“ANORA” de SEAN BAKER

Metáfora anti “Pretty Woman” sobre el capitalismo

(Por A. C.)

El primer plano de la película, un trávelin lateral en plano medio de trabajadoras en plena actividad, nos sitúa directamente en el núcleo del relato. Nos hallamos en un tipo de taller en el que la fuerza de trabajo ejerce una clase de ocupación específica no destinada a elaborar un producto, sino a ofrecer un servicio a cambio de un pago acordado. Un servicio que se lleva a cabo sin intervención de máquinas o herramientas, pues la tarea (el trabajo, esto es, el gasto de la fuerza vital -física y psíquica- del trabajador) se efectúa por medio del propio cuerpo; el precio es el del trabajo objetivado en la mercancía. En definitiva, el propio cuerpo del operario (de la operaria, a tal efecto) convertido a la vez en instrumento (unidad inmediata de valor de uso) y mercancía. La mercancía es, por tanto, la misma trabajadora y su cuerpo fuente de alienación. Así, la transacción, consistente en el pago por el uso demandado sin mediación ni más instrumento que el cuerpo del otro (mercado de carne para uso sexual), se convierte en un símbolo en crudo de las relaciones de trabajo capitalistas. El alquiler de la fuerza de trabajo en exposición se lleva a efecto a través de un intermediador (proxeneta) que obtiene una parte del beneficio de la acción de arrendamiento por el hecho de proporcionar el escenario (taller) para su ejecución. El espacio o escenario en el que se desarrolla la transacción no se presenta directamente como tal, sino que aparece revestido de un engañoso brillo de libertad electiva. Tras la resplandeciente galería de luces, música y falso lujo de carne ofertante expuesta se oculta la realidad precaria de las operarias sexuales que sueñan con los cuentos de asunción a los cielos de la fortuna y el confort propios de Cenicienta. La Cenicienta de Disney1

Y ahí es donde encontramos a Ani (diminutivo de Anora, encarnada por Mikey Madison), que cree haber hecho, insólitamente, realidad la ensoñación del príncipe azul cuando en el mercado del sexo en el que trabaja conoce al hijo de un oligarca ruso (Vanya, diminutivo de Iván, encarnado por Mark Eydelshteyn), un jovenzuelo malcriado, caprichoso, inmaduro, desatinado, aunque aún no del todo ruin, cuyo único objetivo a estas alturas de su vida es el de disfrutar sin medida ni juicio de su condición de hijo de multimillonario, que queda momentáneamente encandilado por el encanto, la frescura, vitalidad y cualidades profesionales de Ani. Y lo extraordinario, lo increíble, lo soñado ocurre: en un arranque de compartida locura Ani se casa (en Las Vegas) con Vanya, su príncipe azul. Aunque, en el fondo, ambos saben (a pesar de que actúan como si no lo supieran) que sólo se trata de un quimérico desvarío que tiene los días contados, en cuanto el peso de la realidad, representado por el poder familiar de clase, haga explotar el globo del sueño, por más que ella intente hacer prevaler sus derechos sobre el mismo. Pues, al igual que los cuerpos, el capital, o poder de mandar sobre el trabajo y sus productos, también compra las voluntades y los contratos firmados. 

Desde el primer momento conocemos la condición real de Ani más allá de su apariencia sofisticada en la obra que la ocupa, donde se disfraza todas las noches para representar su papel con inconmovible ánimo profesional. Regresa luego a su pobre y exiguo piso de alquiler en un barrio de las afueras, en el que el menor rastro de fulgor ha desaparecido y tampoco hacen falta los perfumes caros, los realces de bisutería, la vehemencia fingida y los vestidos alardosos, que hay que preservar con cuidado, no sea que se desluzcan y no pueda ir a pencar. Sólo los sueños se resisten aún a esfumarse del todo. Es así como su golpe de suerte al ver cumplido el cuento la deslumbra del todo y obnubila. Y, como era de esperar, pasa lo que tenía que pasar cuando la noticia del desaguisado, el despropósito, el disparate y la insensatez cometidos llega, al otro lado del mundo, a oídos de los padres del irresponsable tarambana y se pone en marcha el implacable dispositivo de retractación. Los matones asalariados de los archimillonarios padres reciben la orden de revertir ipso facto la situación.

