Metáfora anti “Pretty Woman” sobre el capitalismo
(Por A. C.)
El primer plano de la película, un trávelin lateral en plano medio de trabajadoras en plena actividad, nos sitúa directamente en el núcleo del relato. Nos hallamos en un tipo de taller en el que la fuerza de trabajo ejerce una clase de ocupación específica no destinada a elaborar un producto, sino a ofrecer un servicio a cambio de un pago acordado. Un servicio que se lleva a cabo sin intervención de máquinas o herramientas, pues la tarea (el trabajo, esto es, el gasto de la fuerza vital -física y psíquica- del trabajador) se efectúa por medio del propio cuerpo; el precio es el del trabajo objetivado en la mercancía. En definitiva, el propio cuerpo del operario (de la operaria, a tal efecto) convertido a la vez en instrumento (unidad inmediata de valor de uso) y mercancía. La mercancía es, por tanto, la misma trabajadora y su cuerpo fuente de alienación. Así, la transacción, consistente en el pago por el uso demandado sin mediación ni más instrumento que el cuerpo del otro (mercado de carne para uso sexual), se convierte en un símbolo en crudo de las relaciones de trabajo capitalistas. El alquiler de la fuerza de trabajo en exposición se lleva a efecto a través de un intermediador (proxeneta) que obtiene una parte del beneficio de la acción de arrendamiento por el hecho de proporcionar el escenario (taller) para su ejecución. El espacio o escenario en el que se desarrolla la transacción no se presenta directamente como tal, sino que aparece revestido de un engañoso brillo de libertad electiva. Tras la resplandeciente galería de luces, música y falso lujo de carne ofertante expuesta se oculta la realidad precaria de las operarias sexuales que sueñan con los cuentos de asunción a los cielos de la fortuna y el confort propios de Cenicienta. La Cenicienta de Disney1.
Y ahí es donde encontramos a Ani (diminutivo de Anora, encarnada por Mikey Madison), que cree haber hecho, insólitamente, realidad la ensoñación del príncipe azul cuando en el mercado del sexo en el que trabaja conoce al hijo de un oligarca ruso (Vanya, diminutivo de Iván, encarnado por Mark Eydelshteyn), un jovenzuelo malcriado, caprichoso, inmaduro, desatinado, aunque aún no del todo ruin, cuyo único objetivo a estas alturas de su vida es el de disfrutar sin medida ni juicio de su condición de hijo de multimillonario, que queda momentáneamente encandilado por el encanto, la frescura, vitalidad y cualidades profesionales de Ani. Y lo extraordinario, lo increíble, lo soñado ocurre: en un arranque de compartida locura Ani se casa (en Las Vegas) con Vanya, su príncipe azul. Aunque, en el fondo, ambos saben (a pesar de que actúan como si no lo supieran) que sólo se trata de un quimérico desvarío que tiene los días contados, en cuanto el peso de la realidad, representado por el poder familiar de clase, haga explotar el globo del sueño, por más que ella intente hacer prevaler sus derechos sobre el mismo. Pues, al igual que los cuerpos, el capital, o poder de mandar sobre el trabajo y sus productos, también compra las voluntades y los contratos firmados.
Desde el primer momento conocemos la condición real de Ani más allá de su apariencia sofisticada en la obra que la ocupa, donde se disfraza todas las noches para representar su papel con inconmovible ánimo profesional. Regresa luego a su pobre y exiguo piso de alquiler en un barrio de las afueras, en el que el menor rastro de fulgor ha desaparecido y tampoco hacen falta los perfumes caros, los realces de bisutería, la vehemencia fingida y los vestidos alardosos, que hay que preservar con cuidado, no sea que se desluzcan y no pueda ir a pencar. Sólo los sueños se resisten aún a esfumarse del todo. Es así como su golpe de suerte al ver cumplido el cuento la deslumbra del todo y obnubila. Y, como era de esperar, pasa lo que tenía que pasar cuando la noticia del desaguisado, el despropósito, el disparate y la insensatez cometidos llega, al otro lado del mundo, a oídos de los padres del irresponsable tarambana y se pone en marcha el implacable dispositivo de retractación. Los matones asalariados de los archimillonarios padres reciben la orden de revertir ipso facto la situación.
