“MI POSTRE FAVORITO” de Maryam Moghadam y Behtah Sanaeeha

CRÓNICA DE UNA TRAGEDIA ANUNCIADA 

(Por A. C.)

El problema de la soledad en la vejez, situación que conduce directamente a la de la atención y cuidado de los mayores, es un asunto con el que a partir de una determinada edad es fácil identificarse porque afecta a nivel general a todas las sociedades, sobre todo en la fase de desarticulación de la familia que se está produciendo desde finales del siglo pasado debido a los cambios tecnológicos que han incidido de manera inapelable sobre las formas de vida y las relaciones sociales. No es fácil confirmar si el estado de soledad no deseada de los viejos tiene una específica y problemática determinación por sexo o por clase social y si se produce con igual prevalencia en el ámbito rural o urbano. Hay razones para pensar que las sociedades menos desarrolladas, en las que el sistema de creencias y costumbres está más arraigado y, por tanto, la descomposición y atomización de la estructura familiar no se ha verificado en la misma irreversible progresión que en las sociedades urbanas occidentales, la sufrirían en menor medida. 

Si en la película podemos reconocer como cercana la situación, que en Occidente, en el campo de los cuidados (aunque no necesariamente en el de la soledad no querida, que mayormente es asumida por asociaciones vecinales o parroquiales) se solventa mediante la contratación privada de trabajadores inmigrantes o a través de las residencias de ancianos, es porque las condiciones de vida y modos de sentir y pensar de la protagonista del filme son, si dejamos de lado los obstáculos que el sistema de la teocracia iraní impone a las mujeres, similares a las de cualquier persona en sus circunstancias de una ciudad occidental. En tal sentido, la viuda que protagoniza el filme no se siente sola por culpa de las medidas coercitivas de las leyes islámicas, sino por su propia actitud vital electiva (y también por conveniencia del guion), que hace que durante treinta años de viudez no haya sentido el peso de la soledad ni la necesidad de un nuevo matrimonio, por su voto personal de fidelidad al marido. De la misma forma que su disposición a la cancelación social con las amigas es consecuencia, sobre todo, de una forma de vida urbana muy parecida a la que se produce en el mundo occidental y que podemos imaginar que no se cumple en igual medida en las zonas rurales del país.

Mahin, la protagonista de “Mi postre favorito”, es una mujer de clase acomodada que vive sola en la capital iraní desde que murió su marido tres decenios antes y, posteriormente, se casó su hija y emigró a Europa. Para tomar conciencia de su situación necesita, en un día de especial abatimiento, mirarse al espejo por primera vez con ojos inquiridores, es decir, a lo más hondo de sí misma, para descubrir que la vida se le ha pasado sin advertirlo, que se ha convertido en una vieja y que no tiene a su lado a nadie que la acompañe en ese tránsito, y todo el peso de la soledad se le viene encima. Una soledad que, en primera instancia, busca el calor (aunque sea sin amor) de la compañía masculina. 

Es, precisamente, esta nueva perspectiva, la necesidad de rejuvenecer para atraer y ser deseada, la que le hace fijarse en aspectos de su entorno que antes no había percibido o no le habían importado, como el de la libertad negada a las mujeres de su país. La visión de Nahim es la propia de la clase a la que representa, la clase media iraní, la más interesada en el establecimiento de las libertades formales de las democracias liberales.

Así que, por su parte, intenta solucionar el problema sin demora y de manera aleatoria, como si dijéramos “a ojo” o “a lo que salga”. La elección que Mahin lleva a cabo (por un procedimiento inusual aun en el modo de hacer las cosas occidental) es completamente azarosa y aventurera (y, como veremos posteriormente, funesta). Es una acción poco creíble, digamos que excepcional o fuera de lo común, que se fundamenta más en lo que puede dar de sí desde el punto de vista de la comedia cinematográfica que atendiendo a su verosimilitud, pero necesaria para hacer efectivo el mensaje que se pretende transmitir: que sus consecuencias parezcan tener como causa la opresión política del Régimen. Se trata, sin embargo, de una circunstancia cuyo desenlace es elegido por la propia protagonista, que muy bien podría haber actuado de una manera pragmática y positiva, en consonancia con sus pretensiones y esperanzas y no condenada de antemano a la frustración y la tragedia. Hubiera podido recomponer su vida normalmente por los cauces habituales que practica todo el mundo en su caso. 

El arrebato de desenfreno y disipación (disolución, relajamiento moral) que la asalta con treinta años de retraso, con el que, en una efímera ilusión de felicidad, arrastra a un pobre hombre a la fatalidad, tiene por sola razón (que la película requería visiblemente desde el primer momento) propiciar un final trágico del que se pueda hacer culpable al gobierno teocrático. Pero, en realidad, no se puede razonablemente considerar que este sea el responsable de que al pobre hombre (un taxista desengañado del mundo y sus vanidades e imprevisiblemente enardecido por las proposiciones de la protagonista) le dé un infarto, puesto que quien lo amona (literalmente, emborracha) hasta decir basta es ella. Y como su desenfrenado proceder es producto de su perentoria ansia de rejuvenecimiento, de su anhelo de sentirse deseable y de encontrar un compañero que la cure de su soledad, el trágico resultado se habría producido tanto con el fondo sombrío del régimen teocrático como sin él. Siempre se podrá decir aquello de “que me quiten lo bailado”, pero, aun así, no fue para tanto y duró demasiado poco como para valer la pena, a no ser que nos queramos acoger al simbolismo romántico. Y de los autores del guion sí se puede afirmar, en cambio, que, en su empeño por hacer patente el sentido profundo de la historia, ni siquiera les han dejado a sus personajes la oportunidad de poder gozar de la más alta y hermosa libertad, la de los cuerpos desnudos amándose. Al final se han mostrado con ellos más crueles incluso que el propio Estado.

