LA SEMILLA DE LA HIGUERA SAGRADA de Mohammad Rasoulof

MUJER, VIDA Y LIBERTAD: EL RÉGIMEN PATRIARCAL SEPULTADO BAJO LOS ESCOMBROS

(Por A.C.)

Un juez de instrucción se acaba de incorporar al Tribunal Revolucionario de Teherán. Su aspiración es conseguir el cargo de juez titular, destino que supondría una sustancial elevación de su nivel de vida familiar y de su prestigio social. Los iniciales escrúpulos del aspirante, al verse forzado a firmar sentencias que suponen la imposición de penas graves sin tiempo para investigarlas y con serias dudas acerca de su legalidad, se desvanecen pronto ante la disyuntiva entre enfrentarse a sus superiores inmediatos o dejar el paso libre a sus ambiciones. En su mujer encontrará el principal apoyo a sus pretensiones y a la superación de sus dudas éticas. Es en estas circunstancias cuando tiene lugar la revuelta de las mujeres (la “Jina”) de 2022. Sus dos hijas adolescentes, hasta entonces dóciles observantes de las normas familiares, empiezan a cuestionar el sentido de los modelos de conducta tanto parentales como sociales y políticos. La película presenta a una familia típica de clase media con aspiraciones a mejorar su posición en el marco social del Estado Islámico iraní. Aunque no tan típica en su contexto, pues, pese a que el protagonista ocupa un cargo importante en el sistema represivo estatal no es un fanático religioso ni un tiránico opresor en el marco familiar (podría incluso decirse que no es siquiera autoritario). Es un marido solícito y respetuoso con su mujer y un padre afectuoso, que sobrelleva con preocupación y tentativas de liberalismo la educación de sus hijas y el anhelo de estas de llevar una vida más cosmopolita y libre de las prescripciones oficiales, que, en realidad, van poco más allá de desprenderse del velo, entretanto se conforman con ir de compras y refugiarse en la ubicua virtualidad alienante del móvil. Ella, la mujer, es el arquetipo de lo que debe ser una esposa y madre ejemplar, el centro de apoyo de la estabilidad familiar.

Él mantiene en estricto secreto su verdadera ocupación por temor a sufrir acciones de acosamiento o represalia (algo que no se explica en el filme y que a quienes no conocemos en detalle las condiciones sociales de la sociedad iraní no puede por menos que causarnos extrañeza), razón por la que se le hace entrega de una pistola para su protección personal, hecho que será determinante para el posterior desarrollo de los acontecimientos. A medida que crece el clima de agitación en las calles se va, al mismo tiempo, alterando y deteriorando la convivencia familiar, hasta que llega un punto en que el cuestionamiento político del sistema (por la presión exterior) amenaza con socavar la solidez y el equilibrio familiar (en el mundo interior). Cuando de manera inexplicable desaparece en su propia casa la pistola que él debía custodiar, la estabilidad emocional del protagonista y de la familia se rompe y todo en torno se convierte en un círculo de recelos, sospechas y delirio y la película pasa de ser un drama social (en interiores) a convertirse en una historia de terror (en exteriores).

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El director, Rasoulof, se cuida de presentar un caso en el que la personalidad del protagonista no se corresponde con la imagen tópica que tienen los occidentales del “jefe de familia” de un país islamista. No se trata aquí, en principio, de un personaje dogmático e intolerante, que imponga un código familiar represivo. Es, por el contrario, un esposo atento, que solicita la opinión de su mujer tanto para la toma de decisiones en su vida laboral como para resolver los problemas educativos de las hijas. Con estas intenta ser comprensivo y tolerante y en lugar de sojuzgarlas procura convencerlas de sus razones. Vive, por otra parte, obsesionado por la repercusión que sus actos puedan tener sobre la opinión pública, fundamentalmente por la manera en que esta afecte a su trabajo. El propósito del director es precisamente mostrar a un personaje de estas características para demostrar que los peones esenciales que sostienen el régimen fundamentalista teocrático y patriarcal no son tanto los imanes y ayatolás, sino la multitud de funcionarios que se someten y hacen cumplir las leyes islámicas.