Entonces la película da un desquiciante giro y de improbable y luminosamente irónica comedia romántica pasa a convertirse en un thriller siniestramente hilarante. Cuando los sicarios irrumpen en el suntuoso piso de los recién casados con la intención de arreglar el cotarro haciendo entrar en razón, por las buenas o por las malas, al par de atolondrados, nos hacemos cargo de la verdadera condición de cada parte. El creso jovenacho, incapaz de hacer frente a la situación, sale por piernas abandonando a su suerte a su amada. Los temibles matones a sueldo, dos armenios y un ruso, resultan ser unos profesionales incompetentes, incapaces de amedrentar a un gato y menos a una chica indefensa, aunque curtida y ofendida, más preocupados por persuadir con acuciados argumentos y bravuconadas que de causar ningún daño físico. Y Ani, la jovial, cariñosa y malhablada Ani, se revela como una mujer de cuidado, que no se achanta con facilidad, resuelta y contundente, a la vez que digna y orgullosa. Empoderada de sus propias razones. Como para la anulación del matrimonio se precisa el asentimiento de ambos contrayentes comienza el apresurado viaje de búsqueda del joven fugado por toda la ciudad, mientras tanto hacen acto de presencia los padres del botarate, dos personajes que son, tal como cabe esperar de ellos: codiciosos, mezquinos, despreciables, conminadores e inconmovibles, aferrados al poder que otorga el dinero sobre la vida de los demás. Iguales, de hecho, a cualesquiera otros magnates despechados por la intrusión en su familia de una clase subalterna, ya sean rusos, norteamericanos, hindúes, árabes, españoles o groenlandeses, y dispuestos, por tanto, a zanjar de un plumazo la injerencia de Ani en los planes sobre su vástago y la herencia de su fortuna.
A lo largo del nocturno y accidentado periplo de la cuadrilla en pos del escaqueado cónyuge se ponen de manifiesto palmarias evidencias. Vanya es lo que aparentaba, un niñato irresponsable, cuya sola pretensión es prolongar indefinidamente su estatus de adolescente despilfarrador. Por ahí anda, a los pocos días de su insensata boda, saturado de farlopa y escabulléndose por los clubs de alterne y prostíbulos de la capital. La banda al servicio del magnate es inexperta, torpe, desconcertada, caótica y tendente al decaimiento y la melancolía. Uno de ellos, el ruso Igor (interpretado por Yuri Borisov), el de apariencia más inquietante, aunque ajeno, sin embargo, a esa conminativa ocupación que la vida le ha deparado, manifiesta, tras la barrera de su silencio, una naturaleza extrañamente sensible y comprensiva. Y Ani, la prostituta, saca de sí su temperamento de plebeya ofendida y humillada, su dignidad, honestidad e integridad de clase y oficio frente a la despreciativa y ultrajante extorsión de la pareja de plutócratas, sus breves, intransigentes e inviables suegros. Ella responde a la zafiedad moral de los poderosos con furia tan reivindicativa como inútil, arrojándoles a la cara el abrigo de visón, el más ostentoso regalo nupcial de su voluble marido. Ani se rebela porque siente que la han despojado fraudulentamente de sus derechos, pero aún no comprende la realidad ni la razón de su propia ruina vital.
En “Vivir su vida”, la película de 1962 de Jean-Luc Godard sobre la prostitución2, Nana la protagonista, interpretada por Anna Karina, mantiene en un bar un peculiar diálogo filosófico con Brice Parain3, quien le manifiesta que “hay que pasar por el error para poder llegar a la verdad”. Es el tránsito que cumple Ani, que cae desde la cima del sueño al duro suelo de la realidad. Cegada por el brillo de la forma-dinero que derrocha a manos llenas el falso príncipe azul acaba por descubrir en el cenizal los auténticos sentimientos humanos, que se reconocen en el acto de dar en lugar de recibir. Lo comprende por primera vez en su vida cuando alguien (el taciturno matón ruso) le devuelve, en el momento de su despedida, el simbólico y dispendioso anillo de boda que le había regalado el locato Vanya, que Igor ha rescatado para ella. Se lo devuelve sin contrapartidas, sin intención de servirse de ella. Ani, que no sabía que algo así podía existir en un mundo en el que lo único que cuenta es el valor de uso, pretende recompensarle por todo su probado y silencioso y gratuito apoyo con lo único que sabe hacer, encontrando, en cambio, en el abrazo del supuesto facineroso una insospechada respuesta de autenticidad, calidez y amor. Y entonces todo parece romperse dentro de ella y se desmorona. Tiene lugar una decisiva y reedificadora epifanía y se le revela a Ani su vivir alienado. La falsedad del sueño. Comprende al fin y deja de creer en Cenicienta y de pretender emular la quimera de “Pretty Woman”.
