Ella, de los que no sabemos mucho, más allá de que están solos. Los personajes de las películas de Kaurismaki suelen ser así, seres solitarios y raros. Aunque puede que los finlandeses sean todos así, eso es algo de lo que los meridionales nos hacemos poca idea. A decir verdad, se supone que Ellos son normales, aunque nos parezcan excéntricos. Él es imperturbable, hermético, descuidado, indócil, alcohólico y fumador compulsivo. Ella, reservada, ordenada, atenta, laboriosa, deseosa de amar. Poco más se puede decir de ambos. Se atraen, pero unas veces el azar y otras el despiste o los acontecimientos externos frustran la posibilidad de que lleguen a anudar su relación. La película consiste en esto: sus encuentros y desencuentros. Al final es necesario un retorcimiento del guion para inmovilizarle a él a las bravas y que se puedan finalmente reunir en un happy end tan irónico como forzado.

¿Cómo se lo monta el director? Me refiero a su específico arquetipo estético y antropológico. Todas las películas de Kaurismaki son formalmente iguales, directamente reconocibles, con membrete de fábrica kaurismakiano. Diáfana composición de los planos, cuidados encuadres generalmente fijos, una topografía de superficies lisas y colores uniformes sirve de marco espacial a los personajes, puro pop-art. No sólo identificable por la escenografía, también por sus temas: sociales (vicisitudes de inmigrantes, refugiados, clase trabajadora) y por sus protagonistas: individuos intrínsecamente solitarios a la busca de seguridad o de amor: gente común extrañamente poco común, vulgar y a la vez especial, igual a todos y al mismo tiempo diferentes, típicos y atípicos. Es el peculiar zoo humano de Kaurismaki. Los seres que pueblan sus películas son siempre adustos, reservados, lacónicos, de una impasible aridez, incapaces de expresar sus sentimientos. De una forma tan exagerada que puede confundirse con la timidez o la ingenuidad, por lo que pueden llegar a resultar tiernos y hasta simpáticos. Sin embargo, su incapacidad para comunicarse no es producto de un carácter típico o de su condición de clase, sino que viene impuesta como una propiedad estético-antropológica por el propio director. O sea, porque le sirve para crear una ontología (parte de la metafísica que trata del ser en general y de sus propiedades trascendentales) particular y diferenciada, distinta de los modelos y de los tipos representativos. Pues sí, el mundo kaurismakiano está habitado por seres de esa original idiosincrasia.

Tal elección exige retorcer (poéticamente) la realidad. Esto a algunos les puede resultar estimulante y creativo, incluso gracioso e ilustrativo. A otros, superficial, redundante y superfluo. Buster Keaton con su cara de palo nos hace reír y nos llena de esperanzada vitalidad porque sus peripecias, que tienen mucho de odiseas, tocan con un sentimiento de ilusionada, convencida e hilarante tenacidad nuestra experiencia humana de la vida y de las cosas. Su resistencia a desistir, a no darse por vencido, su perseverante aliento reafirmativo nos conmueve y nos anima. Kaurismaki no es profundo ni conmueve porque sus criaturas son aparentes, sin solidez ni sustancia, producto exclusivo de la voluntad de su creador. En “Fallen leaves” no sólo los personajes (tanto los buenos como los malos, de una u otra clase social) son gratuita e injustificadamente (inhumanamente) imperturbables, rígidos y emocionalmente concisos e infructuosos, también el marco situacional, el conjunto de factores o circunstancias en las que se mueven, son artificiosos.

Aunque el espacio urbano y los datos históricos nos sitúan en el tiempo presente, todo lo demás parece concurrir hacia un mundo de escenarios retro, provenientes no de la realidad inmediata, sino de la mitología (cinematográfica y musical). Es, el de la película, un plató sorprendente, fuera del tiempo, el que frecuentan los personajes del filme. Fachadas de cines llenas de carteles de películas de los años 40, 50, 60 del siglo pasado, que no se corresponden ni se cosensibilizan con los intereses, emociones y gustos culturales de los personajes y que sólo están allí para crear una nocturnal atmósfera mistificada y para que los vea el espectador y se sienta cómplice del guiño cinéfilo del director. Igual que las músicas de otro siglo que suenan en los locales de karaoke, escogidas caprichosa o nostálgicamente por el realizador con la misma etérea intención. Antojadizas antinomias como que las radios antiguas ocupen en el Helsinki de 2023 el lugar de los aparatos de televisión o que todas las empresas se salten más allá de toda verosimilitud la legislación laboral a la hora de despedir a sus trabajadores, un país, Finlandia, en el que los sindicatos no parecen haberse inventado.

Uno puede pensar que el constante martilleo radiofónico sobre la guerra responde a bases sociológicas (puesto que esta ha sido y sigue siendo en el espacio europeo la forma que ha adoptado la propaganda bélica). Lo disonante se produce cuando se intuye primero y se infiere sin lugar a dudas después que su persistente reincidencia no funciona en la película como un indicativo fondo sonoro de persuasión, sino que cumple una función ideológica por parte del realizador, que aporta así su grano de arena artístico a la entrada de su país en la OTAN.

Así que estamos ante un cuento sobre los encuentros y desencuentros, acuerdos y desacuerdos de dos corazones solitarios que finalmente consiguen unir sus soledades para intentar sobrevivir en un mundo duro, inconmovible y amargo como el de la Finlandia capitalista del siglo, que acaba de rubricar, para hacerlo aún más glacial y expuesto, su ingreso en el club de la guerra. Todo final de película, especialmente cuando se trata de un happy end, tiene ese fantasmático poder de sellar a ojos del espectador el irrevocable destino de sus personajes. En el de “Fallen leaves” vemos a los protagonistas alejarse hacia un esperanzado porvenir compartido. Ella, segura de su resiliente fuerza amorosa; Él, animosamente aupado en sus muletas, reconvertido por amor en un proletario abstemio y retirado de su adicción al tabaquismo y a los actos fallidos de raíz freudiana. Vete a saber cómo puede acabar esto.