 

Rasoulof expone en detalle el modo de vida burgués y la ideología de clase de la familia protagonista (lo cual limita y circunscribe su carga crítica a un determinado estamento). Su decidida aspiración a ascender en el escalafón profesional para progresar económica y socialmente. Las referencias a la promoción social son constantes en las conversaciones de la pareja. Las hijas, por su parte, llevan una vida cómoda y superficial, sus pretensiones se avienen sin inconvenientes con la frivolidad propia de su condición de clase. Su aburrimiento vital se resarce por medio de ilusorias acciones de autoafirmación, como hacerse selfis repeinándose o pintándose las uñas. Durante todo este tiempo la historia se desenvuelve en un ámbito de interiores (dentro de la casa o del lugar de trabajo o del coche), tanto por las exigencias de clandestinidad en las que se rodó la película como para poner de manifiesto la internalización existencial a que aboca el cumplimiento de los principios del Régimen, que no deja lugar a espacios de libertad. Esta sensación es acentuada por el cromatismo apagado y sombrío de la fotografía. En este ambiente de tiempo detenido la existencia externa irrumpe de pronto con violenta urgencia en la rutina diaria a través de las grabaciones de los móviles que dan cuenta de que el mundo real, el del movimiento, la vida y el cambio, está en el exterior, mientras que el virtual, el ficticio, el recluido y “representado”, ocurre en el interior.

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La pistola, representación del poder, posee indudablemente una significación simbólica no sólo del poder político, sino del patriarcado: freudiana representación de la virilidad (pistola = pene). Cuando la pistola desaparece, cuando le es arrebatada al protagonista y cambia de las manos del hombre a las de la mujer, él pierde su potencia, su supremacía, su capacidad de mando. La pérdida de la pistola supone la pérdida de la hegemonía y la autoridad patriarcal. A partir de aquí sólo puede detener el curso de los acontecimientos, esto es, la toma de conciencia de las mujeres, por medio de la represión sin miramientos y el encierro, mimetizando en el plano interno lo que está sucediendo en el exterior. 

Pese a su eficaz desarrollo narrativo la película contiene importantes incongruencias. Tras la desaparición de la pistola la película da un vuelco y el protagonista entra en una fase de gradual percepción desenfocada de la realidad, una progresiva desintegración de la personalidad que nos lleva a suponer debida a un proceso paranoico. La inexplicable desaparición del arma deja pronto de ser considerada producto de un descuido o un error para centrarse incuestionablemente en el hurto. Las sospechas hacia la mujer y las hijas parecen tan faltas de sentido que sólo podemos pensar que tienen por causa el acelerado deterioro emocional y mental del protagonista. Lo mismo ocurre con la coincidente revelación pública de su nombre, dirección y cargo en el Tribunal Revolucionario por parte de un aparentemente quimérico grupo denunciante. A estas alturas al espectador no le caben dudas de que la confabulación ha sido inventada por la mente perturbada del protagonista, que ha acabado por enloquecer y se ha convertido en un monstruo… Pero al final resulta que todo era cierto. Es decir, que son ellas quienes lo empujan a la locura. Aunque esta es también una manera de acabar con el sometimiento.

Rasoulof manifestó sobre la razón de la película: “El movimiento de mujeres en Irán tendrá éxito y logrará sus objetivos. La represión puede mantener la situación provisionalmente bajo el control del gobierno, pero, como hemos visto antes en muchos otros casos, el gobierno se rendirá a las demandas del movimiento”. Es justo lo que pretende simbolizar el desenlace del filme. Uno (él) y Otra (ella) empuñarán una pistola con la que se apuntarán mutuamente. Él no se atreverá a disparar contra su hija, esperando que ella bajará el arma para aceptar la autoridad paterna y la continuación de la sumisión femenina. Ella sí disparará, no con la intención de matar físicamente al padre, sino con el ánimo de terminar con la opresión que él representa. Y es lo que sucederá: el patriarcado será enterrado por la Historia bajo las ruinas de la ciudad muerta.