NOTAS
Sean Baker (1971), el director del filme, dirige, produce, escribe, monta y hace el casting de todas sus películas. En ellas centra la atención en personajes situados en la marginalidad social, que persiguen ilusoriamente el “sueño americano”. La basura que deja en su orilla el turbocapitalismo en funcionamiento. Lo ha hecho siempre desde una perspectiva anti hollywoodiense. Su mirada no es frívola ni moralista, ni cínica ni superficial, burda, simplificadora, grandilocuente o soez. No pretende ser políticamente correcto ni perturbador. Su visión es objetiva y humanista. Sus personajes no están embellecidos ni tergiversados ni desfigurados, son como deben ser (en todo caso, amplificados en algún momento en concordancia con las reglas del género de la comedia dramática). Hasta el momento ha realizado ocho largometrajes:
“Four-letter Word” (2000, una cena entre antiguos alumnos de un instituto que acaba mal), “Take out” (2004, las vicisitudes de un inmigrante ilegal chino para poder pagar sus deudas), “Prince of Broadway” (2008, sobre un inmigrante ilegal ghanés que comercia como mantero con ropa de marca rebajada y un armenio-libanés que vende falsificaciones de grandes marcas; ambos han de lidiar con sus propios problemas familiares); “Starlet” (2012, sobre la improbable amistad entre una chica de veinte años bastante colgada y una anciana viuda octogenaria), “Tangerine”(2015, una trabajadora sexual trans descubre al salir de la cárcel que su novio la ha estado engañando y emprende su búsqueda por la ciudad para aclarar las cosas, filmada sólo con tres móviles iPhone), “The Florida Project” (2017, una niña de seis años y sus amigos viven en un motel de tercera clase a las puertas de Disneyworld; su madre se prostituye para poder vivir, el encargado del motel intenta ayudarlas), “Red Rocket” (2021, un actor de cine porno en declive deja Los Ángeles y regresa a su pueblo en Texas, donde lucha por superar la intolerancia y el desprecio de sus vecinos). “Anora” (2024)
Opiniones del director recogidas en diversas entrevistas:
- “Podríamos decir que (“Anora”) es una mirada a nuestro sistema, el de Estados Unidos. El sexo es un modo de vida criminalizado y estigmatizado. Me importa que se vea a quien compra a trabajadoras sexuales como una metáfora del capitalismo, pero eso está en la mirada del espectador” (Fotogramas)… “Si ser indie (independiente de Hollywood) significa que posees todo el control de tu obra, seré siempre indie. Si salir de este universo conlleva que no pueda tener la última decisión en cualquier momento de producción de un filme, no lo abandonaré jamás” … “Creo que muestro un Estados Unidos que de otra manera jamás se vería en una gran pantalla. No voy de dar voz a los sin voz. No soy tan naíf. Sin embargo, hay muchas naciones en mi nación. Por eso me preocupa tanto lo que vaya a ocurrir en las elecciones del 5 de noviembre” … «En Estados Unidos hay una enorme división de clases, y la gente no conoce o ignora a los sin techo. Es injusto, porque es muy fácil caer en la pobreza, en economías paralelas como las drogas o el sexo pagado. Y con un multimillonario como presidente. Se festeja la riqueza, se esconde a los sin hogar…» (El País) … “Siento que el cine y la cultura, en Estados Unidos, están mucho más cómodos con la violencia que con el sexo. Es un tipo de exploración que se está perdiendo y no sé por qué, ¿quizá tiene que ver con una nueva cultura de lo puritano? Me gusta ser sincero, directo y fiel, respecto a cómo muestro ese mundo. Por eso voy a las fuentes originales” … “Soy tan independiente que, a veces, me siento como un bicho raro. Por mi bagaje, pienso que soy uno de los pocos directores que aún puede meterse en temas espinosos o debatibles sin que Internet se me eche encima. Hay talento joven que, por ese miedo a la reacción, no se está pudiendo expresar con libertad” … “Casi todas mis películas van de gente que sueña, que tiene un objetivo muy claro en la vida. Y, al desarrollarse todas en Estados Unidos, para conseguir ese sueño necesitan dinero. Por eso entiendo que la gente vea mi cine como un reverso del sueño americano, pero solo es producto del país en el que vivo y hago mi cine” (La Razón) … “Mis películas retratan a gente que creció creyendo que Estados Unidos es la tierra de las oportunidades. Obviamente los engañaron” … “Soy muy pesimista (respecto al futuro político). Gane quien gane las elecciones en mi país la gente pierde. Ni siquiera hay opción de elegir el menos nocivo de los dos males. Ambos partidos, republicano y demócrata, son opciones terribles. Prefiero no pensar en ello” (El Periódico de España). ↩︎
- “Anora” puede inscribirse por derecho propio en ese grupo de filmes importantes que han tratado el tema de la prostitución, como “La caja de Pandora” (1929, sátira trágica) de G. W. Pabst, “El ángel azul” (1930, sátira crítica) de Josef von Sternberg, “Las noches de Cabiria” (1957, drama poético) de Federico Fellini, “Vivir su vida” (1962, auto sacramental contemporáneo) de Jean-Luc Godard, “Irma ↩︎
- Brice Parain (1897-1971), filósofo y ensayista francés. ↩︎