Entonces la película da un desquiciante giro y de improbable y luminosamente irónica comedia romántica pasa a convertirse en un thriller siniestramente hilarante. Cuando los sicarios irrumpen en el suntuoso piso de los recién casados con la intención de arreglar el cotarro haciendo entrar en razón, por las buenas o por las malas, al par de atolondrados, nos hacemos cargo de la verdadera condición de cada parte. El creso jovenacho, incapaz de hacer frente a la situación, sale por piernas abandonando a su suerte a su amada. Los temibles matones a sueldo, dos armenios y un ruso, resultan ser unos profesionales incompetentes, incapaces de amedrentar a un gato y menos a una chica indefensa, aunque curtida y ofendida, más preocupados por persuadir con acuciados argumentos y bravuconadas que de causar ningún daño físico. Y Ani, la jovial, cariñosa y malhablada Ani, se revela como una mujer de cuidado, que no se achanta con facilidad, resuelta y contundente, a la vez que digna y orgullosa. Empoderada de sus propias razones. Como para la anulación del matrimonio se precisa el asentimiento de ambos contrayentes comienza el apresurado viaje de búsqueda del joven fugado por toda la ciudad, mientras tanto hacen acto de presencia los padres del botarate, dos personajes que son, tal como cabe esperar de ellos: codiciosos, mezquinos, despreciables, conminadores e inconmovibles, aferrados al poder que otorga el dinero sobre la vida de los demás. Iguales, de hecho, a cualesquiera otros magnates despechados por la intrusión en su familia de una clase subalterna, ya sean rusos, norteamericanos, hindúes, árabes, españoles o groenlandeses, y dispuestos, por tanto, a zanjar de un plumazo la injerencia de Ani en los planes sobre su vástago y la herencia de su fortuna. 

A lo largo del nocturno y accidentado periplo de la cuadrilla en pos del escaqueado cónyuge se ponen de manifiesto palmarias evidencias. Vanya es lo que aparentaba, un niñato irresponsable, cuya sola pretensión es prolongar indefinidamente su estatus de adolescente despilfarrador. Por ahí anda, a los pocos días de su insensata boda, saturado de farlopa y escabulléndose por los clubs de alterne y prostíbulos de la capital. La banda al servicio del magnate es inexperta, torpe, desconcertada, caótica y tendente al decaimiento y la melancolía. Uno de ellos, el ruso Igor (interpretado por Yuri Borisov), el de apariencia más inquietante, aunque ajeno, sin embargo, a esa conminativa ocupación que la vida le ha deparado, manifiesta, tras la barrera de su silencio, una naturaleza extrañamente sensible y comprensiva. Y Ani, la prostituta, saca de sí su temperamento de plebeya ofendida y humillada, su dignidad, honestidad e integridad de clase y oficio frente a la despreciativa y ultrajante extorsión de la pareja de plutócratas, sus breves, intransigentes e inviables suegros. Ella responde a la zafiedad moral de los poderosos con furia tan reivindicativa como inútil, arrojándoles a la cara el abrigo de visón, el más ostentoso regalo nupcial de su voluble marido. Ani se rebela porque siente que la han despojado fraudulentamente de sus derechos, pero aún no comprende la realidad ni la razón de su propia ruina vital.

En “Vivir su vida”, la película de 1962 de Jean-Luc Godard sobre la prostitución2, Nana la protagonista, interpretada por Anna Karina, mantiene en un bar un peculiar diálogo filosófico con Brice Parain3, quien le manifiesta que “hay que pasar por el error para poder llegar a la verdad”. Es el tránsito que cumple Ani, que cae desde la cima del sueño al duro suelo de la realidad. Cegada por el brillo de la forma-dinero que derrocha a manos llenas el falso príncipe azul acaba por descubrir en el cenizal los auténticos sentimientos humanos, que se reconocen en el acto de dar en lugar de recibir. Lo comprende por primera vez en su vida cuando alguien (el taciturno matón ruso) le devuelve, en el momento de su despedida, el simbólico y dispendioso anillo de boda que le había regalado el locato Vanya, que Igor ha rescatado para ella. Se lo devuelve sin contrapartidas, sin intención de servirse de ella. Ani, que no sabía que algo así podía existir en un mundo en el que lo único que cuenta es el valor de uso, pretende recompensarle por todo su probado y silencioso y gratuito apoyo con lo único que sabe hacer, encontrando, en cambio, en el abrazo del supuesto facineroso una insospechada respuesta de autenticidad, calidez y amor. Y entonces todo parece romperse dentro de ella y se desmorona. Tiene lugar una decisiva y reedificadora epifanía y se le revela a Ani su vivir alienado. La falsedad del sueño. Comprende al fin y deja de creer en Cenicienta y de pretender emular la quimera de “Pretty Woman”.