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NOTA BENE. Esta película es una producción franco-alemana. El director, Mohammad Rasoulof, autor desde 2002 de 11 películas, ha tenido, pese a su prolificidad, graves problemas en su país por causa de su actividad cinematográfica. En 2010 fue detenido acusado de filmar sin permiso. Por ello fue condenado a 6 años de prisión, que se redujeron a 1 año. En 2017 le fue retirado su pasaporte y se le prohibió salir del país. En 2019 fue condenado a 1 año de cárcel y a 2 sin poder salir del país ni participar en actividades sociales y políticas. En 2020, condenado a 1 año de cárcel por “propaganda contra el sistema” y prohibición de hacer películas durante 2 años. En 2022 fue arrestado y encarcelado de nuevo. En 2024 se le comunicó la ratificación de la pena de 8 años de cárcel. Frente a esta situación huyó de Irán y se refugió en Alemania. Poco antes había acabado de rodar clandestinamente “La semilla de la higuera sagrada”. 

Él mismo describe así los hechos: “(Quise ayudar a la revuelta de las mujeres haciendo una película) … Pero no resulta fácil reunir a personas que quieran aceptar los riesgos de una tarea tan audaz. Tardé varios meses para reunir a los actores y al personal técnico. Durante el rodaje, a veces el miedo a ser arrestados eclipsó al grupo, pero al final su coraje fue la fuerza impulsora para seguir trabajando. En un proyecto de este tipo el miedo a ser identificado y detenido lo ensombrece todo. Pero bajo esta sombra fuimos capaces de encontrar soluciones y la habilidad del camarógrafo y de los demás participantes pudieron compensar las limitaciones del equipo. Aún no puedo explicar cómo pasamos por alto el sistema de censura del gobierno, pero se puede hacer. El gobierno no puede controlarlo todo”. Lo que sí se puede afirmar viendo la película es que nadie podría imaginar que ha sido realizada en unas condiciones de ocultación e ilegalidad, lo cual es, sin duda, un extraordinario mérito de quienes la han hecho posible.

“La semilla de la higuera sagrada” es una clara denuncia política del régimen iraní. Por lo que hace a su crítica es un filme necesario. Pero ya que no tiene ninguna posibilidad de ser estrenada en su país, es una película exclusivamente destinada al consumo y apreciación del público occidental, ciudadanos de democracias liberales que afianzan y ahondan así su opinión sobre el carácter de la República Islámica y su condición de Estado represor. Llegados a este punto conviene hacerse varias preguntas al respecto. En primer lugar, por qué en Irán se producen multitudinarias y sostenidas manifestaciones en favor de los derechos de la mujer. Posiblemente el público que ve la película y se informa sólo por los medios de comunicación partidistas occidentales sea, por ello, empujado a creer que porque es donde están más reprimidas las mujeres. Sin embargo, es justamente al revés. A diferencia de otros países árabes en los que no se conocen ni se esperan revueltas anti patriarcales de las mujeres, el hecho de que, como se ha visto, sean posibles en Irán se debe a que allí sí tienen garantizados determinados derechos que no tienen en otros países islámicos, como el de estudiar (más del 50% de los estudiantes universitarios son chicas y la tasa de alfabetización es del 96%, frente al 36 % en 1976), trabajar, dirigir empresas, conducir, heredar y cada vez más avances en el de la forma de vestir. La “Jina” de 2022 se inició en las universidades y desde allí prendió en el resto del país. Es, precisamente, su acceso a la cultura lo que les permite a las mujeres iraníes desarrollar un pensamiento crítico y tener un papel activo en la sociedad. 

Otra pregunta que merece apropiada respuesta es por qué la calidad del cine iraní no tiene parangón con el de otros países de la región (y de más allá). Prácticamente inexistente antes de la revolución islámica, al llegar al poder el Estado religioso vio el cine como un medio corruptor. En un principio lo utilizó como un instrumento ideológico para islamizar a la sociedad. Pero pronto se llevaron a cabo políticas culturales más tolerantes. Se crearon numerosos institutos, tanto gubernamentales como privados, en los que se imparte educación para formar nuevos realizadores y se fundaron revistas de teoría y crítica cinematográfica. “En ausencia de una prensa libre, el cine se convirtió en el principal trasmisor de la crítica social”. Surgió una generación de importantes directores reconocidos internacionalmente y el cine iraní adquirió prestigio mundial y cosechó numerosos premios en los festivales europeos. 

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