El largo primer plano fijo que cierra la película, el de la protagonista de espaldas a la cámara (al espectador), pretende darnos a entender, demasiado elocuentemente, que en su país sólo cabe la desgracia producto de la impotencia, la inmovilidad emocional, la imposibilidad de cambiar nada. No parece la posición más adecuada, dar la espalda, para alentar las esperanzas del pueblo iraní. Pero se trata de un filme pensado sólo para la mirada de Occidente (y, si es posible, para pillar algún premio en los festivales de cine), pues los que han realizado la película de sobra saben que no la verá nadie en Irán. 

Con todo, es justo reconocer que el filme contiene una aproximación muy sensible y humana a los sentimientos de los personajes, que la actuación de sus protagonistas consigue hacer creíble al espectador. En el aspecto técnico la primera parte del filme (la de la soledad) está estructurada por medio de un montaje regido por una estricta acumulación de planos fijos, en tanto que la segunda parte (la del “desenfreno” o, más bien, de la soledad compartida) el montaje se realiza “dentro del plano”, o sea, conducido y atravesado por el liberador movimiento de la cámara. 

CONSIDERACIONES SOBRE EL CINE IRANÍ Y LAS PELÍCULAS IRANÍES QUE SE ESTRENAN EN OCCIDENTE

“Mi postre favorito”, como prácticamente todas las películas “iraníes” que se estrenan en Occidente, es una producción cofinanciada por empresas europeas, en este caso concreto por compañías francesas, alemanas y suecas. La mayoría (aunque no todas) filmadas en Irán y realizadas e interpretadas por directores y actores iraníes. Son, pues, filmes de consumo occidental, que se presentan en los festivales de cine, donde suelen acaparar premios, y que raramente son vistos en su país. Del “otro cine” iraní, el “oficial”, no producido por compañías foráneas, poco o nada sabemos. 

La colaboración internacional en la producción de filmes iraníes, siempre comandada por empresas francesas, sólo funciona para producir películas críticas con el Régimen iraní, que, por su parte, parece guardar una postura equidistante, ya que tanto los directores como los intérpretes son iraníes y, salvo excepciones (como el caso reciente de “La semilla de la higuera sagrada”), han sido rodadas en Irán. No parece, por tanto, que exista censura previa, como se acostumbra en los países autocráticos, aunque alguno de sus realizadores haya sido procesado y condenado a penas relativamente livianas que no le impiden seguir haciendo películas.

Habría que preguntarse por qué la cinematografía iraní es considerada desde un punto de vista artístico una de las más importantes del mundo (y la única relevante dentro de los países árabes). Realizadores como Abbas Kiarostami, Mohsen Makhmalbaf, Jafar Panahi, Asghar Farhadi, Majid Majidi, Bahman Ghobadi o Mohammad Rasoulof y mujeres directoras como Marjane Satrapi, Samira Makhmalbaf, Mitra Farahani o la propia Maryam Moghadam, codirectora de “Mi postre favorito”, dan probada razón de ello.

En su base está la extensión del sistema educativo. Aunque persiste un sistema de control y desigualdad con respecto a las mujeres, la tasa de alfabetización femenina, según datos de 2020, es del 86% (frente a la de los hombres, del 81%). En cuanto al acceso a la universidad, la participación de la mujer es del 60%. Desde 1977, año de la revolución islámica, la proporción de mujeres en la enseñanza superior se ha incrementado 20 veces. Aunque sólo constituyen el 16’50 de la fuerza laboral, casi el 40% de todos los médicos especializados en el país son mujeres, más que en Estados Unidos, donde es del 34% por ciento. Estamos hablando, pues, de un país de un elevado nivel cultural, sin parangón con el resto de países de su entorno. Y es, precisamente, esta condición, la que explica la fuerza reivindicativa de la sociedad iraní y de su cine. 

Por lo que se refiere a este, existen diversos institutos, tanto gubernamentales como privados, que ofrecen educación formal en la realización de películas, de los que han surgido la amplia nómina de directores que han ganado premios prestigiosos en los principales festivales de cine europeos.  

Resulta razonable, por tanto, pensar que el empeño de las compañías cinematográficas europeas de producir cine iraní anti iraní, lo cual no ocurre con los demás países de la zona en los que las libertades políticas y sociales están aún mucho más restringidas, tiene por principal motivación el hecho de que Irán es un país que actúa con soberanía política y no es manejable por los intereses occidentales.

Deja un comentario