NOTAS

Sean Baker (1971), el director del filme, dirige, produce, escribe, monta y hace el casting de todas sus películas. En ellas centra la atención en personajes situados en la marginalidad social, que persiguen ilusoriamente el “sueño americano”. La basura que deja en su orilla el turbocapitalismo en funcionamiento. Lo ha hecho siempre desde una perspectiva anti hollywoodiense. Su mirada no es frívola ni moralista, ni cínica ni superficial, burda, simplificadora, grandilocuente o soez. No pretende ser políticamente correcto ni perturbador. Su visión es objetiva y humanista. Sus personajes no están embellecidos ni tergiversados ni desfigurados, son como deben ser (en todo caso, amplificados en algún momento en concordancia con las reglas del género de la comedia dramática). Hasta el momento ha realizado ocho largometrajes: 

“Four-letter Word” (2000, una cena entre antiguos alumnos de un instituto que acaba mal), “Take out” (2004, las vicisitudes de un inmigrante ilegal chino para poder pagar sus deudas), “Prince of Broadway” (2008, sobre un inmigrante ilegal ghanés que comercia como mantero con ropa de marca rebajada y un armenio-libanés que vende falsificaciones de grandes marcas; ambos han de lidiar con sus propios problemas familiares); “Starlet” (2012, sobre la improbable amistad entre una chica de veinte años bastante colgada y una anciana viuda octogenaria), “Tangerine”(2015, una trabajadora sexual trans descubre al salir de la cárcel que su novio la ha estado engañando y emprende su búsqueda por la ciudad para aclarar las cosas, filmada sólo con tres móviles iPhone), “The Florida Project” (2017, una niña de seis años y sus amigos viven en un motel de tercera clase a las puertas de Disneyworld; su madre se prostituye para poder vivir, el encargado del motel intenta ayudarlas), “Red Rocket” (2021, un actor de cine porno en declive deja Los Ángeles y regresa a su pueblo en Texas, donde lucha por superar la intolerancia y el desprecio de sus vecinos). “Anora” (2024)

Opiniones del director recogidas en diversas entrevistas:

  1. “Podríamos decir que (“Anora”) es una mirada a nuestro sistema, el de Estados Unidos. El sexo es un modo de vida criminalizado y estigmatizado. Me importa que se vea a quien compra a trabajadoras sexuales como una metáfora del capitalismo, pero eso está en la mirada del espectador” (Fotogramas)… “Si ser indie (independiente de Hollywood) significa que posees todo el control de tu obra, seré siempre indie. Si salir de este universo conlleva que no pueda tener la última decisión en cualquier momento de producción de un filme, no lo abandonaré jamás” … “Creo que muestro un Estados Unidos que de otra manera jamás se vería en una gran pantalla. No voy de dar voz a los sin voz. No soy tan naíf. Sin embargo, hay muchas naciones en mi nación. Por eso me preocupa tanto lo que vaya a ocurrir en las elecciones del 5 de noviembre” … «En Estados Unidos hay una enorme división de clases, y la gente no conoce o ignora a los sin techo. Es injusto, porque es muy fácil caer en la pobreza, en economías paralelas como las drogas o el sexo pagado. Y con un multimillonario como presidente. Se festeja la riqueza, se esconde a los sin hogar…» (El País) … “Siento que el cine y la cultura, en Estados Unidos, están mucho más cómodos con la violencia que con el sexo. Es un tipo de exploración que se está perdiendo y no sé por qué, ¿quizá tiene que ver con una nueva cultura de lo puritano? Me gusta ser sincero, directo y fiel, respecto a cómo muestro ese mundo. Por eso voy a las fuentes originales” … “Soy tan independiente que, a veces, me siento como un bicho raro. Por mi bagaje, pienso que soy uno de los pocos directores que aún puede meterse en temas espinosos o debatibles sin que Internet se me eche encima. Hay talento joven que, por ese miedo a la reacción, no se está pudiendo expresar con libertad” … “Casi todas mis películas van de gente que sueña, que tiene un objetivo muy claro en la vida. Y, al desarrollarse todas en Estados Unidos, para conseguir ese sueño necesitan dinero. Por eso entiendo que la gente vea mi cine como un reverso del sueño americano, pero solo es producto del país en el que vivo y hago mi cine” (La Razón) … “Mis películas retratan a gente que creció creyendo que Estados Unidos es la tierra de las oportunidades. Obviamente los engañaron” … “Soy muy pesimista (respecto al futuro político). Gane quien gane las elecciones en mi país la gente pierde. Ni siquiera hay opción de elegir el menos nocivo de los dos males. Ambos partidos, republicano y demócrata, son opciones terribles. Prefiero no pensar en ello” (El Periódico de España). ↩︎
  2. “Anora” puede inscribirse por derecho propio en ese grupo de filmes importantes que han tratado el tema de la prostitución, como “La caja de Pandora” (1929, sátira trágica) de G. W. Pabst, “El ángel azul” (1930, sátira crítica) de Josef von Sternberg, “Las noches de Cabiria” (1957, drama poético) de Federico Fellini, “Vivir su vida” (1962, auto sacramental contemporáneo) de Jean-Luc Godard, “Irma  ↩︎
  3. Brice Parain (1897-1971), filósofo y ensayista francés. ↩︎

“LA INFILTRADA” de ARANTXA ECHEVARRÍA

Sólo podrás ser tú misma cuando estés sola

(Por A. C.)

Estamos ante un docuthriller que narra un operativo policial basado en hechos reales: la historia de una joven recién salida de la Academia de Policía que es reclutada a principios de los 90 para introducirse en el entorno de la izquierda abertzale con el objeto de conseguir entrar en contacto con ETA. Durante ocho años desarrolló su actividad clandestina como simpatizante del movimiento de liberación nacional vasco hasta que consiguió incorporarse a la banda como miembro de apoyo, alojando en su piso a dos jefes etarras. Su acción fue decisiva para desarticular al comando Donosti, que se proponía llevar a cabo diversos atentados.

El filme expone con veracidad y exactitud el desarrollo de la acción, pues, tal como declara su directora, lo que más le preocupó a la hora de realizarlo fue alejarse lo menos posible de la autenticidad de los hechos. Dejando, cabe añadir, vía libre a la inducción de situaciones de tensión o suspense, tal como es usual en las películas de este tipo, entre las cuales no puede faltar el consabido salvamento en el último momento de una manera demasiado convencional y repetitiva. En este sentido se trata, pues, de una película de género, del tipo policial de intriga y suspenso, que bebe del modelo del “cine polar” francés1.

Presenta un caso ciertamente poco común, el de una muchacha dispuesta a sacrificar y exponer su vida de una manera voluntaria y radical en interés de una convicción ética, en equivalente contrapunto con aquellos mismos a los que se enfrenta. Su misión de espionaje la obliga a romper drásticamente con su entorno afectivo familiar y con su tiempo positivo, su mismo porvenir. A exiliarse de sí misma para recluirse en un medio cuyo paisaje humano (personas e ideas) detesta. Así, durante ocho años. ¿Por qué lo hace? ¿Qué es lo que la empuja a tomar una decisión vital hasta tal punto dura, penosa e insoportable? ¿Es una aventurera o una combatiente moral? Nos quedamos sin saberlo. No es, sin embargo, una determinación tomada a la ligera en un arrebato cívico o patriótico. Así no se aguantan tantos años. Sacrificar, inmolar su propia juventud a conciencia. Su voluntad es firme, honda y resistente, lo tiene claro. Ciertamente, deben existir caracteres así, provistos de esta entereza, de ese aguante y disciplina casi inverosímiles. No análogo al de sus antagonistas, ya que su tarea, aunque igual de clandestina y peligrosa, es más desquiciante y trastornadora, obligada siempre a fingir, no sólo sus creencias, costumbres y rutinas, sino sus afectos: amores y amistades. ¿Cómo es posible soportar esa doble vida sin enloquecer? La actriz protagonista, Carolina Yuste, ayuda a que nos lo creamos. A que “nos metamos en su piel”. 

Dice la directora: “El propósito del filme es hablar de las víctimas, del conflicto, del miedo y el dolor siempre a través de los ojos de ella”. Sin embargo, ese objetivo no se hace visible al espectador, y no por una insuficiencia interpretativa, sino por la falta de penetración y viveza del guion. Vemos, sí, a esos dos especímenes, los etarras a los que da cobijo la protagonista. Ángel y demonio, respectivamente, del terror: profesionales expertos en provocar el dolor ajeno con total insensibilidad. Tan diferentes uno del otro, pero, en el fondo, idénticos. Son realmente así, esos “luchadores por la libertad”. Pero, salvo los representantes del terror militante y los de las fuerzas represivas no vemos el ambiente de aquellos tiempos de plomo plasmado en la vida cotidiana de toda aquella gente. Esa sociedad civil moralmente enferma: los que vigilaban y señalaban, los que jaleaban y aplaudían, los que miraban para otro lado (“algo habrá hecho”), los amedrentados sumidos en el silencio y los que se arriesgaban y daban la cara. Toda esa vileza moral de una parte de la sociedad y el valor a prueba de bomba de unos pocos. No lo percibimos.

Por otra parte, la representación de las fuerzas policiales no va más allá de una imagen tópica. Caracteres aparentes, sin recovecos, sin aristas. No busquemos psicologías: un poco fachas a veces (lo justo), algo machistas (sin pasarse), aplicados funcionarios. Tal vez es que fueran, realmente así, simples y eficientes profesionales, y era su esencial normalidad la que los hacía competentes. Por lo que respecta al jefe de todo eso, Tosar no logra desprenderse de su propia “fisicidad Tosar” y la identificable inmediatez de su corporeidad distrae de lo esencial del tema. Porque el tema es ella, la infiltrada. Son las mejores secuencias de la película aquellas en que ella puede por unos momentos (clandestinamente) ser ella misma, o sea, cuando está sola y puede despojarse de toda esa infamia que se ve obligada a representar ante la cuadrilla que celebra los asesinatos y a los asesinos, héroes que matan por amor al pueblo y a la tierra. Y sólo cuando está sola puede quitarse de encima toda su impostada abyección, bailando y cantando libre de miradas, siempre y únicamente sola. O gritando silenciosamente mientras se baña. O desprendiendo de su piel los besos del buen etarra. O llamando a su madre desde una cabina pública sin hablar, sin decir una palabra, sólo para oír su voz y sentir el distante calor familiar. Esa es la parte mejor y la que da verdadero valor a la película.

Por lo demás, “La infiltrada” incluye los tics comunes del género policial: el suspense redundante (cuando, en varias ocasiones, ella está a punto de ser descubierta), la tautológica persecución en coche, la banda sonora musical que subraya el voltaje de la acción de una manera demasiado estandarizada… Pero, a pesar de que no se eleva poética y simbólicamente sobre el objeto representado (aunque esto es algo que parece haberse perdido ya irremediablemente en el cine), subsiste una genuina preocupación por no entregarse a un montaje narrativo fácil, rutinario y vulgar, sino que mantiene un intento consciente de contraponer un montaje complejo que se niega a cumplir las regularidades conocidas de antemano, es decir, alienta el propósito de llenar de un modo original y significativo la superficie del plano. Y esto es algo que la diferencia cualitativamente de buena parte de las películas que se hacen en nuestro país. Tal vez por eso es de esa clase de filmes que mejoran en el recuerdo, al contrario de otras, como “El 47”, que al poco tiempo de su visión pone de manifiesto sus costuras, sobre todo ideológicas, o “Los destellos”, que rápidamente se borra de la memoria.

En cuanto a su recepción en el País Vasco, una referencia siempre interesante para calibrar el ambiente mental, emocional y moral ante este tipo de películas, según datos de las primeras semanas de exhibición el filme había sido visto por cerca de 105.000 espectadores. Todo un éxito de público. Lógicamente ha sido duramente criticado por el diario Gara y no debe haber hecho gracia al ámbito político independentista, que debe verlo aún con peores ojos que a la serie televisiva “Patria”, a la que se refirió en estos términos: “Es el relato de una de las partes: la del constitucionalismo español, la gran patronal, los parapoliciales, los tribunales de excepción, los torturadores…”. Se trata, sí, del relato de una parte. Pero no de la que de manera fanáticamente revuelta y abyecta se expone. Estremece imaginar cómo sería el relato que reivindica para sí esa otra parte.

Sobre “La infiltrada” manifiesta Arantxa Echevarría, la directora: “Meterse en la piel de una chica de 22 años, en el momento en que se tienen las primeras fiestas, los primeros viajes, los primeros amores… En ese momento vital ella decide ponerlo todo en parada y estar ocho años fingiendo ser otra persona. Ocho años dentro de una mentira para conseguir algo tan tangible como el bien común. Era una mujer de los 90. Y sólo por eso, por su condición de mujer, pasó desapercibida. Sus méritos, su sacrificio. Esta película pretende darle las gracias”

  1. El “polar” (apócope francés de “policiaco”) surgió a mediados de los 50 del pasado siglo como una adaptación de los modelos del cine negro norteamericano a la tradición y el estilo narrativo del “realismo poético” francés de entreguerras. Durante un cuarto de siglo el “polar” fue el género por excelencia en Francia y gozó de una identidad inconfundible con sus códigos, su lenguaje convenido y sus grandes y pequeños maestros: Jacques Becker, Jean-Pierre Melville, René Clément, Claude Sautet, Henri Verneuil, Jacques Deray, Pierre Granier-Deferre, José Giovanni, Gilles Grangier, Ralph Habib, Henri Decoin… y sus actores emblemáticos: Jean Gabin, Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Lino Ventura (que podían ser indiferentemente gánsteres o policías), Jeanne Moreau, Romy Schneider, Mireille Darc… Incluso la Nouvelle Vague participó en el género con espíritu cinéfilo: Jean-Luc Godard, François Truffaut, Claude Chabrol, Louis Malle, Claude Lelouch hicieron cine policiaco filmado “de otra manera”. A mediados de los 80 el “polar” languidece y “cuando en 1992 Bertrand Tavernier rueda ‘L627’, no está haciendo ya una película policiaca, sino un filme personal que pone de relieve un hecho social, la inadecuación de la policía en su lucha contra la droga. Los sindicatos policiales reaccionaron con animosidad interpelando al ministro de Interior”. La forma y la intención de “La infiltrada” va, obviamente, más en la línea de Tavernier.
     
    Aquí también se puede hablar de un género cinematográfico sobre ETA: cerca de una treintena de películas se han rodado sobre el tema. Las principales: “Comando Txiquia” (1977) de José Luis Madrid, “Operación Ogro”(1979) de Gillo Pontecorvo, “El proceso de Burgos” (1979) de Imanol Uribe, “La fuga de Segovia” (1981) de Imanol Uribe, “El pico” (1983) de Eloy de la Iglesia, “La muerte de Mikel” (1983) de Imanol Uribe, “Goma-2”(1984) de J. A. de la Loma, “El caso Almería” (1984) de Pedro Costa, “La blanca paloma” (1989) de Juan Miñón, “Ander y Yul” (1989) de Ana Díez, “Días de humo” (1989) de Antxon Eceiza, “Amor en off” (1992) de Koldo Izaguirre, “Sombras en una batalla” (1993) de Mario Camus, “Días contados” (1994) de Imanol Uribe, “A ciegas” (1997) de Daniel Calparsoro, “Yoyes” (2000) de Helena Taberna, “El viaje de Arián” (2000) de Eduard Bosch, “La pelota vasca: la piel contra la piedra” (2003) de Julio Medem, “El lobo” (2004) de Miguel Courtois, “GAL” (2006) de Miguel Courtois, “Clandestinos” (2007) de Antonio Hens, “Tiro en la cabeza”(2008) de Jaime Rosales, “La casa de mi padre” (2008) de Gorka Merchán, “Todos estamos invitados” (2008) de Manuel Gutiérrez Aragón, “Futuro: 48 horas” (2016) de Manuel Estudillo, serie de TV, “Asier y yo” (2013) de Aitor y Amaia Merino, “Lasa y Zabala” (2014) de Pablo Malo, “Negociador” (2014) de Borja Cobeaga, “Lejos del mar” (2015) de Imanol Uribe, “El padre de Caín” (2015) de Salvador Calvo, serie de TV, “La línea invisible” (2020) de Mariano Barroso, serie de TV, “Patria” (2021) de Félix Viscarret y Óscar Pedraza, serie de TV, “Maixabel” (2021) de Icíar Bollaín… Desde 1975 hasta comienzos del 2000, esto es, hasta tres lustros después de entrar en la UE, la gran mayoría de los filmes sobre el tema se mostraban favorables o equidistantes del MLNV.   ↩︎